Pecado

Necesidad

Monastero Después de la caída, nadie se debe de sentir excluido del perdón. Es una verdad que resuena imperiosa en el evangelio de San Juan, donde, en el episodio de la adúltera, está escrito:"Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra... Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio".
(Jn 8, 7-9).

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NECESIDAD DE LA CONFESIÓN

Como el pecado grava sobre nosotros la evidencia; dice muy bien el evangelista predilecto que Jesús contestó: "En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo... Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres... Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados". (Jn. 8, 24 ss.) El pecado impone al hombre su esclavitud y hace morir el alma, por lo que, si deseamos vivir, debemos acercarnos con urgencia a Jesús.

Con tal propósito hay que escuchar la voz de Jesús: "... No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores". (Lc 5,32). Continúa el apóstol Pedro: Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados.
(Hechos 10,43).

¿Qué cosa es mas fácil, decir: "Te son remitido tu pecados, o decir: levántate y anda? Ahora, para que sepan que el Hijo del hombre tiene el poder sobre la tierra de remitir los pecados, yo te digo - exclamó vuelto hacia el paralítico - levántate, toma tu camilla y ve a tu casa". (Lc 5, 23) "De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados".
(Hch 10, 43).

Este poder Jesús lo ha extendido a los Apóstoles: Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:"Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
(Jn 20, 22-23).

Jesús mismo nos indica cómo pedir el perdón: En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador! "Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado".
(Lc 18,13-14).

El perdón entonces se pide con la cognición de sus mismos pecados. Aparentemente parece muy fácil, pero el orgullo está en la espera para impedirnos revelar nuestros defectos. Hará de todo para relegarlos al olvido, o bien nos los hará evaluar con demasiada indulgencia, recaerá sobre el próximo la responsabilidad de nuestro obrar equivocado, o sea, nos impedirá descubrir nuestra miseria.

El humilde, por lo contrario, entenderá inmediatamente sus debilidades y las confía a Dios; con el corazón triste, gritará al cielo: Oh Dios ten piedad de mi, pecador. El Padre de la Misericordia otorgará su perdón a este hijo arrepentido, más allá de lo esperado humanamente.

El evangelista Lucas nos cuenta la alegría de Dios frente a cada conversión: Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión.
(Lc 15, 7).

Lo demuestra también en la parábola del fariseo y del publicano, donde especifica que no hay que pedir a Dios con orgullo y soberbia: este regresó a su casa justificado, a diferencia del otro, el otro el fariseo rezaba estando en pie (soberbia). "Oh Dios, te doy gracias que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros. Ayuno dos veces a la semana y pago el décimo de lo que poseo. (Lc 18,11 ss.) Este último regresó a casa sin haber obtenido el perdón. Debe ser motivo de reflexión, también para nosotros y para nuestro comportamiento, que sólo después de tener conciencia de la gravedad del pecado es posible decir: Ten piedad de mí pecador.

La humildad es, entonces, la condición necesaria para alcanzar el perdón, pero para obtener la remisión se necesita perdonar a los otros. Lo dice Jesús: Cuando se ponen a rezar, si tienen algo en contra de alguien, perdonen, para que también vuestro Padre que está en los cielos perdone vuestros pecados.
(Mc 11, 25).

A la pregunta de Pedro: "Señor, ¿cuantas veces perdonaré a mi hermano, si peca en contra mía? ¿Hasta siete veces siete?" Jesús le contestó: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
(Mt 18, 21-22).