María Virgen


Camino

Monasterio En el camino de la fe María es importante, pero muchos no lo reconocen y objetan a quien lo ha entendido diciendo: ¿Por qué tienen que presentarnos a la Virgen cuando podemos apelar directamente a Jesús, que es Dios?.

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Sierva del Señor

Meditar sobre lo que aconteció en las bodas de Caná, responde al problema. Narra a tal propósito el Evangelio: Cuando faltó el vino, María dijo a Jesús: "No tienen vino". Le respondió Jesús: "Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora". La Madre dijo a los sirvientes: "Hagan lo que él les diga".
(Juan 2, 3-5)

¿No había visto Jesús la escasez del vino y la consecuente incomodidad en que se encontrarían los esposos? Ciertamente sí, pero todavía no había llegado su hora.

La mamá, que no deseaba arruinar la felicidad de los esposos, apeló al hijo diciendo: "no tienen vino" y, no obstante la respuesta de Jesús: "... Aún no ha llegado mi hora", dijo a los sirvientes "Hagan lo que él les diga". En su corazón sabía ya la respuesta del Hijo: Él, en efecto, no podía rechazar su solicitud porque ella apelaba al amor.

Esta vicisitud ilumina, y al mismo tiempo revela el potente vínculo de amor que fluye entre la Mamá y el Hijo.

En segundo lugar, es el mismo Jesús quien nos invita a considerarla como nuestra Mamá: Jesús, al ver a la Madre y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Después dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu Madre"
(Juan 19, 26-27)

El apóstol Juan, que estaba a los pies del patíbulo, representaba de alguna manera a aquellos que en los siglos futuros serían recogidos debajo de la cruz.
En aquel tiempo de atroz sufrimiento, la Virgen ofreció a su Hijo para nuestra salvación y pagó por todos nosotros. Ya entonces nos amaba inmensamente y su corazón derramaba amor.

Jesús nos revela, usando el término "hijo", que nos deja como mamá a Su Mamá terrena, una potente aliada que siempre intercederá por nosotros ante Su Sacratísimo Corazón. Y Él no sabe resistir nuestras afligidas súplicas, cuando a éstas se añaden los dulces requerimientos de su amada Mamá.
Hay, sin embargo, quien no puede imaginar la razón por la cual Jesús nos ofreció a Su Mamá. Pues bien, de este modo Él decidió, con su inmenso amor, regalarnos todo posible medio de salvación.
Todos y cada uno conocemos las delicadezas, los sacrificios, el amor que una mamá sabe ofrecer a lo largo de su vida, y cómo en el nombre suave de "mamá" se encierran los más dulces sentimientos y las esperanzas más grandes de nuestros corazones.
A ella recurrimos en los momentos más turbulentos y en las situaciones más difíciles para escuchados y encontrar socorro, un puerto seguro donde obtener refugio en el mar en tempestad y una guía resuelta en el rumbo de la vida.

Una madre acepta cualquier sacrificio con tal de allanar el camino que conduce a la felicidad del amado hijo. Ahora bien, si estas consideraciones tienen valor para una mamá terrena, lo serán con mayor razón para la Mamá Celestial en la cual se resumen, en modo sublime, todas las virtudes.
Su amor es tan puro e inmenso que ninguna criatura humana podrá igualarlo; jamás. Por tanto, si es tan natural confiarnos a la mamá terrena, ¿por qué no nos abandonamos confiados al corazón inmaculado de María?
Ella anhela que estemos a su lado, para animarnos cuando estamos afligidos, abatidos, olvidados; para guiar nuestra existencia hacia el amado Hijo que será fuente de nuestro regocijo. La suya es una prueba tangible de cómo y a qué extremos puede llegar el ser humano.

Preservada por la gracia, pero con una naturaleza humana idéntica a la nuestra, tuvo en la extrema humildad su punto más luminoso. Escogida para ser la Mamá de Dios ella respondió al ángel: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según Tu Palabra" (Lucas 1, 38). A Isabel le dijo: "Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava".
(Lucas. 1,46-55)

Por su extrema humildad, Ella fue escogida para llevar a cumplimiento el Plan Divino que comprende la redención del hombre. Se inclina ante la voluntad de Dios diciendo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según Tu palabra".
De su actuar se obtiene un luminoso y sumo grado de humildad, que contrasta muchas veces con nuestra arrolladora soberbia. María nos enseña que la humildad es la virtud necesaria para adentrarse en el camino de la fe. Además, Ella fue una criatura idéntica a nosotros excepto en el pecado, por lo que conoce bien la naturaleza, las debilidades, los deseos y las miserias humanas. Por eso, ¿quién mejor que Ella puede revelarnos enteramente a Jesús?

Muchas veces captamos del Evangelio la enseñanza del Maestro pero, pero a través del aspecto humano que se encuentra por debajo del espíritu, de vez en cuando caemos en el desconsuelo y abandonamos el camino. Es entonces cuando acudimos a la Estrella de la Mañana que nos tome de la mano y nos hace entender el amor por Jesús.
Tenemos por eso que aprender a amarla para confiarnos a Ella como a una tierna Mamá y ella suplicará a su Hijo, a fin de que nos conceda en abundancia la gracia y la fortaleza. Sólo un Dios extraordinariamente bueno podía pensar en regalarnos este camino que, por medio de María, nos hace unirnos alegres a Jesús.