Pecado

Moralidad

Monasterio Todo tiene inicio cuando surge en nosotros la reflexión: "Tengo necesidad de poner orden en mi".

Nos damos cuenta que hay un desorden que nos disturba, pero muchas veces no sabemos ni siquiera qué es. Pero sabemos que debemos poner en orden antes de que sea demasiado tarde.

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POR DÓNDE COMENZAR

¿Por dónde comenzar? Por la inteligencia, por la mente, por el cerebro, etc. Sabemos también que no podemos querer una cosa si antes no la conocemos. Y ¿como podemos reaccionar si no tenemos un fin que alcanzar.

Sabemos también que cada persona está compuesta por dos elementos esenciales: el alma y el cuerpo. El cuerpo une al hombre a las leyes biológicas, mientras que el alma lo lleva a trascender el mundo material para vivir una vida superior que puede alcanzar a Dios.

Otras consideraciones introductivas sobre el desorden, que tiene siete raíces, son:
  1. La SOBERBIA. Opinión exagerada de sí mismo que lleva al desprecio, a la lejanía e aislamiento de los demás.
  2. La AVARICIA. Un apego exagerado a los bienes materiales, que lleva a elecciones egoístas.
  3. La LUJURUIA. Uso desordenado del sexo, que conduce a la desintegración de las personas, de la familia y de la sociedad.
  4. La IRA. Explosión improvisa y violenta del ánimo que articula sólo ofensas y daños a los demás.
  5. La GULA. Uso desordenado de los alimentos, que daña la salud física y psíquica.
  6. La ENVIDIA. Hastío hacia las personas que son más afortunadas que uno y que rompe las relaciones interpersonales.
  7. La PEREZA. Apatía hacía cualquier tarea, que hace caer en el ocio y en la inactividad.
La única posibilidad de equilibrio, como se podrá ver enseguida, en detalle, es a nivel sobrenatural. Desde cuando Dios dijo que, si deseamos:
  • Existir.
  • Crecer.
  • Realizarnos.
  • Sanar.
  • Ser felices.
No existen otras reglas sino: "Los Diez Mandamientos". Diez reglas que se resumen en una regla que es: El Amor.

Pues bien, hemos visto el desorden, ahora debemos comprender qué es el pecado. El pecado es, por decirlo así, el rechazo a seguir el propio bien, es una conducta reprochable e ilícita que contrasta con los principios morales; principios que están impresos en la conciencia moral de cada persona que crece rectamente formada y hecha verdadera.

El concepto de pecado en estos días, bajo la presión del relativismo moral y de una ética secular, prácticamente se ha disuelto. La ética religiosa, apoyada sobre la palabra de Dios y sobre sus bienaventuranzas, se considera como un impedimento para alcanzar el placer físico, el éxito, el tener por poseer. Así, la única realidad de la vida, el principio y el final de la existencia, es el YO.

En consecuencia, han echado raíces y extendido por donde sea: el egoísmo, la maldad, la opresión, la injusticia, el mal y la infelicidad. Males que han suplantado los sentimientos del alma: amor, bien, compresión, caridad, fuente de felicidad y desarrollo interior.

El pecado, en la Biblia, está estrechamente relacionado a la ley de Dios, y no sólo es, entonces, la actitud de desobediencia, sino la transgresión que nace del corazón del hombre. No sólo es una transgresión de orden moral, sino la interrupción de la relación personal con Dios, porque existe la traición de la confianza que Él ha puesto en nosotros.

En 1882, Dios ha concedió al Santo Cura de Ars de tener una visión clara de sus miserias. Se espantó tanto que rezó al Omnipotente que le enseñara una luz menos viva sobre su alma, por miedo a tener pensamientos de desesperación. Un día diría al Barón Belvey: "No pidan a Dios la conciencia completa de su miseria, yo la pedí y la obtuve; si Dios no me hubiera sostenido, en aquel mismo momento me hubiera precipitado en la desesperación."

Es por esto que recuperar la percepción del pecado no es un lujo para conceder al intelecto una especulación del pensamiento, sino una exigencia esencial para recuperar la vía del verdadero bien y correr arrepentidos, como el hijo pródigo, al encuentro del Padre.

Este espléndido itinerario se puede recorrer después de un humilde acto de conciencia, un sincero arrepentimiento y, en consecuencia, una reconciliación, necesarios para adquirir aquella investidura que produce dicha perfecta.

Hojeando las páginas siguientes podrás conocer todo sobre el pecado, sobre la moral, sobre la confesión o reconciliación. Sobre cómo los Santos Padres de la Iglesia han afrontado y vencido el pecado, los desórdenes morales y han obtenido aquél premio que durará en la bienaventuranza eterna.

Una invitación especial
Si usted quiere lograr esta alegría y adquirir las virtudes, escuchar la invitación de Jesús: "Todo lo que pidáis en la oración, recibiréis" (Mt 18:20). De hecho, sin oración, ningún camino espiritual es posible, ni se puede seguir las huellas de Jesús, nuestro Salvador.

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