Meditaciones


Santidad

Monasterio

No es la ciencia la que hace a los santos, sino la virtud. Sin la paciencia no podemos hacernos santos. Santifica a los demás santificándote a ti mismo.

(San Juan Bosco).

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Sed santos

"Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo". Esto dice el Señor a todo hombre porque cada hombre, cualquiera que sea su pertenencia, lleva en sí la imagen de su Creador y Padre. La santidad es, pues, realizar en sí mismos la semejanza con Dios, viviendo de manera conforme a su voluntad que se nos revela en los mandamientos. El hombre, pues, tiene el deber de realizar la "perfección moral".

La santidad se vive en nuestra vida como el ritmo de nuestra respiración; pero si se elige vivir en el mal no podemos vivir en la santidad. Es verdad que como seres humanos somos débiles y podemos caer en el pecado, sin embargo la caída puede convertirse en un camino hacia la humildad, porque de este modo se toca con la mano la propia debilidad en haber confiado solo en las propias fuerzas y por lo tanto emerge la exigencia de confiarse a Dios.

Lo que puede bloquear el camino que conduce a la santidad es la maldad que encierra en sí la maldad, la perfidia, la mezquindad de nuestro obrar y que nos convierte completamente en lo opuesto de Dios. La maldad es un gran veneno porque destruye a todas las personas involucradas. El medio de medir nuestra maldad son nuestros pensamientos: si reflexionamos sobre ellos, cada uno de nosotros es perfectamente capaz de entender si es bueno o malo.

La maldad es como un arma mortal: cada vez que la aceptamos, cada vez que la ponemos en práctica es como si matara el alma, porque la maldad oscurece la luz de Dios y nos hace semejantes al diablo; además destruye toda relación porque nos hace ver la realidad con los ojos de la envidia, y nos hace hundirnos tanto en las tinieblas que nos quita todo deseo de arrepentirnos.

Dios en tal caso no nos ayuda, no puede estar de nuestro lado, aunque no deja de enviarnos señales de amor y de conversión que, por desgracia, no serán escuchadas. Cuando actuamos con maldad nos volvemos como ciegos y queremos obligar también a los demás a ser ciegos como nosotros, debemos pedir al Señor que erradique nuestra maldad e implante dentro de nosotros la semilla de la bondad, para llegar a la santidad.

Por tanto, la santidad debe ser nuestra vocación. ¿Pero tienes este deseo dentro de ti? ¿Rezaste o tomaste decisiones para obtenerla? Nada debería alejarte del deseo de santidad, ni siquiera el luto, el sufrimiento o la enfermedad, ya que podrían ser el camino indispensable para alcanzarla. Si crees que Dios te sostiene y no te abandona, entonces lo crees incluso en el momento de la tribulación, de lo contrario caes.

Si amas a Dios hablando, la caída es inevitable. Sin embargo, el Señor siempre da la oportunidad de convertirse. Así que si descubres, después de años de camino espiritual, nuevos pecados u otras debilidades que minan la meta de la salud, significa que todo era una ilusión: en realidad no estabas caminando en la fe porque, si la luz de Dios te ilumina, cada debilidad, cada vicio y cada pecado se te revela, para que puedas evitarlo.

Para que no me elevara en soberbia por la grandeza de las revelaciones, me pusieron una espina en la carne, un enviado de satanás encargado de abofetearme, para que yo no vaya a la soberbia. A causa de esto he rezado tres veces al Señor para que la alejara de mí. Y él me dijo: "Te basta mi gracia; en efecto, mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad".

Por tanto, de buen grado me jactaré de mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. Por eso me complazco en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias sufridas por Cristo: cuando soy débil, es entonces cuando soy fuerte".
(2 Corintios 12,7-10)

Santidad cristiana

Sabemos que todo contribuye al bien de los que aman a Dios... Porque los que él desde siempre ha conocido la ha predestinado también a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos ftratelli; los que luego predestinó también los ha llamado; los que ha llamado también los ha justificado.
(Rom 8,28-30)

Todos los fieles de cualquier grado están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. Todos están llamados a la santidad: Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
(Mt 5,48).

Para alcanzar esta perfección, los fieles utilizan las fuerzas recibidas según la medida del don de Cristo, para que... en todo obedientes a la voluntad del padre, con todo su alma se consagren a la gloria de Dios y al servicio del prójimo.
(Catecismo 2013)