Pecado

Pecado

Pecado

Culpa

La sociedad libertina ha promulgado en este tiempo conceptos materiales contrarios al hombre que tienden a vaciar cada significado la palabra "pecado", por el contrario, el pecado no sólo queda como una ofensa a Dios, un enfrentamiento a la razón, un ataque a la conciencia, sino también que un delito para el alma.

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Transgresión

Dice a tal propósito el Salmista: "Contra de ti, contra de ti solo he pecado, aquello que esta mal a tus ojos, yo lo he hecho".
(Sal 50,6).

El concepto del pecado está ligado a la dignidad del hombre en cuanto a que la dignidad requiere que el hombre viva en la verdad. Pero la verdad acerca del hombre es que él realiza el mal porque es un pecador. Cuando se elimina el concepto de pecado, el hombre se empobrece en un punto fundamental de la experiencia de su humanidad.
Jesús misericordioso es al mismo tiempo inflexible y Él llama bien y mal por nombre sin juegos de palabras o compromisos, pero está siempre listo a perdonar. Todo aquello que Él hace, cada palabra suya comprueba su Fe en el hombre, el cual no puede renovarse sin convertirse; de esta manera se vuelve un hombre libre.

En el pecado del hombre delante de Dios hay diversos niveles de gravedad. El pecado mortal es el acto por el cual el hombre se aleja completamente del don de la misericordia de Dios para dirigir el amor únicamente sobre sí mismo. Pero también el llamado pecado "venial" no está libre de consecuencias, porque de todas manera es dañino desde el punto de vista espiritual en cuanto a que no hay pecados privados de importancia. La gravedad del pecado no se compara a las costumbres toleradas en nuestra sociedad o a nuestro sentimiento de culpa, sino al rechazo más o menos acentuado del amor infinito de Dios. Cada pecado tiene su importancia, desde el momento que nos impide de ceder totalmente al amor de Dios.

Nuestra conducta hasta ahora está sujeta también a las imperfecciones, por aquellos sentimientos o actos que no están en armonía con el amor de Dios. Cada detalle tiene su importancia en cuanto a que puede impedir nuestra libertad y abandono a la Misericordia de Dios. No todas las culpas están sobre el mismo plano desde el punto de vista de la gravedad, pero cada culpa, aun cuando sea ligera, debe ser tomada en serio. Dios nos llama a ser "santos y inmaculados en su presencia, en el amor "(Ef 1,4). Esta llamada a la santidad requiere renunciar a "cada" pecado y a "cada" imperfección involuntaria, aun cuando tengamos la tendencia a ver únicamente pequeñeces libres de gravedad.

El pecado tiene la raíz en el corazón del hombre; lo afirma el Apóstol Mateo: "Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias". (Mt. 15, 19) Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes.." (Gál. 5, 19-21) En el pecado se encuentra el germen dado por la carne, violencia de deseos y otros, que llevan a la infelicidad.

Algunos afirman que el pecado es un repertorio histórico para colocar en el pasado oscurantista, mientras que ahora, en el tiempo del progreso, podemos pagar libremente cada concupiscencia sin tener en cuenta la moral.

Los diez Mandamientos no son prohibiciones establecidas por un Dios severo que desea imponer su ley, pero sí como advertencia de aquello que nos aleja de Él. Y es verdad que observando el Decálogo, tenemos la oportunidad de evitar las opresiones, los engaños, los abusos, las maldiciones con un benéfico efecto que se propagaría también en la sociedad.

Al respecto, las palabras del Evangelio son muy claras: Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre."
(Mc. 10, 17-19)

La vanidad, la sensualidad, el apego a las comodidades como a los placeres desde el principio llevan a la insensibilidad y después a la soberbia, a la avaricia, a la ira, a la lujuria, a la pereza, a la holgazanería, que se convertirán en acciones habituales, generarán vicios, inclinaciones perversas y esclavitud. Cada desorden tiene entonces origen en una pasión que, combinada con la concupiscencia, mata la luz del intelecto.

¡Cómo es grave burlarse, ofender, robar, porque produce en el prójimo aquel sufrimiento que refleja el nivel de nuestra maldad! Graves son también las ofensas carnales, espirituales, de pensamiento, de palabra y omisión que oscurecen, turban, desconciertan y debilitan el alma. Sobre todas está el orgullo, que quita luz al alma, la corrompe en el juicio y la liga de forma inmoderada al dinero, a la avaricia y hasta hace amar las cadenas que nos envuelven y encontrar placer en las espinas que nos martirizan.

Otro pecado a considerar es el escándalo, que puede inducir a otros a cometer pecado mortal, con daño incalculable para su alma. Con respecto a esto, conviene fijar en la mente las palabras del Evangelio: "Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es forzoso, ciertamente, que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!"
(Mt 18, 6-7)

Existe quien llena listas o clasifica para establecer el orden, la importancia de los pecados, un trabajo meritorio que aún queda confinado en el ámbito de los especialistas o de quien entiende hacer un camino espiritual basado en la observancia escrupulosa de los mandamientos. Se necesita, repetir que el pecado es esencialmente una ofensa al amor y la caridad; está escrito, de hecho: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éste".
(Mc 12, 31)

Para impedir que las pasiones apaguen las luces de la fe, podemos examinar nuestra conciencia que nos volverá conscientes de nuestras faltas, porque borrarlas depende exclusivamente de nosotros. Disipamos entonces la vanidad y las mentiras, vigilamos con entendimiento aquello que está bien o mal. Jesús mismo incita a la perfección: "Sean ustedes perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial". (Mt. 5, 48), pero para obtener las virtudes y alcanzar la victoria sobre las imperfecciones se necesita el ascetismo espiritual.

Por esto no debemos escuchar a aquellos que se presentan como garantes de la misericordia de Dios, su único fin es hacernos abandonar la vía. No dejemos para mañana aquello que debe ser hecho en el presente. Tengamos como nuestro compañero el temor de Dios y pecaremos menos. Se sabe que el pecado aleja del amor, del bien y de las virtudes; por lo que, si deseamos reestablecer la unión con Dios, debemos asumir una sincera contrición del mal cometido.