Charbel Makhlouf santo ermitaño
Catequesis sobre la penitencia
Michel Markhluf nos invita a ver la penitencia no solo como un acto de expiación, sino como una elección consciente y profunda que impregna todos los aspectos de nuestra existencia. La penitencia es un camino de crecimiento personal y espiritual, un proceso que nos invita a reflexionar sobre nuestras acciones y buscar una autenticidad interior.
El padre Charbel se impuso una práctica radical de las virtas y de la penitencia en este modo superò todos los demás ermitaños.
Logró maravillosamente ascender al cielo, porque su corazón palpitaba y ardía con el amor de Dios.
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Catequesis sobre la penitencia como estilo de vida
- Actitud fundamental del cristiano. La penitencia es una actitud esencial para todo cristiano, que implica una búsqueda continua de reconciliación con Dios y con los demás. Esto requiere una conciencia activa de sus acciones y sus consecuencias.
- Metánoia y Transformación. La metánoia, es decir un cambio profundo del corazón y de la mente, es fundamental. Este proceso es más significativo cuando enfrentamos nuestros pecados con sinceridad, en lugar de limitarnos a un acto superficial de reconciliación.
- Amor y apertura. El amor es el centro de la vida de penitencia. El amor debe manifestarse a través de las obras, creando un diálogo personal e íntimo con la voluntad de Dios. La penitencia implica también una apertura hacia los demás, aceptando las diferencias y las imperfecciones.
- Convivencia y Relaciones Interpersonales. La vida de penitencia se traduce en una mejor convivencia con los demás, donde pequeños gestos cotidianos, como la paciencia y la disponibilidad al diálogo, se vuelven fundamentales. Es importante evaluar las relaciones no solo en base a las relaciones de poder, sino también en la capacidad de interactuar con humildad y respeto.
- Obediencia a la voluntad de Dios Vivir. la penitencia significa reconocer que las circunstancias de la vida son parte de la voluntad divina. Esta comprensión conduce a una mayor aceptación de los desafíos cotidianos sin rebeldía o quejas.
Estos elementos forman un cuadro complejo pero coherente de la vida de penitencia según Michel Markhluf, invitándonos a una reflexión profunda sobre nuestra existencia espiritual y relacional.
Penitencia como estilo de vida
Cahrbel se inflingió penitencias de todo tipo y jamás se lamentó de nada, permaneciendo sereno en el sufrimiento y en las adversidades.
Cuando llegaban las tribulaciones no se entristecia, porque confiaba ciegamente en el Señor y repetía. "Dios ordena las cosas", o bien, "Somos peregrinos de viaje hacia la eternidad". No prefería la salud a la enfermedad y no se doloría por los problemas. Jamás nadie le oyó decir: "Tengo hambre, tengo sed, estoy cansado". Cuando fue acusado por error, pedía perdón sin excusas.
Aceptaba el dolor como un modo de hacer penitencia. Sufría fuertes dolores de estómago, pero rechzaba los calmantes sin el permiso del superior, incluso cuando el dolor le resultaba insoportable. Padecía cólicos nefríticos crónicos, que empeoraban en invierno, pero ocultaba su estado de salud sin lamentarse y no pidió la visita del médico. Nunca pidió bebidas frescas en verano ni calientes en invierno.
Un día mientra fray Elias Al-Mahrini, responsable de las tareas agrícolas trabajaba en la viña con nuestro santo, Charbel sufrió un cólico nefrítico. Empezó a retorcerse y a doblar la cintura dejando escapar algún lamento. Fray Elias lo invitó a regresar a su celda, pero el ermitaño respondió: "No puedo, porque llevaria sobre la conciencia un descanso contrario a la pobreza", y continuó trabajando todo el día, soportando el dolor en silencio.
Por la noche, mientras los jornaleros comían lentejas y ensalada, él tomó los taallos de las verduras. Al amanecer el cólico le afectó otra vez, pero rechazó el descanso y, a pesar de la insistencia de fray Elias, el santo trabajó todo el día en el campo como si estuviese sano.
Cuando el P. Makarios le ofreció arroz con mantequilla lo rechazó, para respetar la regla de los ermitaños que limitaba estos alimentos a las solemnidades. Entonces le trajeron una infusión dehierbas amargas para calmar los dolores, que el santo aceptó a condición de no dulcificarla porque "el Señor en la cruz bebió vinagre y mirra mientras padecía el límite de la sed y el sufrimiento".
Chabel usaba un cilicio de piel de cabra y una cintura de hierro bajo el hábito. A veces se envolvía la frente con una rama y se apretaba el pulso con una pulsera, o bien golpeaba los arbustos espinosos con los pies descalzos y se flagelaba, para inflingirse penitencias voluntarias. Nadie se acordó de sus dolores y enfermedades que ocultaba cuidadosamente.
Cuatro años antes de su muerte sufrió una hemiplegia (parálisis de la mitad del cuerpo) que superó como afirma su sobrina. Para los problemas de estómago, el superior le ordenó llevar calcetines de lana, pero sólo los llevó una vez y por obediencia.
En invierno los hermanos dormían en la cocina junto a la chimenea, para protegerse del intenso frío. El santo, sin embargo, permaneció allí sólo unos instantes, luego se retiraba a su fría celda.
El catre del santo era un colchón de hojas de roble, revestido de una alfombra de cabra. Un tocón envuelto sirve e almohada. Charbel dormía en verano e invierno sin colchón y con frecuencia prefería acostarse en el suelo.
El santo comía una vez al día, jamás consumió vino ni bebidas hidratantes. Su alimento era una sopa de verduras y cereales.
Charbel superó a los demás eremitas en virtudes y penitencias. Se impuso mortificaciones que no eran obligatorias como el ayuno permanente, las vigilias incesantes, el trabajo en la enfermedad, las noches heladas y el rechazo de medicamentos.
En los tiempos de noviciado Makhlouf era conocido como "el Espíritu Santo" de la comunidad.
Así se expresa el Santo: "La oración relaja los miembros del cuerpo más que el sueño, la pobreza favorece la salvación, la sobriedad fortalece el alma. Quiero vivir en las privaciones, ignorando los placeres y las dulzuras de este mundo, quiero ser el siervo de Cristo y de mis hermanos".
El Papa Pablo VI, en su homilía para la canonización de Charbel Markhlouf, dijo: "Necesitamos también personas que se ofrezcan como víctimas por la salvación del mundo en la penitencia libremente aceptada, en la oración intercesora incesante, como Moisés en la montaña, en la búsqueda apasionada del Absoluto, dando testimonio de que vale la pena adorar y amar a Dios por sí mismo. (...) Para salvar al mundo, para conquistarlo espiritualmente, es necesario, como quiere Cristo, estar en el mundo, pero no pertenecer a todo lo que en el mundo aleja de Dios. El ermitaño de Annaya nos lo recuerda hoy con una fuerza incomparable".