La Palabra obra


Dios obra

Monasterio

La Palabra que sale de mi boca cumplirá lo que deseo
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé.
(Isaias 55,10-11).

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La palabra de Dios

A la que todos estamos llamados a ser oyentes, no es una palabra como la nuestra. Nosostros hablamos, pero no hacemos historia. La Palabra de Dios, sin embargo, es un acontecimiento, es una sustancia que realiza lo que duce, expresa, no las intenciones, sino las realidades, hace y es la historia del mundo. Ponerse y permanecer a la escucha de la palabra del Señor significa tomarse en serio la historia de Dios, llegando a ser partícipes de lo que el Señor es y de lo que el Señor hace.

Pero cuando pensamos en la palabra de Dios como suceso, como historia, no podemos menos que considerar cómo el Señor ha llegado al cumplimiento total de su palabra, de modo gradual. La revelación ha venido madurando a lo largo de los siglos, no sólo a través en sentido humano dichas por Dios al hombre, sino sino mediante las palabras en sentido dvino, que son las obras de Dios. En el Antiguo Testamento vemos exactamente cómo Dios habla con las palabras y con los hechos y, armonizando hechos y palabras, hace madurar el tiempo hasta la plenitud en que la palabra de Dios se cumple perfectamente. Es cuanto expresa la estupenda antífona del Domingo entre la octava de Navidad: "Mientras un absoluto silencio envolvía todas las cosas... tu Omnipotente palabra, oh Señor, ha descendido del Cielo". Es la plenitud del tiempo colmada por el culmen de la efusión de Dios: la Palabra de Dios, es decir, el Hijo Jesús, se convierte en historia nuestra, llega a ser acontecimiento humano, persona portadora de humanidad.

Jesús es la consumación de la palabra de Dios. En Jesús, Dios nos lo ha dado todo, nos lo ha dicho todo. Tengamos en cuenta que: decir y hacer es lo mismo en la omnipotencia misericordiosa de Dios y Jesús es la consumación del don, de modo que en Jesús la historia de la palabra de Dios se ha cumplido. Dios no tiene nada más que decirnos, porque ha dicho y dado. Jesús ha dicho y dado todo. He aquí porqué nosotros, llamados a ser oyentes, y apóstoles de Dios, estamos llamados a fijar la mirada, a prestar oído a las palabras de Jesús.

Dios Padre nos ha dado a Jesús, y Jesús no es un discurso, una teoría o una filosofía: Jesús es una persona verdadera y viva. En Él habita la plenitud de la divinidad, y a la vez la plena pobreza de la humanidad. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, y cuando en el Credso lo confesamos tal, hacemos el esencial acto de escucha. En efecto, es por esto que Jesús ha venido de este modo y se muestra en el Evangelio tan solícito de ser creido. Lo pregunta a todos. No pregunta si lo queremos, si lo estimamos: pregunta si creen en Él.

¿Porqué esta preocupación?. Porque Él es la Palabra de su Padre. Tiene una necesidad profunda de ser escuchado, porque el Padre Lo ha mandado para esto; para que sea escuchado. No se preocupa de Sí, lo está por el Padre que le ha mandado y quiere ser escuchado por medio de Él. Es en Êl a quien debemos prestar nuestra atención, nuestro abandono: "Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta", dice Felipe.

Ciertos deseos nacen sólo de la amistad y de la familiaridad con Jesús, es por esto que el Apóstol que no tiene aun conocimiento de Jesús, hasta el fondo, no está completamente iluminado por el hecho de tenerlo cerca, advierte el deseo de ver al Padre, y lo manifiesta, y la respuesta es inmediata, toda facilidad y ternura: "Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre". Jesús ha venido para hacer visible al Padre y para que el Padre fuese escuchado.

No hablará de más y lo mismo harán los Apóstoles, que hablarán y escucharán a Jesús y sólo a Jesús, porque Él es toda la revelación del Padre.

Con esto comprendemos qué puesto ocupa la persona de Jesús en nuestra vida espiritual y en nuestra realidad histórica, porque tal ha sido por un momento de la vida y de la historia del mundo, pero se mantiene para siempre en nuestra historia y en nuestra vida de creyentes. Esta perennidad de su presencia está ligada a la permanencia de la salvación obrada por Jesús,un suceso que no acaba jamás, porque incesantemente se propaga en el corazón de todo hombre y lo asume, si es fiel, a la historia de salvación, al Reino de Dios, a la fecundidad de la palabra santa.

