Meditaciones


En las manos de Dios

Monasterio

Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará".

(Mc 8,34-9,1)

Únete a nosotros

Mi vida está en tus manos

"El Señor es parte mía de la herencia y en el cáliz: en tus manos está mi vida». Así reza el Salmo 15. Debemos recordar con frecuencia, cada día, que la vida no está en nuestras manos. Ciertamente, debemos ocuparnos tanto de las necesidades que conlleva la vida como de todo lo que concierne a la salud, sin embargo esta vida no nos pertenece porque es un don, y este don puede cesar en cualquier momento. Dios nos la ha confiado por un tiempo determinado y cuando termine, seremos llamados a presentarnos ante Él y entonces nos daremos cuenta de si hemos sido capaces de reconocer Su providencia.

Al observar la vida que estamos acostumbrados a llevar todos los días, no parece que esté en las manos de Dios, sino que parece que todo está en nuestras manos o en las manos de otros, con la ilusión de ser eternos: hemos exorcizado la muerte, viviendo la ilusión de un presente eterno, pero es un engaño de la mente que nos permite vivir lo efímero, haciéndonos olvidar que el infinito y la inmortalidad no pertenecen a ninguna criatura terrenal.

En cambio, para los que tienen la conciencia de un futuro eterno más allá de lo humano, deben poner siempre delante de ellos al Señor, en cada instante de su existencia y en todo lo que hacen, para que cada acción y cada cosa sea constantemente confrontada con las enseñanzas de Dios.

Nuestra vida, nos guste o no, está siempre en las manos de Dios. Quien pone su vida en sus manos, percibe su presencia y siente que Dios está a su lado y que no puede vacilar: incluso cuando se desatarán huracanes, pruebas terribles, situaciones de sufrimiento, tendrá en Dios un apoyo seguro. A veces nos sentimos asustados, confundidos, desorientados, deprimidos y tristes, ¿por qué? Porque nos sentimos desalentados, porque sentimos una soledad infinita dentro de nosotros, especialmente cuando por la noche volvemos a nuestra casa, a nuestra cama, a nuestra almohada, y estamos solos con nosotros mismos: en ese silencio interior de nuestra soledad, En esa oscuridad que nos oscurece ante el silencio de Dios, a veces podemos quedar atrapados por el desconcierto, desorientados por la duda, rodeados de tinieblas.

¿Cuántas veces nos hemos detenido a dar gracias a Dios por los dones que nos hace? Sin embargo, a Él le preguntamos siempre, le preguntamos todo, pero luego le dijimos también un simple gracias? Ese gracias que no admite ninguna palabra. Si miramos nuestras vidas, ¿qué es lo que nos falta? Sin embargo, ciertamente hemos vivido situaciones de sufrimiento que nos parecían cruces dolorosas, sin embargo inesperadamente hemos salido de ellas, y a veces esos mismos sufrimientos se han transformado en realidades fantásticas. ¿Cuántos de nosotros, frente a ciertas situaciones, han pensado de haber caído en desgracia y en cambio esas mismas se han revelado como una suerte increíble? Podemos creer que fueron fruto afortunado del destino, pero también de la providencia de Dios: solo con esta conciencia seremos capaces de decir "Señor gracias".

Algunos se justifican: "estamos distraídos por muchas cosas, por el trabajo, por la diversión para poder pensar en Dios", sin embargo, a pesar de tales distracciones nunca se olvidan de comer, beber y dormir. Es evidente que este Dios no es esencial para ellos, como comer, beber y dormir. Lástima que un día este cuerpo terminará y con él terminará la necesidad de comer, beber y dormir, Dios no. "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras - dice Jesús en el Evangelio - no pasarán".
(Mt 24,35)

Cuando nos presentemos ante Él, ¿qué diremos? Porque en ese momento seremos interrogados y juzgados sobre el amor, nadie podrá poner excusas. Nadie podrá decir que ha sido tomado por sorpresa o que se ha preparado sobre otros temas, porque el único argumento será el amor. Un amor hacia personas concretas, hecho de gestos concretos.

Interrogado Jesús respondió: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza» (Mt 22,37). Pero, ¿qué significa amar?
Si has estado enamorado, sabes muy bien lo que se siente, incluso si es difícil expresar en todos los matices este sentimiento, y es precisamente en esto que reside su magia.

El amor en síntesis es un sentimiento de afecto vigoroso, que se siente por una persona y se revela con el deseo de querer el bien del otro, de compartir la cotidianidad, de vivir la empatía y la estima recíproca. ¿Pero tener estima no significa creer en el otro? Y aquí es donde hunden las raíces de la fe. En este sentimiento hay una fuerza que nos permite afrontar todas las dificultades de la vida, porque nos hace sentir invencibles y capaces de superar cualquier adversidad, empujándonos a ofrecernos a nosotros mismos en el compartir.

Si amas, cree en la persona amada: trata de imaginar si este amor te ata a Dios, entonces experimentarás ese sentimiento que te lleva a una fe inquebrantable, que te guía a poner en práctica sus enseñanzas y Él entrará a formar parte de tu vida. Ten por seguro que Dios devolverá este amor tuyo con dardos ardientes que quemarán tu corazón. Te será fácil seguir Sus enseñanzas y Él te guiará y te apoyará en tu camino terrenal.

Cuando nos presentemos ante Él veremos y descubriremos lo que hizo palpitar nuestro corazón, no nos encontraremos ante un desconocido, Él mismo vendrá a nuestro encuentro para hacernos entrar en el gozo eterno. Pero a los que no lo han amado ni conocido, ¿qué sucederá? Él mismo dirá: "No os conozco" y el desenlace será diferente.

"¡Si me amas, no llores! Si conocieras el misterio inmenso del cielo donde ahora vivo, si pudieras ver y sentir lo que yo veo y siento en estos horizontes sin fin, y en esta luz que todo lo abarca y penetra, no llorarías si me amaras.
Aquí ya se ha absorbido por el encanto de Dios, sus expresiones de infinita bondad y los reflejos de su ilimitada belleza.
Las cosas de antaño son tan pequeñas y rápidas en comparación.
Me queda el afecto por ti: una ternura que nunca conocí.
Estoy feliz de haberte conocido en el tiempo, aunque todo era entonces tan fugaz y limitado.
Ahora el amor que me abraza profundamente a ti, es alegría pura y sin puesta de sol.
¡Mientras yo vivo en la serena y excitante espera de tu llegada entre nosotros, tú piensa así!
En tus batallas, en tus momentos de desesperación y soledad, piensa en esta maravillosa casa, donde no existe la muerte, donde beberemos juntos, en el transporte más intenso a la fuente inagotable del amor y la felicidad.
No llores más si realmente me amas".
(San Agustín)