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Parábolas de Jesús

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Parábolas del reino

Nombres comunes de la parábola:
- Semilla de mostaza.
- Grano de mostaza.
- La semilla que crece.

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Grano de mostaza - Mateo

Del Evangelio de Mateo Capítulo 13, versículos 31-32

Les explicó otra parábola, diciendo: "El reino de los cielos se puede comparar con una semilla de mostaza, que un hombre toma y siembra en su campo. Es la semilla más pequeña de todas, pero una vez que crece, es más grande que las otras plantas en el jardín y se convierte en un árbol, tanto que las aves del cielo vienen a anidar entre sus ramas".

Exégesis de la parábola - Mateo

Mateo abre el capítulo 13 con la parábola del sembrador, en la que subraya la importancia de la Palabra y cómo enfrentarla: solo aquellos que reciben la semilla en buena tierra darán fruto. La discusión continúa con las similitudes sobre el Reino de los Cielos, que comienzan con la parábola de la semilla de mostaza y continúan con la parábola de la levadura, el tesoro escondido, la preciosa perla y la red llena de peces de todo tipo.

Si en la parábola del sembrador Jesús revela que no es suficiente escuchar la Palabra, sino que es necesario que la semilla encuentre el buen campo para crecer, en el pasaje citado nos hace comprender que esta semilla, por pequeña que sea (una semilla de mostaza es más pequeña que una cabeza de alfiler), puede desarrollarse prodigiosamente para convertirse en una de las plantas más grandes de Israel (que alcanza los tres metros de altura).

El propósito de esta parábola es revelar, por medio de una similitud, el misterio del Reino de Dios. Aquí también encontramos la similitud del campo, de un hombre que planta su semilla allí y que, dados los resultados, eligió un buen campo para sembrarlo. Con la imagen del frondoso árbol, Jesús se refiere a Ezequiel donde está escrito: "Así dice Dios, mi Señor: yo también tomaré de la rama del cedro solo su parte superior, solo una punta se desprenderá y la plantaré una montaña alta y boscosa.

Quiero plantarlo en la alta montaña de Israel y extenderé ramas y daré fruto y me convertiré en un cedro exuberante. Debajo de él habitarán todas las aves, y cada ave descansará a la sombra de sus hojas. Todos los árboles en el campo reconocerán que yo, el Señor, he bajado el árbol alto y levantado el árbol bajo, he secado la madera verde y he restaurado el árbol seco. Yo, el Señor, he hablado y lo haré".
(Ezequiel 17,22-23).

La mostaza es una planta anual, con numerosas ramas y hojas anchas, que pertenece a la familia de las crucíferas. Crece abundantemente en Palestina, donde incluso en la naturaleza alcanza la altura de tres o cuatro metros, por lo que las aves realmente pueden anidar entre sus ramas. La semilla y el árbol son un simbolismo comúnmente usado por los rabinos de la época.

La parábola proclamada por Jesús se refiere al reino de Dios y a los largos tiempos de espera, de la paciencia y de la fe que en estos tiempos deben preservarse, ya que es necesario dejar que la semilla se desarrolle en el secreto de la tierra, es decir, en el misterio de su alma, antes de que comience a dar fruto. Lo desconcertante es que precisamente este tiempo largo y misterioso es el momento verdaderamente decisivo en el que actúa la semilla (la palabra de Dios). Se produce un milagro, pero subterráneo, en silencio y en secreto: una semilla muy pequeña, a la que se le confía una tarea enorme, debe enraizarse, madurar y comenzar a desarrollar lo que serán sus frutos futuros.

¿Por qué no elegir un buen suelo y no plantar inmediatamente un árbol con su tallo y ramas? Porque esta no es la lógica con la que Dios quiere hacer crecer Su reino entre los hombres: Él siembra semillas en la tierra, semillas muy pequeñas, que contienen en sí mismas toda la fuerza necesaria para crecer. Entonces queda claro cuál es la lógica evangélica de Jesús: Dios no planta árboles sino que siembra semillas, para que puedan germinar y desarrollarse, y les da la fuerza para crecer. La lógica de Dios está contenida en la maduración del tiempo, en el misterio del crecimiento: Dios esparce pequeñas semillas para producir grandes árboles. Todo lo que parece humilde y pequeño, si es arrojado por Dios, tiene la posibilidad de ser el comienzo de una gran y majestuosa realidad. Nada puede detener su crecimiento: "duerme o mira, por la noche o durante el día, la semilla brota y crece. Como si él mismo no lo supiera".
(Mc 4,27).

"El Reino de los Cielos es como una semilla de mostaza", dice Jesús; ¿Pero qué es este reino? Lucas nos revela que no es algo que vendrá, pero ya es presencia entre nosotros (Lc 17,21), y es Jesús mismo: esa pequeña semilla de mostaza, casi insignificante por ser pequeña, ya está dentro de nosotros y espera solo que el suelo se vuelva fértil para crecer; pero como? A través de la predicación de Jesús, a través de la proclamación del Evangelio: su palabra y su aceptación.