Fuente de vida.

"Como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no regresan sin haber regado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer, así será la palabra salida de mi boca: no regresará a mí sin efecto, sin haber obrado lo que deseo y sin haber hecho lo que he mandado".
(Is. 55, 10-11).

La Palabra de Dios ilumina el alma y le infunde razones para vivir y la luz para guiar los pasos del camino en la vida. La Palabra encierra en sí un tesoro, la Palabra es profunda y no puede, ni se debe, leer con superficialidad, como cualquier periódico o libro de aventuras, sino que debe hacerse con reflexión, casi rumiada con el intelecto para buscar en la meditación, la iluminación y el recóndito significado.

La Palabra de Dios es esencialmente amor y su clave de lectura es el amor que, es el que puede quitar el velo y desvelar las Sagradas Escrituras, cuya fecundidad sobrepasa la inteligencia humana, puesto que la esencia es divina. En estas profundísimas palabras, Dios, en verdad, nos enseña a vivir dignamente, a descubrir sus múltiples dones que están en nosotros.

No se debe escuchar la Palabra de Dios y después dejarla correr como el agua sobre la roca, sin asimilar nada. Tal comporatamiento evidencia un grave problema de instrucción espiritual y que es necesario solventar, puesto que la ignorancia es la acérrima enemiga de la fe. Se entiende que para oír y saborear la Palabra es necesario habituarse a la escucha a través de un profundo silencio interior, porque Dios usa la voz de la conciencia. He aquí porqué la voz del Omnipotente no puede ser oída por los apresurados, por los superficiales o los distraidos. Para ellos no bastaría una voz potente como retumbar de trueno y así la Palabra, secándose, llegue a hacerse inútil. En la lectura es necesaria la humildad y disponibilidad para acoger prontamente toda iluminación, comprender cada pequeño movimiento del corazón que señale la presencia de Dios. Y este silencio interior es el momento oportuno para que la luz divina ilumine un paso o disipe una duda. Bajo esta luz tendremos la sensación de que Dios nos ha hablado.

A veces la Palabra ilumina la inteligencia y despierta la voluntad, guía los pasos para entrar en comunión por la fe y el amor con Dios. Se trata, sin embargo,de liberarnos de la falsa humildad y de ponernos frente a los Talentos que Él nos hadado. sólo así seremos capaces de activar el reconocimiento que pasa a través del don de nosotros mismos para llenarnos de Su amor. En las tinieblas, la inteligencia se vuelve tortuosa y al final sigue siendo incapaz de ofrecer ningún tipo de apoyo a las exigencias del alma, ni puede encontrar una ruta segura a lo largo de la existencia. Por esta razón es necesario dibujar con las dos manos la Palabra de Dios, fuente de toda sabiduria de vida eterna, que brotará para siempre y ningún ser humano jamás podrá secar.

No hemos olvidado en absoluto reconocer nuestra pequeñez ante la grandeza de Dios para recibir Su perdón. La misma Palabra nos purifica y cura de toda miseria. Meditada cada día puede hacernos madurar. Dios nada impone, ni siquiera nuestra posible curación, pero por el libre arbítrio, deja a sus criaturas amadas la facultad de aceptar Su amorosa ayuda.

No debemos engañarnos si la Palabra de Dios no tiene ningún seguidor, si no deja alguna huella, si no refleja en mi corazón: es porque requiere de una ulterior maduración. Es éste el momento de emprender un serio camino y pedir al Espíritu Santo que haga descender Su ardiente fuego sobre nuestra voluntad, para que nos guíe en la búsqueda del amor de Dios.

El amor en sí rompe todo esquema racional y es lo que desea el corazón, por tanto, ¿porqué no se consiente al corazón gritar a Dios y pedirle con fuerza y humildad, la verdadera capacidad de amar?. Esta es la mitad de los que vienen, pero es una meta tan árdua y tan alta que da vértigo. Colocada tan alta como para superar los cielos y presentarse ante el corazón ardiente de Dios, de donde viene toda fuente de vida.