El Silencio
Paz en el alma
Hablar del silencio puede parecer una paradoja especialmente hoy, donde la mente de las personas están constantemente bombardeadas de imágenes, información y mensajes.
Vivimos en un estruendo emocional en el que es difícil salir airoso, y luego es necesario encontrar el tiempo para mirarse dentro e interrumpir la espiral de tanta actividad, decir o ser.
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Luz
El silencio es la atmósfera de la vida de Dios. Un infinito silencio, en efecto, precede a la revelación de Dios en la creación, ""Mientras un quieto silencio envolvía todas las cosas y la noche estaba a mitad de su curso, tu palabra omnipotente estaba en el cielo, desde sus tronos reales". (Sab.18,14).
El Verbo nace por el silencio del Padre, y en el silencio obra Dios los misterios más grandes. Jesús guarda un riguroso silencio hasta la edad de 30 años: calla y vive escondido en un taller. Su Santísima madre habla poquísimo. En el paraiso el alma vive absorta en la divinidad bienaventurada, con los sentidos secuestrados y escondidos en Dios.
Cuanta más vida participa en el fluir sin tiempo ni espacio de la caridad que es comunión con Dios, el silencio más la marca y alimenta profundamente.
El silencio se conquista con el esfuerzo constante y duro de cada día para purificar los pensamientos y crear las condiciones adecuadas para la relación con Dios. Es un medio liberador que precede a la oración.
En el silencio, cuando tratamos de esconder nuestra pobreza bajo el estruendo de miles de voces, nuestra miseria, despojada por la vanidad y las ilusiones, se revela con brutalidad. En la esencia de los ruidos percibimos gratamente nuestra nada y en este vacio los sentidos exacerban la capacidad de percibir la brisa de Dios.
En el silencio constante se avanza hacia la perfección, por lo tanto debe hablar poco con las criaturas para conversar más con Dios y los Ángeles, hablar poco para no utilizar la lengua como una espada: hablar poco para progresar en la virtud.
Una lengua demasiado locuaz disipa el recogimiento en el espíritu: en la multiplicidad de las palabras el demonio nos guía e inhibe la caridad, a extraviar la paciencia, a la rebeleión, a la distracción. Nada marchita el corazón más que la costumbre de chismes sin moderación.
El silencio preserva el alma de la turbación, da la paz, te hace cortés, quita contradicciones, inquietudes y enemistades. La violación del silencio provoca murmuraciones, rebeliones. Es más: la excesiva locuacidad ofende a la modestia, hace vacilar a la prudencia, desintegra la humildad, borra la caridad mediante la ironía y la descortesía.
Aprendamos a hablar poco para purificar el corazón, tranquilizar la conciencia, aligerar los pecados y hacer la oración más dulce y fervorosa completando la felicidad. Y viceversa: usemos las palabras para dar gloria a Dios y hacer bien al prójimo.
Para practicar el silencio, callemos. No nos entroimezcamos en asuntos mundamos, no regresemos a la maledicencias, las murmuraciones, las acciones inútiles, lamentaciones, sospechas y no juzquemos más porque se debe mantener sólo el deseo de la presencia de Dios rechazando las cosas inútiles.
Se puede comparar el silencio a una gema de gran valor que muchos desconocen, que se puede aun obtener frenando la natural locuacidad, limitando el desorden interior acumulando humo de palabras inútiles que desencadenan miles de defectos.
Para oír en la intimidad la voz del Señor, deben callar los deseos, las ambiciones, los intereses personales, los falsos juicios, las inquietudes, las preocupaciones porque la suma de estos factores apaga el espíritu inherente a la fe. En el silencio, en la paz en la serenidad, se puede desencadenar en nuestro corazón un incendio de Amor tal que nos haga gustar el paraiso de delicias.
No sólo en la quietud del alma está más disponible y dócil la Palabra, sino que se dispone al abandono y se abre a la esperanza. Sumergida en el silencio, escucha, favorece su deseo de dialogar con Dios mediante la oración. Serán diálogos llenos de amor y de fervor.
Una invitación especial
Si usted quiere lograr esta alegría y adquirir las virtudes, escuchar la invitación de Jesús: "Todo lo que pidáis en la oración, recibiréis" (Mt 18:20). De hecho, sin oración, ningún camino espiritual es posible, ni se puede seguir las huellas de Jesús, nuestro Salvador.
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