Enrique Suso
Enrico Suso ha sido un místico alemán
(Überlingen, 21 de marzo de 1295 - Ulm, 25 de enero de 1366)
«En Ulm, en Suabia, Alemania, beato Enrique Suso, sacerdote de la Orden de los Predicadores, que soportó pacientemente innumerables dificultades y enfermedades, escribió un tratado sobre la eterna sabiduría y predicó con asiduidad el dulcísimo nombre de Jesús.»
(Martirologio romano - 2 de marzo)
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Del Librito de la Eterna Sabiduría
Pura Señora y noble Reina del cielo y de la tierra, toca mi corazón petrificado con el mar de lágrimas que has derramado por la amarga tribulación de tu Amado Hijo, debajo de la mísera cruz, a fin que este corazón se enternezca y pueda comprenderte, De hecho, la pasión del corazón es de tal naturaleza que nadie la conoce bien, si no quien la ha probado. Ah, ahora toca mi corazón, Señora, con tus tristes expresiones y pocas palabras como te comportaste debajo de la cruz cuando viste a tu Amado Hijo morir tan dolorosamente.
RESPUESTA: Tú tienes que entenderlo con lamento y con dolor en el corazón. Aunque, si ahora estoy libre de cada sufrimiento, no lo estaba en aquel tiempo.
Antes de llegar al pie de la cruz había sentido grandes e indecibles dolores, especialmente cuando tuve la primera visión de mi hijo maltratado, brutalmente golpeado. A causa de esto permanecí sin fuerzas y así, agotada, fui conducida, siguiendo a mi amado Hijo, al pie de la cruz. Pero lo que me preguntas, esto es, cuál fue mi estado de ánimo y como me comporté, escúchalo, para conocimiento de cuantas personas sea posible saberlo. De hecho, no ha nacido un corazón que pueda conocerlo a fondo.
Mira, todos los sufrimientos que nunca experimentará un corazón se pueden comparar al insondable dolor que mi corazón sufrió entonces, son como una gota de agua en comparación con el mar. Por lo tanto, comprende ésto: mientras más Amado y dulce es [para nosotros], más insoportables son su pérdida y su muerte. Nunca nació sobre la tierra alguien tan tierno. ¿Dónde se ha visto antes alguien más amoroso que mi único, tan amable y Amado por el cual y en el cual yo poseía absolutamente todo lo que este mundo podría dar? Estaba ya muerta yo misma cuando mi hermoso amor fue muerto y entonces yo morí también. Mi Amado era único y era el amor de mis amores, por eso mi sufrimiento fue único y fue sufrimiento de sufrimientos como nunca lo ha habido.
Su bonita y radiante humanidad era para mí una visión amable, su digna divinidad era una dulce visión para mis ojos, pensar en Él era el gozo de mi corazón, hablar de Él era mi pasatiempo, escuchar sus dulces palabras era para mi alma como un sonido de arpa. Era el espejo de mi corazón, la delicia de mi alma. El reino de los cielos y de la tierra, y todo lo que ellos contienen, yo lo poseía en su presencia.
Cuando ví a mi único Amor frente a mis ojos, hundido en la miseria de la muerte, ¡ay de mí, qué espectáculo! ¡Ay de mí, qué momento fue aquél ¡Cómo murió en mí mi corazón, como fue muerto mi espíritu! ¡Cómo permanecí sin fuerzas y cómo desaparecieron mis sentidos! Levanté los ojos, pero no podía ir en socorro de mi Amado Hijo; los bajé ¡veía con mis ojos a los que maltrataban tan miserablemente a mi Hijo! Mi corazón estaba muerto, mi voz se desvanecía y había perdido la fuerza.
Sin embargo, cuando volví en mí, mi voz recobró fuerzas por encima de las otras voces y dije a mi Hijo estas palabras: "¡Ay de mí, Hijo mío, ay de mí, mi hijo, ay de mí, espejo alegre de mi corazón, en el cual tan frecuentemente he mirado con gozo, qué hundido te veo ahora, delante de mis ojos! ¡Ay de mí, tesoro más precioso del mundo, mi madre, mi padre y todo lo que mi corazón pueda imaginar, tómame contigo! ¿O a quien quieres dejar a tu mísera madre? ¡;Ay de mí, Hijo mío! ¿Quién me concederá morir para ti, soportar esta amarga muerte por ti?
