Madre de la Iglesia
Ya Ireneo había intuido que el seno virginal de María había sido purificado por el Verbo en el momento en que se hizo carne de ella: "el Puro abrió puramente el seno puro, que regenera los hombres a Dios, seno que él mismo purificó".
(Adv. Haer., IV,33,11. PG 7, 1080).
Gregorio Nacianceno, en la Homilía sobre la santa Teofanía de Cristo, (PG 36, 311-344): Él se hace hombre en todo, excepto el pecado: concebido por una Virgen prepurificada por el Espíritu Santo en el alma y en la carne.
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María es Madre
María es bella de una belleza que es más del cielo que de la tierra. María es santa, de una santidad que la colma de gracia. María es buena, de una bondad que un día le hará sacrificarse por amor su Hijo. María es pura, de una pureza que supera el candor de la nieve. María es muy fuerte, de una fuerza tal que acepta cada martirio.
María es madre de Dios
Para salvar los hombres de los horrores de la muerte y del pecado, el Hijo de Dios tenía que encarnarse, situarse también Él como un pobre peregrino sobre la tierra. También Él necesitaba una madre.
¡Oh, la perfección de este mujer privilegiada! Dios la había preparado durante toda la eternidad en la sabiduría. Y fue María quien, ante el anuncio del ángel, se humilló y se arrodilló, gritando al cielo "¡He aquí la esclava del Señor! ¡Fiat!" Y el misterio dulce y tremendo se cumple, el hijo de Dios es el Hijo de María.
María es madre nuestra
Habiendo aceptado ser la madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, María aceptó seguir maternalmente a Jesús en su misión dolorosa. Misión de salvación, misión de renuncia y de martirio.
Jesús, primogénito entre muchos hermanos, se sometió a la voluntad del Padre, María es la madre de estos hermanos de Jesús. Y fueron los hermanos lo que un día matarían y crucificarían al Hijo Primogénito. Y ella vió el cuerpo atormentado del más bello, del más bueno de todos los hijos de los hombres, y fueron sus verdugos los otros hijos que lo colgaron de lo alto del patíbulo. Desde allí, Ella recibió el testamento de Jesús.
Súplica
Dulce Madre, ¿cómo puedo hacerte olvidar el dolor cruel que te he causado? ¿Y cómo podré mostrarme de verdad ante tu Hijo? Tu eres siempre Madre. Incluso cuando soy malo tú estas siempre dispuesta a oír tu corazón traspasado de agudas espadas, pero ¿de qué me servirá si no me enmiendo, si no quiero ser tu hijo? Oh María, no me dejes. Una madre no abandona a su hijo. Contigo estoy salvo.
Oración
María mía dolorosa, no quiero dejarte sola con tu llanto, no, quiero unir mis lágrimas a las tuyas. Hoy te pido este favor: obtener para mí la gracia de recordar de forma continua y tener una tierna devoción a la Pasión de Jesús y para que cada día que me quede por vivir pueda llorar tus sufrimientos, oh madre, y los de mi Redentor.
Espero que cuando este en la hora de mi muerte el recuerdo de tu dolor me dé la confianza y la fuerza para no desesperar, al ver los delitos que ocasioné a mi Señor.
Tu dolor me conseguirá el perdón, la perseverancia, el cielo, donde espero ir a regocijarme contigo y cantar las misericordias infinitas de mi Dios por toda la eternidad. Espero que sí, que así sea.
Amén.
(San Alfonso María de Ligorio)