San Antonio
Antonio como San Francisco fue por la vida de guerra del tiempo y atraído por la vida cómoda que le era permitida por la posición social de su familia.
Al joven Antonio, como para Francisco, llego la llamada de Dios. El joven acogió tal exhortacion y tomo sin duda la vía que lo conducía a seguir a Jesucristo.
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San Antonio de Padua
Dejó el rico palacio de la familia para entrar en la abadía de San Vicente con los Canónigos regulares de San Agustín y después en otra en Coimbra. En este monasterio adquiere una instrucción por los religiosos, un profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras. Al terminar sus estudios, fue ordenado Sacerdote a la edad de veinticinco años.
Desde lo profundo de su corazón el joven Antonio anhelaba una vida nueva, donde la fe, en el abandono total en las manos de Dios, pudiera reaccionar con toda su fuerza.
Desde Marruecos llegaron a Coimbra las reliquias de cinco misionarios franciscanos decapitados después de haber sufrido crueles torturas, fueron depositados en la Iglesia de la Santa Cruz anexa a la Abadía donde se encontraba Antonio. Mientras veneraba a los mártires, vio los seguidores de Francisco que habían acompañado los restos, todos vestidos humildemente, con las esposas en las manos y delgados por las privaciones de un largo viaje, pero que transmitían, en su simplicidad, una fe ardiente. Antonio quedo tan fascinado del mundo franciscano por su pobreza, de su amor fraterno tan simple, pero sobre todo por su fe ardiente.
Desde aquel momento nace en su corazón el deseo de abrazar la vida de aquellos miserables para donarse completamente a Dios. Un día, mientras Antonio estaba celebrando la Santa Misa, le apareció en una visión un fraile que se transformo en un pajarillo, alzando el vuelo paso velozmente las llamas del purgatorio para lanzarse hacia el cielo. Antonio inmediatamente entendió que la vía mas veloz para alcanzar el Reino de Dios era la vía indicada por los franciscanos.
Su deseo se realizó cuando algunos franciscanos tocaron a la puerta de la Abadía para pedir limosna, se le inspiraron la aspiración de unirse al movimiento franciscano: fue acogido y se puso el hábito franciscano. Antonio, impulsado por el amor de Dios, soñaba con sufrir el martirio de misionero, mientras llevaba la palabra de Dios en Marruecos, aun así, Dios tenía otros proyectos. Obtiene la autorización para la misión, pero apenas llegó en Marruecos lo ataco una grave enfermedad, debiendo permanecer en un jergón en la oscuridad y a temblar los dientes por la fiebre causada por la malaria. Debiendo a este punto, rendirse ante la voluntad de Dios que lo guió en caminos que nuestro Santo nunca habría imaginado recorrer.
Durante el viaje de regreso la nave empujada por vientos contrarios fue arrastrada a las costas de la Sicilia. Enfermo y desilusionado, Antonio se dirigió a Asís y ahí encontró a San Francisco, el pobre de Asís, quien logró darle de nuevo la paz y vigor a aquel discípulo desconocido.
Durante una ordenación sacerdotal faltó el predicador designado, así el Superior invitó a Antonio a sustituirlo. El talento aparece en todo su fulgor ya que da un sermón tan fervoroso que encantó a los presentes. Desde aquel día fue enviado a llevar a la gente la buena noticia del Evangelio.
Antonio derramaba el Amor ardiente que demoraba en su propio corazón en los sermones, su palabra era tan ardiente que era capaz de encender la fe de los presentes. Exaltaba sus almas. Exhortaba a purificarse. Las exhortaba a perseguir la humildad y de la castidad. Su enseñanza se apoyaba sobre las propias experiencias, exhortaba a ser contaste en el ejercicio de la oración, una practica indispensable para obtener de Dios la ayuda necesaria para combatir los vicios.
Ladrones, usureros, avaros, pecadores de todo tipo eran invitados a la conversión y a reaccionar según las enseñanzas del Evangelio, a confiar en Dios para no sufrir la ruina eterna. Con la extraordinaria elocuencia Antonio sabía encantar las masas que lo seguían, así el difundía la verdadera fe y no sólo, defendía a los débiles, consolaba a los afligidos e inflamaba por los ideales cristianos.
Antonio utilizo todos los instrumentos científicos entonces conocidos para profundizar siempre mas el conocimiento de la verdad. Logró sacar de las Sagradas Escrituras la sabiduría, la fuerza apostólica, la esperanza y una ferviente caridad.
Su amor por Jesús era tal de verlo mas allá de la Eucaristía. Sus frecuentes visitas al tabernáculo lo volvían siempre mas vigoroso en la fe y campeón en la esperanza. Dios premio el amor y la fidelidad de su siervo obrando a través de el tantos milagros. Hizo de Antonio un testigo creíble. Se revelo muy pronto un hábil taumaturgo, así mismo las curaciones sucedían con el solo tocar de su habito.
El tiempo para Antonio era precioso y no perdía ningún instante en ocupaciones que no fueran para la gloria de Dios. En sus enseñanzas habían siempre exhortaciones a no desperdiciar inútilmente este bien precioso que si era bien utilizado podría traer muchos frutos.
Llegado el momento del encuentro con el Señor, Antonio extremado pero lucido, quiso recibir el sacramento de la reconciliación, la Santa Eucaristía, y la unción de los enfermos. Después, con voz débil entono el himno a la Virgen. Con ojos luminosos el Santo miraba fijadamente delante de él. "¿Que vez?" le preguntó Fray Lucas, "Veo a mi Señor" murmuró el moribundo. La agonía fue muy breve, el transito fue leve y sereno. Se apagaba a los treinta y seis años uno de los mas grandes apóstoles de Cristo.
En este ejemplo de humildad, de extraordinaria fe y de excepcional virtud no se puede no ver la elección de Dios, el hijo amadísimo que en cada instante de su vida se desvivió por difundir el amor y la palabra de Dios.
Antonio no se "ahorra" a si mismo, predicaba incansablemente, enseñaba, confesaba, cansado llegado al final del día sin haber comido, porque mucha era la gente que corría a escucharlo.
Un aura de milagro rodeaba a su persona, la consideración y la estima que le tenían era tan grande de ser considerado ya un santo. Antonio poseía dones de fiabilidad y equilibrio, fruto de su sabiduría intrínseca.
La devoción a San Antonio de Padua se difundió en todo el mundo. Hoy, como en el pasado, numerosos son los fieles que se dirigen a el para obtener su intercesión y para invocarlo como "dulce consolador de los pobres".
No obstante las profundas transformaciones culturales en estas últimas décadas, el tiempo no ha borrado esta figura tan luminosa que continúa a fascinar millares de devotos en todo el mundo con su santidad.
Es más, el culto a San Antonio fue gradualmente aumentando hasta volverse un culto mundial, que pasa las fronteras de la Iglesia Católica. Hoy no existe un pueblo que no lo conozca, no existe un creyente que no lo venere, una particular devoción que representa un fenómeno único, un misterio..
Una invitación especial
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