María Virgen


Guido II

Monasterio Elegido abogado de la Gran Cartuja en 1173 tras la dimisión de Basilio. Guido, de edad ya muy avanzada, tomó la responsabilidad de prior en 1180 y volvió a la vida de monje. Murió el 6 de Abril de 1192.

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Mater Misericordiae

Oh Virgen de las vírgenes, Señora mía, hermosísima de aspecto "en la que los ángeles desean fijar la mirada", dígnate mojar la punta de tu dedo en tu ánfora, aunque sea una gota de agua, mi lengua fatigada y reseca. "Toda hermosa eres, amiga mía, sin mancha alguna"; bellísimo tu rostro, castísimo tu cuerpoo, santísima de espíritu lo que es más especialmente esplendoroso en Tí, prontísima a socorrer las necesidades de los pobres. En efecto, tú eres la primera que desciendes a las más profundas fuentes de la misericordia, llevas tu ánfora llena de gracia a la espalda de tu inmensa comprensión.

¿Qué hizo entonces aquella niña que era tu figura, oh Señora mía?. Esto significa,oh Virgen bienaventurada, que tú me haces beber de tu ánfora incluso a mí, pobre pecador, jorobado u torcido. Te compadeces verdaderamente de nuestras carencias, más allá de lo que podamos pedir, esperar o pensar.

Oh Virgen, bellíma por tu rostro y tu viginidad, concédeme, te ruego, esta bebida y prepara para mí un lugar en el que descansar esta noche, puesto que, junto a tí, como dices, tienes un amplio lugar donde alojarse. Esta tierra en la que morimos es estrecha y los hombres inventan motivos para litigar: Mía es la tierra, mía es la fuente, mío es el bosque. Pero contigo el espacio para vivir es extenso. Introdúceme, Madre de Misericordia, en la casa de tu Padre, para que no me quede fuera, no sea que enferme por el frío del hielo y me asalten los terrores de la noche.Introdúceme porque tras haberme lavado los pies descanse para que "aspire la brisa del día y se alargen las sombras".

Tú me conducirás a tu esposo Isaac. En efecto, tú estás con la que verdaderamente el Señor ha preparado para el hijo de mi Patrón, para ser su madre, su esposa y hermana. Tú eres realmente la escogida y elegida entre todas las mujeres; tu estás llena de gracia, "el Señor está contigo". El Señor, Dios Padre, te ha elegido para el Señor, Dios su Hijo, para que tú nos prepares para Él. Tú que te dignas tomar sitio en la parte posterior de este camello que se arrodilla ante tí: prepara a tu Hijo único para nosotros. Hazlo favorable en el día en el que eliminará la tierra con el soplo de su boca.
(Meditatio VII, pp. 158-163)

Augustin Guillerand

Transparencia de la Trinidad.
Encuentro en Ella el abismo de este misterio divino que me atrae fuertemente y desde hace mucho tiempo: encuentro a los Tres que son Uno y, al lado de ellos,esta alma de sencilla campesina galilea, elegida por ellos para engendrar a Uno de ellos. La relación de María con la Santísima Trinidad, la vida que se desplegó en su Corazón desde el primer instante en que su alma se unió a su cuerpo, el movimiento perdido y pleno, en constante aumento, que la transporta al Corazón de Dios, que la tiene cautiva, sumergida con Él, con todas sus vistas, con su querer, con todos sus pensamientos y sentimientos, el deseo que Ella tiene de efundir esto en nuestros corazones, de comunicarnos esta unión y esta vida, de hacernos uno con Ella, por su mediación con Jesús y por medio de Jesús con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Qué argumento de meditación, de contemplación, de intensa mirada que recomienza sin fin y que se renueva recomenzando.

Inmensa profundidad.
Es difícil escribir sobre María. Ella conduce inmediatamente a las inmensas profundidades, donde una Palabra lo dice todo y esta Palabra no se puede explicar con las nuestras. Evidentemente no podemos pensar en penetrar en este abismo; es un misterio. El misterio de los misterios. No debemos temer el contemplarlo, porque es un misterio de luz y de amor; Dios quiere que se le mire, que se le prrolongue la mirada lo más posible y que se renueve con frecuencia; Êl se da en la medida de esta mirada y de su pureza.
No son sino balbuceos de niño, pero debemos conformarnos. María misma, por mayor que fuese nuestra contemplación, ha aceptado seguir nuestros oscuros senderos de la vida de fe: nosotros lo seguimos como Ella, pero con Ella, con nuestra mano en la suya dulcísima, el corazón en su Corazón purísimo y lleno de bondad.

