Cristianos
La respuesta hay que buscarla en las huellas que la historia nos ha dejado. El primer ejemplo es sacado del diario de una gran mártir cristiana, llamada Perpetua, que fue asesinada en Cartago, África, el 7 marzo del año 203, junto a otros cinco cristianos: Felicitas, Revocato, Saturnino, Secundo y su catequista Saturo. Estamos en el año 203, a principios del tercer siglo después de Cristo.
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Lo que pensaban los primeros cristianos
La risposta va cercata nelle tracce che la storia ci ha lasciato.
Perpetua y sus compañeros, hermanos en la fe, fueron primero gravemente heridos por fieras feroces y luego fulminados por un golpe de gracia y atravesados por el filo de una espada.
Perpetua, mientras está en prisión, tiene una doble visión. En la primera visión ve a su hermano Dinocrate, "muerto a los siete años por un cáncer que le había devastado la cara" hasta el punto de que, escribe Perpetua, "su muerte había hecho horrorizar a todos".
En la primera visión, Perpetua ve salir a sus hermanito de un lugar tenebroso donde había mucha otras personas; el niño estaba acalorado, sediento, sucio y pálido. El rostro estaba desfigurado por la llaga que lo había matado. Y todavía, en esta primera visión, Perpetua ve a su hermano que intenta salir a beber de una piscina y entiende que Dinocrate esta sufriendo. No puede salir a beber y este era para él motivo de gran sufrimiento.
Perpetua reza por el alma de su hermano difunto. El Señor escucha sus oraciones y, en una segunda visión, Perpetua ve a Dinocrate perfectamente sanado, en grado de abrevarse, capaz de jugar como hacen todos los niños. Interpretando esta segunda visión, Perpetua escribe en su diario: "Me desperté y comprendí que la pena había sido rectificada".
En el tercer siglo después Cristo los cristianos creían en la existencia del Purgatorio, como lo demuestra el diario de la mártir Perpetua.
Basta este documento para desmantelar la acusación de que el Purgatorio ha sido inventado por la Iglesia Católica en la edad media.
Entre la documentación histórica se encuentra el conocido epitafio de Abercio. En este epitafio leemos: "Estas cosas dicté directamente yo, Abercio, cuando tenía claramente sesenta y dos años de edad. Viendo y comprendiendo, reza por Abercio". Abercio era un cristiano, probablemente obispo de Ierápoli, en Asia menor, que antes de morir compuso de propia mano su epitafio, es decir la inscripción para su tumba. Se puede fácilmente comprender cómo la Iglesia primitiva, la Iglesia de los primeros siglos, creía en el Purgatorio y en la necesidad de rezar por las almas de los difuntos.
Otro precioso testimonio nos llega de Tertuliano (ca 155 - ca 222).
En su "De Corona", Tertuliano escribe: "En el día de su aniversario hacemos oraciones para los difuntos". En su "De monogamia", escribe: "La esposa sobreviviente al marido ofrece rezos para el gozo de su marido en los días de aniversario de su muerte", donde se entiende bien que la esposa reza para que el alma de su difunto esposo llegue pronto al gozo del Paraíso.
San Agustín asegura la fe sostenida de la Iglesia de los primeros siglos en la existencia del Purgatorio. Escribe: "No se puede negar que las almas de los difuntos pueden ser ayudadas por la piedad de sus queridos todavía en vida, cuando es ofrecido para ellos el sacrificio del Mediador (aquí San Agustín está hablando del Sacrificio de la Santa Misa), o bien mediante limosnas"
(De fide, spe, et caritate).
Escribe San Efrén en su testamento: "En el trigésimo de mi muerte acordáos de mí, hermanos, en las oraciones. Los muertos reciben ayuda por las oraciones hechas por los vivos" (Testamentum). Santo Girolamo (ca 347 - 419 o 420) atestigua que los escritos de San Efrén eran leídos en la Iglesia, después de la Sagrada Biblia.