San José


María Valtorta

Monasterio De José se conoce muy poco, pocos datos que sirven para su hijo adoptivo; y para él ni una palabra.

En el Evangelio, los evangelistas han preferido callar totalmente, José es el hombre del silencio, fue aquel que, por misión recibida, cuidó de Jesús y de María. Él fue a su vez un elegido junto con María.

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La santidad de José

Este joven que ha sido elegido, de modo singular, para ser el padre del Hijo de Dios. Él es un hombre que no posee los privilegios de María, pero a él se le confiaron las primicias de la Iglesia: Jesús y María. La escritura lo define simplemente "hombre justo", y además de ser justo también era santo.

José y María, vivieron el curso de sus vidas, afrontando situaciones únicas, en las que solo la fe podía aconsejarles. José, como su esposa María, fue el hombre de la fe, en la línea de los grandes patriarcas del Antiguo Testamento y puede ser considerado el inspirador de todas aquellas personas que quieren seguir la enseñanza de Jesús como faro de su vida, para aceptar la misión que Dios les ha confiado, a pesar de las dificultades y los sufrimientos. José es una figura brillante fue un hombre que supo elegir, y con María, decidieron creer en Jesús. Han elegido la fe, y lo han hecho enseguida, sin siquiera muchas explicaciones, en la sencillez de quien se fía y se encomienda a Dios.

Los Evangelios nos dicen lo suficiente como para revelar la gran estatura de estos dos personajes y de cómo la gracia los trabajaba. Seguramente el drama ha sido grandísimo para José, pero él era también un hombre que sabía confiar en Dios, y en este acontecimiento tan único se ha demorado a reflexionar algunos días, pero la situación era absurda. Sabemos que en algún momento José fue alcanzado por una señal. El sueño fue la señal para José y Él creyó, y esto le fue acreditado como justicia. Los pensamientos que lo cautivaron desde el momento en que tomó conocimiento del estado de María, al de su decisión de acoger también a él al Hijo de Dios, fueron sobrecogedores.
Estos pensamientos se reflejan, en parte, en las palabras del ángel que se le aparece en un sueño. El Evangelio nos revela el pensamiento de José, de un hombre que se detiene a pensar en lo que le ha sucedido, pero sobre sus reflexiones el amor ha prevalecido, y lo hace capaz de ofrecer su acto de fe. [...] y tomó a María en su casa. Comprendió que el proyecto de Dios, era más grande que su honor.

De los escritos de María Valtorta

También mi José tuvo su Pasión. Y ella nació en Jerusalén cuando se le apareció mi estado. Y duró días como para Jesús y para mí. Ella fue espiritualmente poco dolorosa. Y únicamente por la santidad del justo que me había casado, fue contenida en una forma que fue tan digna y secreta, que pasó en los siglos poco notada. ¡Oh! ¡Nuestra primera Pasión! ¡Quién puede decir su intensidad íntima y silenciosa? ¡Quién mi dolor al constatar que el Cielo aún no me había concedido, revelando a José el misterio? Que él lo ignorara lo había comprendido al verlo meco respetuoso como de costumbre. Si hubiera sabido que yo llevaba en mí la Palabra de Dios, él habría adorado a esa Palabra encerrada en mi seno con actos de veneración que se deben a Dios, y que él no habría dejado de hacer como yo no me hubiera negado a recibir, no para mí, sino para Aquel que estaba en mí y que yo llevaba, así como el Arca de la Alianza llevaba el código de piedra y las vasijas del maná.

¡Quién puede decir mi batalla contra el desaliento que quería agobiarme para convencerme de que había esperado en vano en el Señor? ¡Oh! ¡Creo que fue la ira de Satanás! Sentí la duda emerger detrás de mí y estirar sus ramas heladas para aprisionar mi alma y pararla en su hora. La duda de que es tan peligroso, letal para el espíritu. Letal porque es el primer agente de la enfermedad mortal que tiene nombre "desesperación" y al que se debe reaccionar con toda fuerza, para no perecer en el alma y perder a Dios.

¡Quién puede decir con exacta verdad el dolor. de José, sus pensamientos, la turbación de sus afectos? Como una pequeña embarcación en una gran tormenta, él estaba en un torbellino de ideas opuestas, en un reducto de reflexiones cada una más mordaz y más penosa que la otra. Era un hombre, aparentemente, traicionado por su mujer. Veía derrumbarse juntos su buen nombre y la estima del mundo, para ella se sentía ya marcado con el dedo y compasivo por el país, veía su afecto y su estima en mí caer muertos ante la evidencia de un hecho.

Su santidad aquí brilla aún más alta que la mía. Y yo doy este testimonio con afecto de esposa, porque quiero que lo amen mi José, este sabio y prudente, este paciente y bueno, que no está separado del misterio de la redención, sino que está íntimamente ligado a él porque consumió el dolor por él, y a sí mismo por él, salvando al Salvador a costa de su sacrificio y santidad. Si hubiera sido menos santo, habría actuado humanamente, denunciándome como adúltera para que fuera apedreada y el hijo de mi pecado pereciera conmigo. Si hubiera sido menos santo, Dios no le habría concedido su luz para guiarlo en tal intento.

Pero José era santo. Su espíritu puro vivía en Dios. La caridad estaba en él encendida y fuerte. Y por caridad el Salvador los salvó tanto cuando no me acusó a los ancianos, como cuando, dejando todo con pronta obediencia, salvó a Jesús en Egipto. Breves como número, pero tremendos de intensidad los tres días de la pasión de José. Y de la mía, de mi primera pasión. Porque yo comprendía su sufrimiento, podía levantarlo de ninguna manera por la obediencia al decreto de Dios que me había dicho: "¡Cállate!".

Y cuando, llegados a Nazaret, lo vi marcharse después de un lacónico saludo, curvado y como envejecido en poco tiempo, de venir a mí por la tarde como siempre usaba, os digo, hijos, que mi corazón lloró con agudo dolor. Encerrada en mi casa, sola, en la casa donde todo me recordaba el Anuncio y la Encarnación, y donde todo me recordaba a José casado conmigo en una virginidad ilíbida, yo tuve que resistir al desaliento, a las insinuaciones de Satanás y esperar, esperar, esperar y esperar. Y rezar, rezar, rezar. Y perdonar, perdonar, perdonar a la sospecha de José, a su sumisión de justo desdén.

Hijos: es necesario esperar, rezar, perdonar para obtener que Dios intervenga en nuestro favor. Vivid también vosotros vuestra pasión. Merecida por vuestras culpas. Yo os enseño cómo superarla y transformarla en alegría. Esperad sin medida. Rezad sin desconfianza. Perdonad por ser perdonados. El perdón de Dios será la paz que deseáis, hijos.