María Virgen


San Bernardo

Monasterio Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó que cualquiera que ha recurrido a tu patrocinio, implorado tu ayuda, o buscó tu protección haya sido de ti abandonado. Animados por esta confianza, recurro a Ti, oh Madre, Virgen de las Virgenes, y yo vengo a ti, arrepentido, me postro ante ti. No deseches, o Madre del verbo, mi suplica, sino escucha benigna y respóndeme. Amén.
San Bernardo de Claraval.

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Rosa mística

"Y el nombre de la virgen era María". (Lc. 1,27).

Decimos algunas palabras sobre este nombre que se traduce como "Estrella del mar" y que conviene perfectamente a la Virgen María.

Se la compara a un astro que difunde su luz sin disminuir de intensidad, así como la Virgen da a luz a su hijo sin perder nada de su pureza virginal.

Los rayos no disminuyen la luminiscencia del astro y el Hijo no quita nada a la integridad de la Virgen.

Ella es esta noble estrella salida de Jacob, cuyos rayos iluminan el universo entero, brillan en los cielos y penetran hasta en los abismos. Ella irradia la tierra, calienta las almas en vez de los cuerpos, favorece el desarrollo de las virtudes y consume los vicios.

Ella es esta estrella bonita y maravillosa que tenía que mostrarse sobre los mares inmensos con la brillantez de sus méritos y la luz de su ejemplo.

Quienquiera que seas, en este mar que es el mundo, tú, que antes de pisar la tierra firme te sientes zozobrando en el medio de huracanes y tempestades; no alejes nunca tus ojos de la luz de este astro, si no quieres verte inmediatamente sumergido de las olas de la marea. Si el viento de las tentaciones te asalta, si se te interponen los escollos de la desgracia, mira a la Estrella, preséntate a María.

Si la cólera, la avaricia y la seducción de la carne hacen zozobrar la frágil barca de tu alma, dirige tu mirada a María.

Cuando, atormentado por la enormidad y atrocidad de tus culpas, avergonzado de las miserias de tu conciencia, aterrorizado por la amenaza del juicio, comiences a sentirte amenazado por el abismo de la tristeza y la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en la angustia, en la incertidumbre, invoca a María.

Que su nombre nunca abandone tu labios y tu corazón. Y para obtener el sostén de su oración no ceses de imitar el ejemplo de su vida.

Siguiéndola no te perderás; orándole no conocerás la desesperación; pensando en ella no errarás. Si ella te sostiene, no te hundirás; si ella te protege, no tendrás temor de nada. Debajo de su guía no se teme la fatiga; con su protección alcanzarás el puerto.

Tú probarás entonces, con tu experiencia personal, cuánta verdad había en aquellas palabras: "El nombre de la Virgen era María".
Homilías sobre el Evangelio
(Missus est 2,17).