Invadida por el Espíritu
la tarea de María se extiende hasta donde se extiende Jesús: ello se ejercita donde y cuando se ejercita el papel del Redentor. Nuestro Señor se da y se alcanza por medio de María. Ella está siempre entre Él y nosotros y luego una nueva generación para María. Lo que necesita ver en el Calvarioo es esta vida nueva y ésta nueva Madre de los vivientes: "Mujer, he ahí a tu hijo...He ahí a tu madre". La obra de María, en este circunstancia, no podía ser indicada más claramente. Jesús, en este instante acaba de engendranos. María asiste a este acto de engendramiento. Os asiste como madre que pierde a un Hijo para tener a otros. EL amor, el amor inmenso que la había invadido en el día de la Anunciación, u que había tomado posesión de su carne tras haber hecho su obra en esta Carne, se apodera de María para que Ella engendre en las almas. Es por eso que la Virgen se convierte de nuevo en "la mujer". "Mujer, he ahí a tu hijo". Ella empieza a realizar un papel de mujer que no había sostenido hasta ahora: empieza a engendrar a los vivientes cuya vida será la vida de este Espíritu, el Espíritu del Verbo hecho carne. Su cumplimiento no cambia, se dilata.

Una nueva generación empieza por la cruz, abraza a todos los que han creido o que creerán. "Mujer he ahí a tu hijo"; esta palabra ha dilatado inmediatamente, de modo inmenso, el seno de María, donde todos nosotros encontramos sitio. Su efecto fue inmediato, total. Ninguna resistencia al Espíritu de amor que le ha sido comunicado. Ella repite interiormente la única palabra de su existencia "Fiat". "Hágase en mí según tu palabra". Y así se hizo. Ella llegó a ser la madre de todos aquelllos a los que Jesús comunicará su Espíritu de amor. Ella posee este Espíritu de modo especial en este instante, por obra de estas palabras y por este motivo. Estará de nuevo presente el día de Pentecostés para recibirlo como miembro de la Iglesia: Bajo la cruz nos recibe como madre. María está de pie, firme y afronta serena para acoger esta plenitud de Espíritu, confiada porque nada personal le obstaculizará; ve este amor, se impregna de él, lo interioriza lo toma y es transportada, fuera de sí misma, por este Viento y se convierte en llama de aor, hogar que recibe a todos para efundirlo sobre ellos.

Ella, en apariencia, desaparece exteriormente, pero abre el camino a una actividad que va muy lejos y en la cual María tiene un papel que no puede ser olvidado. Pero la sombra en la cual la mediadora se ha retirado es un hogar de luz fecunda y la sombra de la Omnipotencia que la ha envuelto cuando el Epíritu santo desciende sobre la Vigen y María engendró al "Santo llamado hijo de Dios". Esta sombra se expresa tanto en Canaán como en Nazaret: "He aquí la sierva del Señor: estoy a disposición del Señor". Pero Ella se dirige a los siervos.

Derrama la luz tenue, allí engendra espiritualmente. Se convierte en madre de santidad, por la santidad que el Espíritu produce en y por Mará. Su obra es la Iglesia, en toda la historia cristiana, está todo aquí, con su carácter de humildad y confianza que señalan tan definitivamente a sus verdaderos hijos. La Virgen repite estas palabras especialmente a los que se abandonan en sus manos: "Haced lo que Él os diga". Jesús, como yo misma he hecho todo lo que el Espíritu me ha dicho, y, como yo, vosotros lo daréis a luz: en Él nosotros estraremos en relaciones recíprocas que todas las palabras de amor dejan entrever, pero no dicen ni dirán jamás.
(Contemplations mariales)

Dionisio El Cartujo

Madre y Reina dulcísima. Oh Reina gloriosísima, Virgen purísima, Madre grande entre todas las madres. María, te veo en la cima de la gloria y de la felicidad. Puesto que Tú, la más esplendorosa, eres la más admirables entre todas las criaturas. Tú eres verdaderamente Madre, asociada a la paternidad del Padre, teniendo en Él al mismo Hijo. Tú, madre excelentísima del Hijo Unigénito de Dios; tú tabernáculo exclusivo del adorable espíritu Santo Consolador y Madre del Que Êl procede. Tú eres la amiga íntima de la Trinidad esencial y bienaventurada, la custodia de los secretos, oh mejor partícipe de su norma de vida y de su gloria. Dios Creador, el primer artífice te ha hecho así: y tan grande, tan amable y tan perfecta que Él mismo ha amado tu belleza y tu esplendor.

