Pecado e inmoralidad
Rebelión contra Dios y su voluntad
El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la recta conciencia; es una transgresión en orden al amor verdadero, hacia Dios y hacia el prójimo, a causa de un perverso apego a ciertos bienes.
(Catecismo 1848)
El pecado se levanta contra el amor de Dios por nosotros y aleja de él nuestros corazones... El pecado por lo tanto es « amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios ». Por tal orgullosa exaltación de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús, que realiza la salvación.
(Catecismo 1850)
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LA CONVERSIÓN PIDE RECONOCER EL PECADO
Los partidarios de esta trampa conceptual afirman que el pecado se debe considerar una reliquia histórica para quedarse en el pasado oscurantista. En este tiempo de progreso, es justo y también licito apagar libremente cada concupiscencia u obscenidad sin cuidar el moralismo. Frente a este modo de pensar podemos preguntarnos: ¿se puede ver a un asesino feliz, a un adúltero hacer feliz a su esposa y un sembrador de odio recoger amor?
Los Diez Mandamientos no son prohibiciones establecidas por un Dios severo y deseoso de imponer sus leyes, son, más bien, un aviso de lo que nos aleja de Él, del bien y de la felicidad. Cumpliendo el decálogo tenemos la oportunidad de evitar atropellos, engaños, explotaciones, maledicencias y una serie de actos negativos; huir de todo esto tendría repercusiones positivas en toda la sociedad. Debemos saber que la vanidad, la sensualidad, el apego a la comodidad y a los placeres conducen primero a la insensibilidad, después a la soberbia, avaricia, ira, lujuria, pereza, apatía; si estas acciones son repetidas de forma habitual generan vicios, inclinaciones perversas y esclavitud. Cada desorden tiene como origen una pasión, que en combinación con la concupiscencia apaga la luz del intelecto.
Es penoso burlarse, ofender, robar porque conduce a la maldad, que se refleja en nuestro ser. Son graves las faltas carnales, las espirituales, de pensamiento, de palabra y de omisión que oscurecen, turban, desconciertan y debilitan el alma. Sin duda alguna, la más pérfida, severa y dañina es el orgullo, que quita luz al alma, la corrompe en su juicio, la liga de un modo desatado al dinero y a la avaricia, hace amar las cadenas humanas, encontrar delicia en las espinas que destrozan.
Un pecado que se evidencia es un "escandalo" que conduce a otros a cometer un pecado mortal con un daño incalculable para sus almas. Las palabras verdaderas del Evangelio deberían hacer reflexionar a quien está en pecado ¡Ay del hombre que sea origen de escándalo y por su culpa caigan otros! Sería mejor que le pusieran al cuello una rueda de molino y sea arrojado al abismo del mar.".
(cfr. Mt. 18,6-7).
Existen además de los vicios capitales y los pecados mortales, el pecado venial que, por ser el fruto de una leve falta, provoca una desviación a la recta moral, debilita la caridad, dificulta los progresos del alma y en el caso de repetirlo, ataca la voluntad y predispone al pecado mortal. Es necesario evidenciar que el pecado es en esencia una ofensa a Dios, al amor y a la caridad.
Es bueno entonces impedir que las pasiones apaguen la luz de la fe para ser libres e interrogar a nuestra conciencia sobre las faltas; obrar de manera irreprochable depende exclusivamente de nuestra voluntad. Se necesita apartarse de la vanidad y las mentiras. Se necesita vigilar con la razón sobre lo que es bueno o malo y seguir las palabras de Jesús: "Sean usted perfectos como es perfecto Vuestro Padre celestial" (Mt. 5, 48) Adquirir virtudes y obtener la victoria sobre las imperfecciones necesita de asistencia espiritual por eso escuchemos a quien avala la misericordia de Dios; su único fin es hacernos abandonar la senda del pecado por una conversión al amor No dejemos para mañana lo que se puede hacer en el presente, tengamos como nuestro compañero el temor de Dios y pequemos menos.
Es claro que el pecado nos aleja del amor, del bien y de las virtudes; por eso, si deseamos restablecer la unión con Dios, debemos efectuar una sincera contrición y enmendarnos del mal cometido.
REFLEXIONA
Examínate y considera que el pecado mortal es un mal inmenso y no puedes negarte... ¡lo conoces! Muchas veces te han dicho que el pecado es el peor de los males que se pueda hacer, pues es portador de una malicia casi infinita que deshonra, ofende y a aflige a Dios. Aún así te has rebelado, despreciando la amistad de Dios; le has faltado el respeto y afligido el corazón; le has lanzado un desafío: "¿Por qué tengo que escuchar tu voz? yo no te conozco y no te quiero servir".
Tu comportamiento expresa el pensamiento: "Señor Tú me invitas a vivir según tus leyes; sin embargo, yo quiero vivir como se me antoja, yo deseo tomarme mis satisfacciones, por eso no quiero escucharte".
Ah, miserable, ¡pobre y ciego! ¿Cómo le puedes provocar tantas injurias al Señor?, ¿qué mal te ha hecho?, ¿por qué lo ofendes de este modo? Dime, ¿qué más podía haberte dado? Te ha regalado muchos talentos, te ha escogido como amigo y también como hijo y tú, ¿cómo le correspondes? ¡Con el pecado y la ofensa! Si otros hubieran recibido las mismas gracias, habrían correspondido con mucho fervor.
Para un cristiano la ofensa a Dios es un ultraje horrible. Tú, que debías comprometerte a defender a Dios de las innumerables ofensas del mundo; tú, que con el ejemplo deberías conducir a otros a Su Amor, ¿cómo tienes el valor de ofenderlo? Y no una vez, sino repetidamente, y has inducido a otros ha hacerlo.
¡Oh, cuánta malicia, cuánta ingratitud, cuánta perfidia! No eras digno de sus gracias y dones; merecías la condena; sin embargo, Él te ha soportado. Ahora el Omnipotente te llama a la penitencia y tú, ¿lo seguirás ofendiendo?