¡Ay de mí, miserable dolor de una madre privada de su amor, cómo se me arrebata cada gozo, amor y consuelo! ¡Ay de mí, muerte hambrienta! ¿Por qué no me devoras? ¡Tómame, toma a esta pobre madre para la cual vivir es más amargo que morir! Yo veo ya morir al único que mi alma ama ¡Ay de mí, hijo mío, tan amado!".
Mira, mientras lloraba tan amargamente, mi hijo me consolaba con gran bondad y, entre otras cosas, me decía que el género humano no podía ser redimido de otro modo y que Él iba a resucitar al tercer día y se aparecería ante mí y los discípulos, y dijo: "¡Mujer, contén las lágrimas, no llores mi buena madre! Yo no te abandonaré por toda la eternidad". Y mientras mi Hijo me consolaba tan benévolamente, me recomendó al discípulo que amaba y que estaba presente con el corazón lleno de dolor.
Las palabras que penetraron tan lamentable y míseramente en mis oídos traspasaron mi corazón y mi alma como una espada afilada. También los corazones endurecidos, entonces, tuvieron gran piedad de mí. Aparté las manos y los brazos y, en la miseria de mi corazón, habría de buena gana abrazado a mi Amor, pero esto no pudo serme concedido. Y, oprimida por el dolor, me abatí bajo la cruz, no sé cuántas veces perdí la voz. Y cuando me recuperé, nada más pudo serme concedido. Besé la sangre que fluía de sus heridas, tanto que mis pálidas mejillas y mi boca se tiñeron del color de la sangre.
EL DISCÍPULO: ¡Ay de mí, infinita docilidad, qué insondable martirio, qué tormento es este dolor! ¿Dónde me tengo que dirigir, hacia quién he de dirigir mis miradas? Si miro a la hermosa Sabiduría, ¡ay de mí, veo tanta pena frente a la cual mi corazón tiene que hundirse! Afuera gritan contra Él, interiormente la angustia mortal combate con Él; sus venas están tensas, toda su sangre fluye. Es todo un sufrir, solo morir, sin amor, sin consuelo alguno.
Si dirijo los ojos hacia su purísima Madre, ¡ah!, entonces veo a un tierno corazón traspasado, como si cientos de cuchillos lo hubieran lacerado. Veo su alma pura, toda martirizada. No se ha visto nada parecido a aquel gesto de ardiente deseo, no se ha oído jamás nada similar a aquel llanto materno. Su débil cuerpo está abatido, vencido por el dolor, su bella cara está manchada por la sangre sin vida. ¡Ay de mí, lamento y pena más grande que cualquier pena! El martirio de su corazón está presente en el sufrimiento de la madre afligida, el martirio de la madre afligida en la muerte inocente del Amado Hijo, muerte que le resulta más penosa que su misma muerte. Él la mira y la consuela con suma bondad, ella llorando tiende las manos hacia él y quisiera, tristemente, morir en su lugar.
¡Oh!, ¿Quién de los dos está peor? ¿Quién de los dos sufre la pena más grande? Nunca hubo pena igual. ¡Ah, corazón materno, delicado espíritu femenino! ¿Cómo ha podido nunca un corazón materno soportar éste inmenso sufrimiento? ¡Sea bendito este tierno corazón! En comparación con todo su dolor, todo lo que nunca fue narrado o descrito del sufrimiento del corazón es como un sueño ante esta realidad. ¡Seas bendita tú, aurora naciente, sobre todas las creaturas, y bendito sea el prado florido de rosas rojas de tu bello rostro, adornado con la flor roja de rubíes de la eterna Sabiduría!
¡Ay de mí, Tú, delicioso rostro de la hermosa Sabiduría, cómo mueres! ¡Ay de mí, Tú, bello cuerpo, cómo estás de inclinado! ¡Ay de mí, ay de mí, Tu sangre pura, cómo cae cálida sobre la Madre que te dio a luz! ¡Ay de mí, vosotras todas madres, lloráis por este sufrimiento!. ¡Vosotros todos, corazones puros, dejad que os penetre en el corazón la sangre pura, color de las rosas, que tanto inundó a la purísima Madre. Contemplad, vosotros todos, corazones que nunca tuvisteis un sufrimiento interior y mirad cómo no ha habido nunca nada semejante a este sufrimiento de corazón. No es maravilla que aquí nuestros corazones se deshagan en lamento y piedad. La pena fue tan grande que rompió las duras piedras, la tierra tembló y el sol se apagó para padecer con su Creador.