San Buenaventura

Teólogo

Monasterio San Buenaventura es considerado uno de los principales pensadores de la tradición franciscana, que también gracias a él comenzó a convertirse en una auténtica escuela de pensamiento, tanto desde el punto de vista teológico como filosófico.

Defendió y volvió a proponer la tradición patrística, en particular el pensamiento y el planteamiento de san Agustín.

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Pensamiento de un santo

Luchó abiertamente contra el aristotelismo, aunque adquirió algunos conceptos fundamentales para su pensamiento. También valoró algunas tesis de la filosofía árabe-judía, en particular las de Avicena, inspiradas en el neoplatonismo. La idea de la primacía de la sabiduría se repite continuamente en sus obras, como alternativa a una racionalidad filosófica aislada de las demás facultades del hombre. De hecho, sostiene que: la ciencia filosófica es un camino hacia otras ciencias. Quien se detiene queda sumergido en la oscuridad. Según Buenaventura, Cristo es el camino hacia todas las ciencias, tanto para la filosofía como para la teología.

El proyecto de Buenaventura es una reducción de las artes no en el sentido de un debilitamiento de las artes liberales, sino más bien de su unificación a la luz de la verdad revelada, la única que puede orientarlas hacia el objetivo perfecto al que tiende imperfectamente todo conocimiento, la verdad en sí mismo que es Dios.

La distinción de las nueve artes en tres categorías, natural (física, matemática, mecánica), racional (lógica, retórica, gramática) y moral (política, monástica, económica) refleja la distinción de res, signa y actiones, cuya verticalidad no es nada más que un viaje iniciático por grados de perfección hacia la unión mística.

Para Buenaventura, la parcialidad de las artes no es otra cosa que la refracción de la luz con la que Dios ilumina el mundo: antes del pecado original, Adán supo leer a Dios indirectamente en la creación, pero la caída fue también la pérdida de esta capacidad. Para ayudar al hombre a recuperar la contemplación de la verdad suprema, Dios le ha enviado un conocimiento adicional que unifica y orienta el conocimiento humano, que de otro modo se perdería en la autorreferencialidad.

A través de la iluminación de la revelación, el intelecto activo es capaz de comprender el reflejo divino de las verdades terrenas enviadas por el intelecto pasivo, como pálidos reflejos de las verdades eternas que Dios piensa perfectamente a través de la Palabra.

La verdad perfecta, absoluta y eterna en Dios, no es un hecho adquirido, sino una fuerza cuya dinámica se implementa históricamente en la regencia de las verdades con las que Dios mantiene el orden de la creación. La revelación de este orden acerca al hombre a la fuente de toda verdad.

Buenaventura define las características de la teología afirmando que, siendo su objeto Dios, tiene la tarea de demostrar que la verdad de la escritura sagrada es de Dios, sobre Dios, según Dios y tiene a Dios como fin. Determina la teología como unitaria y ordenada porque su estructura corresponde a las características de su objeto.

Buenaventura explica que el criterio del valor y la medida de la verdad se adquieren por la fe y no por la razón. De esto se sigue que la filosofía sirve para ayudar a la búsqueda humana de Dios, y sólo puede hacerlo, como decía San Agustín, devolviendo al hombre a su propia dimensión interna, es decir, al alma, y, a través de ella, llevándolo finalmente de regreso a Dios. Por tanto, el camino espiritual hacia Dios es fruto de la iluminación divina, que proviene de la razón suprema de Dios mismo.

Para llegar a Dios, el hombre debe pasar por tres grados, que, sin embargo, deben ir precedidos de una oración intensa y humilde, y además, nadie puede alcanzar la bienaventuranza si no se trasciende a sí mismo, no con el cuerpo, sino con el espíritu. Pero no podemos elevarnos por encima de nosotros mismos excepto mediante una virtud superior. Cualesquiera que sean las disposiciones internas, no tienen poder sin la ayuda de la Gracia divina. Pero esto sólo se concede a quien lo pide con ferviente oración. La oración es el principio y fuente de nuestra elevación. Al orar así, somos iluminados al conocer los grados de ascensión a Dios.

La "escala" de los 3 grados de la ascensión a Dios es similar a la "escala" de los cuatro grados del amor de Bernardo de Claraval, aunque no es la misma; estos grados son:
  1. 1. El grado externo: es necesario que consideremos primero los objetos corpóreos, temporales y externos en los que se encuentra la huella de Dios, y esto significa emprender el camino de Dios.

  2. 2. El grado interior: Es necesario volver a nosotros mismos, porque nuestra mente es imagen de Dios, inmortal, espiritual y dentro de nosotros, que nos conduce a la verdad de Dios.

  3. 3. El grado eterno: Finalmente, necesitamos elevarnos a lo eterno, más espiritual y por encima de nosotros, abriéndonos al primer principio, y esto da gozo en el conocimiento de Dios y homenaje a su majestad.
Buenaventura, manifiesta que en lo correspondiente a estos grados, el alma también tiene tres direcciones diferentes:
El uno se refiere a las cosas externas, y es la sensibilidad; el otro tiene por objeto el espíritu, vuelto hacia sí mismo; el tercero tiene por objeto la mente, que se eleva espiritualmente por encima de sí misma. Tres direcciones que deben preparar al hombre para elevarse a Dios, para que lo ame con toda su mente, con todo su corazón, con toda su alma.

Buenaventura sostiene que el único conocimiento posible es el conocimiento contemplativo, es decir, el camino de la iluminación, que lleva a captar las esencias eternas, e incluso permite a algunos acercarse místicamente a Dios. La iluminación también guía la acción humana, ya que ella sola determina la sindéresis, es decir, la disposición práctica hacia el bien.

El mundo, para Buenaventura, es como un libro en el que brilla la Trinidad que lo creó. Podemos encontrar la Trinidad en: fuera de nosotros, en nosotros y por encima de nosotros.
La creación está ordenada según una escala jerárquica trinitaria, y la naturaleza no tiene consistencia propia, sino que se revela como signo visible del principio divino que la creó y sólo en ello encuentra su sentido.

Quien espera en las promesas del Todopoderoso - sostiene el Santo - "debe levantar la cabeza, dirigiendo el pensamiento hacia arriba, hacia la altura de nuestra existencia, es decir, hacia Dios".