Meditaciones


Sagradas Escrituras

Monasterio

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, retomar, corregir, educar en la justicia, de modo que el siervo de Dios pueda estar bien preparado para toda obra buena".

(2 Timoteo 3:16-17)

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La palabra de Dios

La palabra de Dios es viva, eficaz y es más mordaz que una espada de doble filo. Es una palabra que realiza lo que dice y cuando nos alcanza es como una medicina. En efecto, nuestro ser es un conjunto de luz y de tinieblas, de bien y de mal, de verdadero y de falso, de bueno y de malo, y es la palabra de Dios la que obra la ruptura, la separación, divide y cambia. Con su poder penetra hasta el punto de división del alma y del espíritu, nos hace ver los sentimientos y los pensamientos de nuestro corazón.

A veces ni siquiera somos conscientes de cuáles son nuestros sentimientos, porque no sentimos nada, somos fríos e indiferentes a la voz de la conciencia que es la expresión del alma, de nuestra parte más profunda, donde residen los afectos, los deseos, las expectativas, las esperanzas más bellas, la parte que está viva, capaz de formular los pensamientos.

A veces no tenemos el tiempo, o el deseo de aprender a formular o de escuchar estos pensamientos, porque estamos distraídos o atraídos por las cosas de este mundo; así seguimos perdiendo ese orden interior al que Dios nos llama, así llegamos a la noche que estamos vacíos, rodeados por la aridez del desierto de los sentimientos, perdidos en la nada interior.

Necesitamos la palabra de Dios para recomenzar a percibir ese afán interior, que es la voz de Dios que nos habla a través de la conciencia, que nos enseña, nos ilumina, nos confirma y a veces nos reprocha.

Necesitamos escuchar Su voz para combatir el entumecimiento de la conciencia, que nos impide percibir la verdad. ¿Cómo podemos cuestionar nuestras malas acciones? ¿Cómo podemos corregirnos a nosotros mismos si no escuchamos la voz de la conciencia?

La palabra de Dios, cuando actúa, nos habla de Sus deseos y nos indica Sus expectativas y Sus expectativas sobre nosotros. Dios tiene un plan para todos nosotros, no solo a largo plazo, sino instante a instante y está esperando ahora mismo algo de cada uno de nosotros: al final del día, si hemos sido capaces de interrogar nuestra conciencia, descubriremos que nos esperaba allí mismo y no nos hemos ido, o que nos pedía esto y no lo hicimos.

Muchos se preguntan si existe el infierno y sobre todo cómo es. Si pudiéramos ver incluso una pequeña parte de él o si se nos permitiera preguntar a un condenado cómo vive en esa realidad, tal vez no seríamos tan escépticos; sin embargo, para imaginar qué tormentos atenazan a los condenados, basta pensar qué provocan los remordimientos y el aguijón de la conciencia por los que se pierde el sueño, no se tiene paz ni descanso para la mente.

Podríamos afirmar que el infierno interior es el amor traicionado, el no haber correspondido a una espera de amor, el saber conscientemente que alguien que nos ama nos estaba esperando, esperaba de nosotros que lo consideráramos como nosotros mismos y no lo hicimos. El infierno interior es ese sabor amargo que se siente por dentro por haber fallado por completo.

Y por lo general, cuando esto sucede después de haber pisoteado los sentimientos de los demás, nos la contamos, nos la damos la vuelta y nos olvidamos de ella, perdiéndonos en otras cosas efímeras; esta es la fórmula que a menudo adoptamos para narcotizar nuestra conciencia.

Pero un día, cuando estemos ante Dios, ya no habrá más ocio del mundo, solo habrá la verdad por la que el Señor nos pedirá y dirá: "de este amor inmenso que te he dado, ¿qué has hecho con Él? ¿Cómo correspondiste a este amor?" Todo se jugará allí y por lo tanto debemos aprender cada día a meditar sobre nuestro trabajo y a hacer un sincero examen de conciencia.

La Palabra de Dios no tiene ninguna utilidad si no educa y pone las bases para una vida diferente, si no formula propósitos nuevos. Lo que cuenta es la propia disposición de querer escuchar, con el corazón libre y deseoso de decir: "Señor, todo lo que me pidas lo haré, aunque sea lo más difícil del mundo, lo haré, ¡lo haré!".

Es necesario considerar esa Palabra como una palabra dicha directamente a sí mismo, querida por mí en ese preciso momento de mi vida, que se debe traducir en un propósito serio, un punto de no retorno, de lo contrario todo es inútil.

Como son inútiles las oraciones, si una vez recitadas no producen un cambio en la propia vida, aunque sea un pequeño paso cada día. Es necesario saber renunciar a las cosas que nos encadenan a los deseos, a las codicias, a las lujurias.

Somos muy propensos al compromiso para hacer dormir la conciencia; así también en la conciencia de nuestras debilidades, de nuestros pecados no hacemos nada, a lo sumo vamos a confesarlo. Pero no basta, más bien esto podría ser una ulterior carencia: el problema es que está en medio el amor, el cual no admite vacilaciones.

La palabra de Dios es, pues, una espada de doble filo que nos dice a cada uno de nosotros: "Ahora que tú sabes lo que es bueno y lo que es malo, debes elegir de qué lado estás." Debemos aprender a elegir, a saber decir que no, aunque signifique renunciar de mala gana a algo o a alguien. Tenemos que elegir entre seguir a Dios o a los hombres.

Si nos encaminamos al seguimiento de Dios, su palabra estará viva, nos ayudará en el camino de la vida y nos transformará.