Amor de Dios
Según San Buenaventura, el amor de Dios es la fuente de todo bien, la meta de todo deseo, la vida de cada alma.
El amor de Dios se manifiesta en la creación, la redención, la santificación y la glorificación.
El amor de Dios se comunica al hombre a través de la gracia, los sacramentos, la Palabra y el Espíritu Santo.
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Dios nos ama
Hasta aquí, según me inspiró Dios, te he enseñado, oh siervo del Señor, cómo debes entrenar tu mente para subir de escalón en escalón y progresar en cada virtud. Ahora queda decir de todas las virtudes, que la caridad, es la única que lleva al hombre a la perfección. Si se piensa en los vicios mortificantes, en proceder en la gracia, en alcanzar la perfección absoluta, no se puede pensar en nada más útil que la caridad.
Así dice Próspero en el libro De Vida contemplativa: «La caridad es la vida de las virtudes y la muerte de los vicios. Así como la cera se derrite ante el fuego, así los vicios desaparecen ante la caridad. La caridad tiene tanta fuerza que sólo ella cierra el infierno, abre el paraíso, sólo ella da la esperanza de la salud, sólo ella nos hace agradecidos a Dios... Es de tal valor que entre otras se la llama la virtud por excelencia; la cual quien la tiene es rico, rico y bienaventurado, quien no la tiene es pobre, mendigo e infeliz.
Si miramos mas alla de esas palabras a los corintios; Si no tengo caridad, no soy nada, explica la Glosa: "Piensa en lo alta que es la caridad: si falta, las demás virtudes son inútiles, mientras esté, están todas y quien comienza a tenerla tiene el Espíritu Santo". Y dice San Agustín: "Si la virtud debe conducir a una vida bienaventurada, afirmo y digo que la virtud es un nombre vano, excepto el supremo amor de Dios".
Si la caridad tiene tal valor, debemos tratar de poseerla con preferencia a todas las demás virtudes; porque no es una caridad cualquiera, sino que es la única mediante la cual se ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por amor a Dios.
Tu mismo Esposo te dice en el Evangelio cómo debes amar a tu Creador: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Comprende bien, oh amadísimo siervo de Jesucristo, qué amor quiere de ti tu amado Jesús: quiere que entregues todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente a su amor, para que en todo tu corazón, en todo tu alma y en toda tu mente nadie más posea ni siquiera una pequeña parte con él.
Entonces, ¿qué harás para amar confiadamente al Señor tu Dios con todo tu corazón?
Escucha a San Juan Crisóstomo. Él nos enseña: "Amar a Dios con todo el corazón significa que tu corazón no esté puesto en amar a nadie más que a Dios; que nada te deleite más que Dios, ni las bellezas mundanas, ni los honores, ni siquiera tus seres queridos. Si en cualquiera de estas cosas pones tu mente y tu corazón, he aquí que no amas a Dios con todo tu corazón”, te conjuro, oh esclava de Cristo, no te engañes en materia de amor. Ten por seguro que ya no amas a Dios con todo tu corazón si amas algo más que no es en El y para El.
De ahí que san Agustín concluya: “Señor, los que contigo aman otra cosa, poco te aman”.
Por tanto, si amas algo y por este amor no progresas en el amor de Dios, ya no amas a Dios con todo tu corazón. Y si amas algo, y por eso descuidas tus deberes y la causa de Cristo, ya no amas a Dios con todo tu corazón. Ama, pues, verdaderamente al Señor tu Dios con todo tu corazón.
Pero no basta con hacerlo de todo corazón. Debemos amar al Señor Jesucristo con toda nuestra alma.
¿Y cómo? — Escuchen a San Agustín que les enseña: Amar a Dios con toda el alma significa amarlo con toda la voluntad y sin contradicciones.
Ciertamente entonces amas a Dios con toda tu alma, cuando haces voluntariamente y sin oposición alguna, no lo que quieres, no lo que el mundo recomienda, no lo que tus sentidos te sugieren, sino lo que sabes que Dios quiere.
Ciertamente, pues, amas a Dios con toda tu alma, cuando por amor a Él te expones incluso a la muerte, si es necesario. Pero si, por el contrario, has sido negligente en algunas de estas cosas, entonces no, no amas con toda tu alma. Ve, pues, ama al Señor tu Dios con toda tu alma, es decir, conforme en toda tu voluntad a la voluntad divina.
Y no sólo con todo tu corazón y con toda tu alma, sino también con toda tu mente, ama a tu esposo Jesús el Señor.
¿Qué tal con toda la mente? Escuchen nuevamente a San Agustín que les enseña al respecto diciendo: "Amar a Dios con toda la mente significa amarlo con toda la memoria sin olvidarlo nunca".