Ataques y tentaciones


Santa Catalina de Siena

Santos Santa Catalina de Siena ha enfrentado numerosos ataques y tentaciones durante su vida

  • Combate en la tentación por ataques a su castidad.

  • Exorcismos incitado por la Santa con su carisma, lograba liberar a las personas poseídas.

  • Con sus oraciones, pedía ayuda al Espíritu Santo para superar las tentaciones.
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Ataques y tentaciones en Santa Catalina

Santa Catalina de Siena es una de las santas más admiradas por su sencillez, candor y sabiduría. Aunque no sabía escribir, el Señor le concedió el don de la ciencia infundida, además del de los milagros, la profecía y muchos otros dones místicos. Santa Catalina de Siena era particularmente amada por el Señor. Basta leer su "Diálogo de la Divina Providencia" para comprender lo especial que era su relación. Jesús se le aparecía a menudo y una vez le dijo: «Me eres tan querida que cualquier gracia me pedirás, la concederé».

A pesar de su elevada espiritualidad y la heroicidad de sus virtudes, Santa Catalina tuvo que afrontar ataques espirituales y tentaciones extraordinarias. El maligno había recibido permiso de Dios para atacar su castidad con gran ferocidad. Tuvo una fuerte rebelión de los sentidos, ya que la seducción del mal era muy fuerte dentro de ella, tanto que le hizo dudar de estar en gracia de Dios. Experimentó en su corazón todo tipo de obscenidad e incluso fue asaltada por demonios que se le presentaban en forma de hombres y mujeres que actuaban en actos impuros y la empujaban al mal. Aunque estas tentaciones eran externas, penetraban en el corazón y la mente de la virgen sienesa a través de los sentidos. Ella misma confesó que tenía el corazón lleno de estas tentaciones, para resistir a las cuales no le quedaba más que la sola voluntad.

Estas tormentas impure se repiten con frecuencia y la presionan cada vez más. Un día, cuando Jesùs le apareció, Santa Caterina le dijo: «¿Dónde estabas, mi dulce Señor, cuando mi corazón estaba lleno de muchas tinieblas y de tanta suciedad?». Catalina era consciente de que todo este mal la había invadido. Se sentía profundamente sucia y Jesús le respondió: «Hija mía, yo estaba en tu corazón». Ella respondió diciendo: «¿Y cómo es que habitas en mi corazón donde había tanto barro? ¿Vives entonces en lugares semejantes?» Jesús le dijo: «¿Te gustaban o te afligían, te desagradaban o te deleitaban esos pensamientos sosos de tu corazón?». Este es el criterio del discernimiento divino. Jesús no banaliza el mal, no le dice a Catalina que no vea el pecado por todas partes, que no sea tan escrupulosa. Jesús, en cambio, llama al mal por su nombre.

Hoy, en cambio, muchos directores espirituales tranquilizan a los penitentes desvalorizando el pecado y las tentaciones. Al hacerlo, no resuelven el drama de las personas, porque este no es el verdadero criterio del discernimiento. No traen paz a las personas, que se sienten pecadoras o inmersas en la impureza, porque no toman en consideración el camino de fe que estas personas desean emprender.

Jesús hace una pregunta a Catalina, una pregunta que deberíamos guardar siempre en nuestro corazón para discernir no solo las impurezas, sino todos los pecados y todos nuestros pensamientos en general. Jesús dice: «¿Te daban esos pensamientos de tu corazón placer o aflicción, amargura o deleite?». Este debe ser el criterio de discernimiento. Catalina no puede sino responder como le causaron con extrema amargura y gran aflicción. Y Jesús le confirma: «¿Y quién era el que ponía tanta amargura en tu corazón sino yo, que estaba escondido en lo profundo de tu corazón? Créeme, hija mía, si no hubiera estado presente, los pensamientos que rodeaban tu voluntad podrían haberla derribado. La habrían derribado y se habrían metido en ella. Tu libre albedrío los habría acogido con placer y por lo tanto habrían matado a tu alma».

Jesús es preciso, no usa expresiones fuertes solo para impresionar. Si Catalina hubiera aceptado esos pensamientos, estaría muerta en el alma, porque esos pensamientos son pensamientos de muerte. Tengamos esto en mente: la impureza es la muerte del alma. Al advertirnos de esto, Jesús nos da también la esperanza de salvación, porque subraya que si nosotros no queremos acoger esos pensamientos, él está allí, en nuestra alma, Para poner en nuestro corazón suficiente resistencia y repugnancia para que ganemos sobre el mal. De otra manera, negando a Jesús, acogemos con placer el mal, permitiendo que el pecado mate nuestra alma.

Jesús continúa su aliento a Catalina, diciéndole que las tentaciones superadas le han sido de gran mérito, útiles para otras almas y han aumentado en ella virtud y fuerza. No solo no hay pecado, sino que esta lucha permite crecer en santidad y difundir entre otros hermanos el don mismo de la santidad.

La verdadera batalla contra todas las tentaciones, de cualquier parte que provengan, se desarrolla a nivel mental. Si no puedes superar la tentación en tu mente, terminarás cediendo a ella. De hecho, las acciones están precedidas por pensamientos e intenciones, así que vencer la tentación a nivel del pensamiento es crucial para no caer en comportamientos no deseados. Sin embargo, es necesario aprender a reconocer la tentación, porque a menudo se insinúa de manera sutil y progresiva. Desenmascararlo es fundamental para resistir de manera efectiva, porque siempre hay una salida, incluso cuando parece difícil. Siempre tenemos la posibilidad de elegir resistir a ella pidiendo la ayuda de Jesús, que nos dará la fuerza interior para superar estos desafíos, como nos ha demostrado Santa Catalina.

Muchos directores espirituales, con justificaciones más o menos plausibles, aconsejan no leer "El Diálogo de la Divina Providencia", para evitar que se nos vengan escrúpulos y se insinue también el miedo de ir al infierno. Es verdad, en esos diálogos, Dios Padre dice cosas tremendas en virtud de una lógica rigurosa que, unida a una gran esperanza, es el único camino para llegar a la salvación y a la santidad. Sin embargo, es importante recordar que la misericordia de Dios es infinita y que la esperanza en ella debería superar siempre el miedo al juicio.

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