Extraido de: "Visiones"
En esta noche ha ocurrido este detalle, me parece que Dios me ha hecho ver un alma del purgatorio. La he visto detres maneras.
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VISION DE TRES VECES DE UN ALMA DEL PURGATORIO
La primera vez me parece que el alma era un gran fuego y que, a mano de los demonios, tenía grandes tormentos uno detrás de otro. Cada visión de cada uno de aquellos ministros infernales, le producía pena sobre pena, pero entre tantas penas, la mayor era la que le producía daños. A dicha alma no se la podía ayudar, estaba bajo la mano de la justicia de Dios y eso basta. Todo esto fue de gran amaestramiento para esta alma.
La segunda vez tengo una visión de grandes tormentos, en particular sobre los sentimientos, por así decirlo. Diré que me parecía que era atormentada en los ojos y en las orejas con hierros cortantes y punzantes, que ésto se hacia de manera rápida y todo era en un sentimiento conjunto. ¡Oh Dios! El sentimiento de la lengua era mucho más penoso. De repente parecía que le saliera de la boca y llegara a la tierra y parecía que fuera clavada allí, no con un clavo de hierro sino con un clavo de la mano de Dios.
Los demonios que son ministros de la justicia divina, con todo su poder atormentaban a esa alma, y ella estaba inmóvil en el mismo lugar en que permanecía, ni siquiera podía moverse. Era todo pena, de pies a cabeza, no hay manera de explicar estas penas, y no creo que haya alguna criatura viviente que pueda contarlo nunca. Me pareció también verla, en un momento, como destruida por completo, consumida por muchas penas, pero luego, en un momento, surgió con más atroces penas que parece que siempre comienzan y continúan con mas ardor. En fin, me parecía verla ahora hacerla lacerar, por momentos pincharla con puntas candentes y por momentos estar en un fuego ardiente, y convertirse en hielo. Parecía que el ánima estuviera helada por dentro pero al mismo tiempo, sentía fuego y hielo.
La tercera vez me lo enseñaron también de la misma forma, padecía un tormento intolerable, y parece que vio algo que no se qué es, ni yo entendía qué era. Al final, mi ángel custodio me hizo observar que ella veía el habito que la había llevado a la Religión y, al verlo, le renovaba todos sus tormentos y las penas, porque ella se había puesto el hábito pero no de Religiosa.
En un momento fui transportada por mi ángel custodio a los pies de Santa María, le pedí ayuda para esta pobre alma, me mostré ante ella para padecer cualquier pena y tormento, y Santa María me prometió la gracia de mostrarme aquel sello, y me dijo que yo le contara todo a mi confesor. Le pedí la obediencia de padecer en alguna hora, para satisfacer la justicia de Dios. Fue por medio de esta ánima que me hizo ver todo aquello en su justo momento. Me parece comprender que en aquel instante había tenido un instante de alivio.
En este punto, se me hizo ver en aquella alma la necesidad de tener compasión por cualquier corazón duro. Ante la imagen del rostro de mi Madre, que estaba postrada, le pedí gracia a Santa Maria y ella me dijo que esa postración al final de aquellas 24 horas de sufrimiento, había sido para que ella se fuera al Santo Paraíso, y que yo quedaría entre las penas. Pero ella quería que en estas penas yo tuviera la asistencia de mi confesor, porque serían grandes los tormentos en manos de los demonios, los cuales tenían la posibilidad - así quería Dios- de flagelarme y combatirme.
En este punto escuché una voz espantosa y recibí un gran golpe que me arrojó al suelo. El demonio me decía "maldita, maldita ¿Qué piensas hacer? Yo he venido aquí para quitarte la vida", pero yo reí en ese momento de valentía. ¡Qué mentiroso que es! Él no puede quitarme la vida ni hacer nada, sin la voluntad de Dios. Con actos de humillación interiores, aceptaba todos los golpes, y como penitencia de mis culpas agradecía a Jesús, agradecía a María, daba miles de bendiciones a Dios, y le rogaba que pusiera su mano en mi cabeza para que nunca nunca más le ofendiera. ¡Oh Dios que gran tentación y batalla fue esta! Pero por amor a Dios todo es poco. No se puede decir otra cosa. He contado esto a despecho del enemigo.
Laus Deo [III,513-517].