San Francisco
La vida de San Francisco va más allá de la leyenda. Francisco de Asís fue un joven como tantos abandonado a los placeres de la vida, pero un día tuvo que hacer cuentas con la llamada del amor divino y para él no fue fácil deshacerse de todo.
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El pobre en Asís
Sí, Francisco tuvo el atrevimiento de confiar a ciegas en Dios y dejo la vida y su suerte en Sus manos. Vuelto pobre entre los pobres, fue libre que cantar con el corazón alegre, al unísono con toda la creación. Fue arrastrado por el amor divino sobre las más altas cumbres espirituales y de allí logró ver en cada ser, la chispa del Amor de Dios.
Francisco no fue tierno con él mismo. Sometió el cuerpo a una férrea disciplina con tal de suprimir todos los afanes y todos los deseos impuros. Un día, cuentan las crónicas del tiempo, se revolcó desnudo en la nieve para reprimir la tentación de la carne. Para mortificar su humanidad llevó un cilicio que le atormentó la carne. Vistió un humilde y grosero vestido hecho de crin que le enrojeció la carne y lo defendió ni del frío ni de las condiciones climáticas. Sometió el cuerpo a muchos ayunos y adquirió la fuerza para vencer lo humano y subir rápidamente los peldaños del verdadero amor. Su alma adquirió tanta fuerza y magnificencia de resplandecer en el amor puro.
Un día Jesús conquistado por tanta humildad, fidelidad y amor, pregunta a este pobre, que cosa quisiera en premio, Francisco no pensó mínimamente en él mismo, pero pidió la salvación de las almas. Consiguió así para todos los hombres de buena voluntad el perdón de Asís. Papa Honorio III certificó esta solicitud y promulgó a tiempo breves la indulgencia plenaria, nota como el Perdón de Asís. También hoy cada fiel puede valerse de este perdón en las formas establecidas por la Iglesia. Es un regalo grande, porque permite el abrir a cada uno de nosotros, las puertas del Paraíso.
La locura de Francisco fue la locura de la cruz. Fue tan grande en él el deseo de imitar a Jesús, también en el sufrimiento atroz de la cruz, que fue atendido. Un día recibió de Cristo sobre el monte del Verna, las cinco llagas de nuestro Dios Jesús Cristo y estos Estigmas le fueron imprimidos en la carne. Este desmesurado sufrimiento que duró por los años a venir, sólo fue soportada por su inmenso amor. De Francisco crucificado, emanó una luz cada vez más pura y tan intensa que hechizar el mundo, ya que fue una luz reflejada por Dios.
Francisco quiso ser el humilde entre los humildes, un ser pequeño y tierno de la Creación. La voz alegre de su corazón ardiente, perforó las nubes y llegó al Corazón de Su querido Jesús. Francisco socorrió, sustentado por el amor de Dios, doliente, enfermos y leprosos. Nunca se habían escuchado en aquella tierra cosas tan grandes: "Los muertos resucitan, los ciegos ven, hombres y mujeres que se curan de cada enfermedad y muchos son liberados por el demonio." Hechos sorprendentes que ocurrieron no sólo mientras el Santo estuvo en vida, sino también después de su partida al Cielo. Durante el proceso de canonización de Francisco fueron reconocidos más que cuarenta milagros.
La pobreza del humilde fraile causa sensación. Él demostró a si mismo y al mundo entero que fue posible adherir de modo radical al amor de Dios. Por esta aceptación el amor le abrió las alas del espíritu y él se volvió sólo amor.
Cuando, en el tiempo establecido por la Gracia, fue llamado a la casa del Padre, mientras los cofrades lo acomodaron sobre la tierra desnuda, ya se vislumbraba su gloria futura. A pesar de que estuviera por bajar el crepúsculo, las Alondras vinieron en gran multitud sobre el techo de la casa, justo en la hora de su tránsito. Fue como si la Creación quisiera dar homenaje a su alma, que pura se hundió en el amor divino.
Su estilo de vida, su amor como su actuar, ha sacudido en el espíritu las muchedumbres de aquel tiempo. Hoy, como entonces, la luz intensa emanada por este espléndido Santo puede inducir cada criatura a reflexionar sobre el por qué de la vida.
Francisco puede solicitar el hombre moderno a caminar sobre las sendas de la conversión para llegar hundirse en el fuego ardiente del amor divino, que quema pero no consume, que licúa cada impureza y concede aquel ardor necesario para vivir con alegría la experiencia terrenal. Y el alma desatada por cadenas humanas, será libre de volar alegre en el cielo de Dios.
Una invitación especial
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