Milagros
Los aquí expuestos son sólo un pequeño ejemplo de la extraordinaria obra que este Santo hizo, no sólo en Italia, sino en distintos paises de Europa en favor de los más necesitados. Signos increibles que han conducido a la fe a una multitud de personas.
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Don Bosco multiplica castañas.
Don Bosco comenzó a repartir castañas asadas pero bien pronto se mostraron insuficientes para satisfacer a los 650 jóvenes presentes. Aun así el Santo metía la cuchara y la sacaba llena y la cantidad que permanecia en la canasta parecía no acabar nunca: terminada la distribución quedaron todavía bastantes.
Don Bosco multiplica el pan.
No había pan en casa para sus hijitos y el horno no quería servirles más si antes no saldaban la cuenta. Don Bosco cogió el cesto, que contenía una veintena de panecillos y empezó a repartir el pan y con gran maravilla consiguió distribuir los panecillos a todos los presentes, sin que se hubiese puesto más pan en el cesto.
Don Bosco multiplica las Hostias Consagradas.
El Santo comienza a administrar la Comunión, pero las Hostias Consagradas eran demasiado pocos, pero él empeieza a distribuirlas y entonces vé multiplicarse las Sagradas Formas de modo que pudieron comulgar todos los presentes.
Con este milagro, comenta Don Bosco, Nuestro Señor Jesucristo demuestra cuanto agradece las Comuniones bien hechas y frecuentes.
Don Bosco permanece suspendido en el aire.
Atestigua Don Garrone: Mientras Don Bosco delebraba la Misa, justo en la elevación, veo, y conmigo todos los presentes, a Don Bosco con un aire de paraiso en el rostro, que parecía resplandecer toda la habitación. Poco a poco sus pies se desprendieron del suelo y permaneció suspendido en el aire durante diez minutos. Tres veces fui testigo de su ascensión durante la Santa Misa.
Don Bosco resucita a un muerto.
Carlo, joven que frecuentaba el Oratorio, cae gravemente enfermo y en poco tiempo murió. Apenas Don Bosco regresó, caminó apresuradamente hacia aquella casa y cuando llegó le dijeron que había muerto hacía horas. Respondió Don Bosco: "Él duerme y vosotros creéis que está muerto". Fue conducido hacia la habitación, donde el cadáver estaba ya amortajado para la sepultura. Dijo: "Dejadme solo". Rezó una oración, lo bendijo y llamó al joven dos veces: "Carlo, levántate".
El joven quitó la sábana con la mano y abrió los ojos. De inmediato el joven pidió confesar y se arrepintió de todos sus pecados. Luego dijo a la madre, que mientras tanto había entrado en el cuarto: "Don Bosco me sacó del infierno". Permaneció dos horas hablando con el Santo, mientras su cuerpo permanecía frío. A la pregunta: "¿Quieres ir allá arriba o permanecer con nosotros?". Respondió el muchacho: "Deseo ir al paraiso". Entonces, respondió el Santo, "nos vemos en el paraiso". Cerró los ojos y volvió a adormecerse en el Señor.
Don Bosco resucita a otro difunto
La Marquesa Gerolama Uguccioni Gherardi se llegó hasta Don Bosco llorando y gritando que su hijito había muerto y que el Santo debía acudir con ella para resucitarlo. Don Bosco consintió y acercándose al lecho, encontró al niño de tierna edad aun, inmóvil, palidísimo, con los ojos vítreos, el rostro contraido y sin señales de vida. Dicho por todos, había expirado.
El Santo, de inmediato, invitó a cuantos se encontraban en el dormitorio, a elevar una oración a María Auxiliadora, luego impartió la bendición a aquel cuerpecito. Aun no había terminado la fórmula cuando el finado, como un bostezo, volvió a respirar, a moverse, readquirió el uso de los sentidos, se dirigió a la madre sonriendo y pronto se recuperó.
Por esta razón, la marquesa, cuando Don Bosco pasaba por Florencia, siempre lo quería hospedar en su casa dándole mil signos de estima y de respeto. La Marquesa se convirtió en gran benefactora de las obras de Don Bosco, hasta merecer ser llamada por los Salesianos "Nuestra buena mamá de Florencia".
Don Bosco cura a una paralítica.
En el pueblo de Caramagna, se presenta hasta Don Bosco, una pobre mujer que se sostenía en dos muletas...Dice Don Bosco: "¿Qué queréis que haga mi buena mujer?". Respondió la pobrecita: "Oh Don Bosco, tenga compasión de mí. Déme su bendición" ... "De todo corazón, pero ¿tenéis fe en la Virgen?". "Sí, mucha" ... "Pues arrodilláos".
"Hace mucho tiempo que no puedo arrodillarme: tengo las piernas casi muertas". "No importa, arrodilláos". Y aquella mujer, por obedecer, se apoyaba en las dos muletas para intentar arrastrarse hasta tierra, pero Don Bosco, cogiéndola por debajo de los brazos y por las manos decididamente, dice: "Así no, arrodilláos bien". En el gentío reinaba un silencio sepulcral: no se oía ni una mosca y eso que estaban presentes más de 600 personas.
La mujer se encontró rodilla en tierra como por encanto ... "Ahora diga conmigo", dijo Don Bosco, "tres Avemarias a María Auxiliadora". Y tras haber rezado las tres Avemarias, sin que nadie la ayudase, aquella mujer se levantó sin sentir los dolores que desde hacía años la oprimían. Don Bosco le puso las dos muletas sobre las espaldas y le dijo: "id buena mujer y amad siempre a María Auxiliadora".
Aquella afortunada mujer salió de entre el gentío y se encaminó hacia su casa, magnificando y agradeciendo a la Virgen y a su benefactor.