Él ha venido a Tí sin cambiar de lugar, ha entrado en Tí, en el centro de tu Corazón, colmándolo de toda gracia con abundancia de toda virtud, de toda perfección, formándose por ello la sustancia de una carne himana y Cuerpo Santísimo por tu purísima sangre en el seno virginal. Él ha habitado en Tí y descansado como en un trono dignísimo en una corte real: en una habitación celestial y santísima.

Él, cuya vida es eterna, nacido por el Corazón infinito e incomprensible del Padre, ha querido nacer en el tiempo del seno de tu fecundidad, como el esposo de su tálamo, verdadero Dios y hombre perfecto en la unidad de la persona. Este Rey de los cielos, este Señor de los ángeles, nacido de Tí, Tú lo has abrigado entre tus brazos, nutrido en tu seno, acariciado por tus manos y has vivido en una maravillosa intimidad con Él en la tierra durante 30 años, hasta que partió para predicar y entondes Tú lo seguste hasta su muerte en la cruz. Y ahora, dulcísima Virgen, ¿quién podrá comprender la abundancia de gracias, la plenitud de carismas divinos que te ha regalado tu Hijo, verdadero Dios y tu Creador?.

Es evidente que Él te ha enriquecido, de tal modo, más que a nadie, te he enaltecido entre todos los elegidos, con todas las virtudes y beneficios, como convenía a una Madre, a una Reina, a una esposa tan noble, que ser adornada, colmada y elevada sobre todos los siervos de Dios. He aquí, oh amable y venerable madre, desde que has sido asociada a Dio Padre, eres verdadera Madre de Dios tu dignidad es infinita. Por derecho, y gracias a este privilegio de maternidad divina, Tú tienes autoridad para mandar a toda criatura celestial y terrenal. Pero, ¿que digo? "¿a toda criatura" cuando tienes autoridad sobre Dios de Tí nacido según la naturaleza humana que por Tí Él ha asumido, aun ahora y para siempre te honra como su Madre muy amada?.

Oh Madre, nosotros no podemos comprender tu dignidad, tu santidad, tu gloria, pues no merecemos contemplarte ni homenajearte como sólo Tú mereces. En esta vida podemos conocer el Creador a partir de las Criaturas, atribuyéndoles, en grado eminente, todo lo que tienen de perfección y bondad, excluyendo las imperfecciones. Del mismo modo, dulcísima María, te contemplamos sobre las demás mujeres.

Amémosla con fervor, después de Dios, invoquémosla con la más grande de las devociones porque Dios la ha hecho lo que es, porque Ella es grande en sí misma, porque hemos obtenido y recibido, gracias a Ella, grandes bienes, porque siempre tenemos necesidad de su misericordia y ayuda, y porque en el reino de los cielos su presencia y su vista acrecientan, de modo infable, la recompensa accidental de los bienaventurados. Debemos alabarla y saludarla con asiduedad, alegrarnos de todo corazón de su beatitud. En, y por su medio, bendigamos, alabemos y agradezcamos a Dios Altísimo que ha manifestado, de modo tan excelso, toda la caridad, su munificiencia, su bondad y sabiduría en esta obra tan buena como incomparable, que es María, y que nuestro corazón se alegre en tanto en cuanto son las veces que se acuerda de Ella. María, después de Dios, es siempre nuestro consuelo.

Y Túmi buena Reina, Abogada mía tan misericordiosa, Madre mía tan afectuosa, custodiame siempre: ayúdanos, gobiérnanos, conservanos y guíanos hacia el puerto de la salvación eterna.
(De laude et commendatione solitariae vitae, art. XXIX, Opera omnia, t. 38, p. 366)