Catalina de Siena


Cumbres de espiritualidad

Santos La oración de Catalina fue continua y nunca interrumpida, porque no pasó ni un solo momento en el que ella no pensara en Dios. Y desde abajo logró elevarse gradualmente a niveles de espiritualidad cada vez más sublimes.

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Gloria de los benditos

Tomado del Diálogo de la Divina Providencia.
Incluso el alma justa que termina la vida en afecto de caridad y está vinculada a Dios en amor, no puede crecer en virtud, porque el tiempo existe solo aquí abajo, pero siempre puede amar con ese amor que tiene, y con esta medida. Él siempre me quiere y siempre me ama, entonces su deseo no está vacío; pero aunque está satisfecho, tiene hambre; y, sin embargo, está lejos de la molestia de la saciedad, ya que el hambre está lejos de eso.

En el amor, los bienaventurados disfrutan la visión eterna de Mi, compartiendo cada uno, de acuerdo a su medida, del bien que tengo en Mí. Con esa medida de amor con la que vinieron a mí, con ella son medidos. Permanecieron en mi caridad y en la de los demás; se han unido en la caridad común y en la caridad particular, que también proviene de la misma caridad.

Disfrutan y se regocijan, compartiendo el bien del otro con el cariño de la caridad, además del bien universal que todos juntos tienen. Disfrutan y se regocijan con los ángeles, a cuyo lado son colocados los santos, de acuerdo con las diferentes y diversas virtudes, que principalmente tenían en el mundo, estando todos sujetos al vínculo de la caridad. Entonces tienen una participación singular del bien con aquellos con quienes se amaron el uno al otro estrictamente con amor especial en el mundo, con quienes el amor creció en gracia, aumentando la virtud. Una fue la causa de que el otro manifestara la gloria y la alabanza de mi nombre, en sí mismo y en el próximo. En la vida eterna no perdieron este afecto, sino que lo agregaron al bien general, participando más de cerca y con mayor abundancia cada uno del bien del otro.

Pero no quisiera que creas que este bien en particular, del que te hablé, lo tenía solo: no es así, lo comparten todos los que lo prueban, que son los ciudadanos del cielo, mis queridos hijos, y de todas las criaturas angelicales. Cuando el alma alcanza la vida eterna, todos participan en el bien de esa alma. No es que la olla de cada uno pueda crecer, ni que deba vaciarse, ya que está llena y por lo tanto no puede crecer; pero tienen un júbilo, una alegría, un regocijo, que se revive en ellos, por lo que han llegado a conocer de esa alma. Ellos ven que por Mi misericordia ella es quitada de la tierra con la plenitud de la gracia, y así se regocijan en Mí por el bien que esa alma recibió de mi bondad.

Y esa alma también disfruta en Mí, en las otras almas y en los espíritus bendecidos, viendo y saboreando en ellos la belleza y dulzura de Mi caridad. Sus deseos siempre claman ante Mí por la salvación de todo el mundo. Como su vida terminó en el amor al prójimo y no abandonaron esta caridad, sino que la atravesaron por la puerta de mi Hijo Unigénito, de la manera que les contaré a continuación. Ve, por lo tanto, que permanecen con ese lazo de amor con el que terminó su vida: permanece y dura para toda la eternidad.

Están tan de acuerdo con Mi voluntad, que no pueden querer nada más que lo que yo quiero; porque su libre albedrío está ligado de esa manera por el vínculo de la caridad que, cuando el tiempo de esta vida es menos dado a la criatura, que tiene en sí misma razón y que muere en estado de gracia, ya no puede pecar. Y su voluntad es tan cercana a la Mía que si el padre o la madre vieran al hijo en el infierno, o si el hijo viera a su madre, no les importaría; más bien están felices de verlos castigados como Mis enemigos. De ninguna manera me olvidan; sus deseos están satisfechos. El deseo de los benditos es ver triunfante Mi honor en ustedes viajeros, que son peregrinos en esta tierra y siempre corren hacia el final de la muerte. En el deseo de Mi honor anhelan tu salud, y por eso siempre me rezan por ti. Tal deseo siempre se cumple por mi parte, no se obstinan en contra de mi misericordia.

Todavía tienen el deseo de recuperar la dote de su alma, que es el cuerpo; Este deseo no les está afectando en la actualidad, pero para tener la certeza de haber cumplido: no los aflige porque, a pesar de que todavía no regresan a su cuerpo, no carecen de dicha, y por lo tanto no se ven afectados. No pienses que la dicha del cuerpo, después de la resurrección, le da mayor dicha al alma. Si asi fuera, sucedería que los bienaventurados tendrían una dicha imperfecta, hasta que recuperaran el cuerpo; algo imposible, porque en ellos no falta la perfección.

No es el cuerpo el que le da dicha al alma, sino que el alma le dará dicha al cuerpo; le dará de su abundancia, cubriendo en el día del juicio su propia carne, que había dejado en la tierra.

A medida que el alma se hace inmortal, firme y establecida en mí, el cuerpo en esa unión se vuelve inmortal; perdida la gravedad de la materia, se vuelve delgada y liviana. Sepa que el cuerpo glorificado pasaría a través de una pared. Ni el fuego ni el agua podrían dañarlo, no en virtud de él sino en virtud del alma, cuya virtud es Mía, y le fue otorgada por gracia y por ese amor inefable con el que lo creé a Mi imagen y semejanza. El ojo de tu intelecto no es suficiente para ver, ni el oído para escuchar, ni la lengua para narrar, ni el corazón para pensar, su propio bien.

¡Oh, qué delicioso sienten al verme, que todos son buenos! ¡Oh, cuán amados seran, cuando su cuerpo sea glorificado! Y aunque les falta este bien hasta el día del juicio universal, no tienen dolor, porque el alma está llena de felicidad en sí misma. Tal dicha será entonces compartida con el cuerpo, como te he explicado.

Te hablé del bien, que devolvería al cuerpo glorificado en la Humanidad glorificada de mi Hijo Unigénito, que te da seguridad de tu resurrección. El Bendito exulta en Sus heridas, que han permanecido frescas; las cicatrices se mantienen en Su cuerpo, las que continuamente claman a Mí, Padre Supremo y Eterna, Misericordia. Todos se conforman a El en alegría y felicidad, ojo a ojo, tomados de la mano y con todo el cuerpo de la dulce Palabra, Mi Hijo. Al estar en Mí, permanecerás en El, porque El es uno conmigo; pero el ojo de tu cuerpo se deleitará en la de la Humanidad glorificada Palabra Unigénita, mi Hijo. Por qué esto? Porque Su vida terminó en el amor de mi amor, y por lo tanto les dura eternamente.

No pueden obtener ningún bien nuevo, pero disfrutan lo que han traído, al no poder hacer ninguna acción meritoria, porque solo en la vida se merece y se peca, de acuerdo con lo que complace al libre albedrío de tu voluntad. No esperan con miedo, sino con alegría, por el juicio divino; y el rostro de Mi Hijo no les parecerá terrible, ni lleno de odio, porque murieron en amor, en Mi Amor y en la benevolencia de los demás. Entonces entiendes cómo la mutación del rostro no estará en el cuando El llegue a juzgar con Mi Majestad, sino en aquellos que serán juzgados por El. A los condenados aparecerá con odio y justicia; a los salvos, con amor y misericordia.

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