Teología
Al principio, a través de la intercesión por los muertos, la Iglesia manifiesta, hasta el final, el origen de su fe en el Purgatorio. Luego, con sabia lentitud, definirá su doctrina especialmente en el concilio de Lyon II (1274), en el concilio de Florencia (1438) y, finalmente, en el concilio de Trento (sesión 25 del 3 de diciembre de 1563).
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Nota teológica sobre el purgatorio
He aquí las grandes líneas de esta doctrina:
- En el Purgatorio, las almas de los justos pagan su deuda en las confrontaciones de la Justicia Divina, sufriendo penas de mortificación muy dolorosas. Es bueno subrayar immediatamente que la purificación del Purgatorio no versa sobre la culpa sino sobre la pena. Si los perdones divinos concedidos al alma arrepentida cancelan la culpa, no hacen desaparecer la pena y, por medio de la expiación, el hombre repara el desorden causado por sus pecados. Aquí, el alma sufre la pena bajo la forma de una penitencia voluntaria y meritoria. En el otro mundo, bajo la forma de una purificación obligatoria.
- Según la doctrina hay dos tipos de penas en el Purgatorio. La principal es la privación provisional de la visión de Dios. Esta privación va asociada a un sufrimiento increíble. La hora de la unión ha llegado y al alma le quema del deseo de ver a Dios, pero no puede satisfacer tal deseo, porque no ha expiado suficientemente, antes de la muerte, sus pecados. La expiación se cumple, por lo tanto, en el Purgatorio y reviste la forma de un sufrimiento que nada de aquí puede expresar. En el purgatorio existen otras penas, conocidas como penas de los sentidos; sin embargo, la Iglesia nunca ha expresado la naturaleza exacta de ellas. Su finalidad es reparar el apego desordenado de las criaturas.
- Las penas del Purgatorio no son las mismas para todas las almas. Estas varían en cuanto a duración e intensidad y dependen de la culpabilidad de cada uno. Las almas del Purgatorio reciben serenamente los sufrimientos de purificación que Dios les inflige. Ellas no buscan, en efecto, sino la gloria de Dios y desean ardientemente contemplarle, lo que es para todos ellos la esperanza. En el Purgatorio reina una gran paz y también un verdadero gozo, porque las almas tienen la certeza de su salvación y ven su pena como un medio para glorificar la santidad de Dios y llegar a la visión beatífica. Los sufrimientos del Purgatorio, al no ser más meritorios, no aumentan la caridad del la alma que los sufre.
- La Iglesia de la tierra puede socorrer con sus sufragios porque un mismo amor le une al de Cristo. Esta unión crea la posibilidad de una comunión de méritos. Las almas del Purgatorio, incapaces de procurarse a sí mismas aunque sea un mínimo alivio, pueden servirse de las obras que los vivos hacen a favor de ellas con intención de pagar sus deudas. Estas obras expían la pena de las almas del Purgatorio, ofreciendo para ellos una compensación. Dios regula con su infinita Sabiduría la aplicación de los sufragios a los difuntos. La Misa es la ayuda más eficaz que la Iglesia de la tierra puede proporcionar al alma que se purifica. La limosna, la oración, así como todas las formas de sacrificio, son en sí mismas un medio para ayudar las almas que sufren.
- El Purgatorio finalizará con el Juicio Universal, dado que todas las almas destinadas a la gloria obtendrán satisfacción de una forma u otra en la Justicia divina.
Estas son en esencia las enseñanzas de la Iglesia sobre el misterio del Purgatorio. La Iglesia deja a los teólogos el encargo de arrojar algo de luz sobre ciertas cuestiones secundarias. Por citar algunas: ¿en qué lugar está el Purgatorio? ¿El pecado venial es repuesto en el instante de la muerte o en el lugar de la purificación? ¿Las almas del purgatorio rezan por nosotros?
Para las almas de los justos, el Purgatorio es aquel estado y aquel lugar de sufrimiento donde ellas expían la pena que no han satisfecho en este mundo (pena debido a los pecados mortales y veniales ya confesados) y donde los pecados veniales se rectifican en lo que se refiere a la culpa, si no han sido expiados durante la vida.
- La existencia del Purgatorio es una verdad de fe. Santo Tomás de Aquino no titubea en afirmar que negar el Purgatorio significa hablar contra la Justicia Divina y cometer un error contra la fe. Esta verdad de fe está fundada sobre la enseñanza explícita de la Sagrada Escritura con referencia al Juicio y a la exigencia de una pureza perfecta para entrar al cielo.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica "cada hombre, desde el momento de su muerte, recibe en su alma inmortal la retribución eterna a través de un juicio particular que pone su vida en relación a Cristo. Por eso, o pasará de través una purificación o entrará inmediatamente en la beatitud del cielo, o bien se condenará para siempre.
En el momento del juicio particular, el alma no ve a Dios intuitivamente, de otra manera sería ya beatificada. No se vería ni la humanidad de Cristo sino por favor excepcional a través de una luz infusa. El alma conoce a Dios como Sumo Juez, y también al Redentor como Juez de los vivos y de los muertos".