Lectio divina
El discípulo
«El discípulo la metió en su casa».
(Jn 19,27).
"Los soldados después de haber crucificado a Jesús, le quitaron sus ropas y las hicieron cuatro partes, una para cada uno, y la túnica.
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La metió en su casa
Como la túnica era sin costuras, hecha de una sola pieza, se dijeron: No la rompamos, echémola a suertes para ver a quién le toca. Así se cumplia la Escritura: se reparten mis ropas y echan a suerte mi túnica. Y así hicieron los soldados. Estaba, junto a la cruz de Jesús, su madre, la hermana de su madre, Maria de Cleofás, y Maria Magdalena. Jesús, entonces, viendo a su madre y al discípulo que tanto amaba, le dijo a su madre: "Mujer,ahí tienes a tu hijo". Después le dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" Y desde aquél momento la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido dijo, para cumplir la Escritura: "Tengo sed". Le dieron un vaso lleno de vinagre; ataron el vinagre a una caña y se la acercaron a la boca. Y, después de haberlo probado, Jesús dejo; "Todo está cumplido". E, inclinando la cabeza, expiró"(Jn 19,25-30)
El evangelista, antes de focalizar la atención sobre la madre de Jesús, y "al discípulo que tanto amaba" en una escena de acento solemne y conmovedora, describe el reparto de los vestidos de Cristo y el sorteo de su túnica por parte de los soldados que le crucificaron. Una pequeña partícula griega (mén=mientras) puesta al final de los versos que tienen por protagonistas a los soldados (Jn 19,24), por acostumbrado descuido de los traductores, hace entender que la escena de la túnica y siguientes, de la madre, son contemporáneas.
Mientras la muerte se acerca, sobre la cruz, Jesús va a pronunciar palabras importantes, decisivas, las últimas:como un testamento solemne para la humanidad, el tesoro
más grande de su vida. El Hijo de Dios no está preocupado por sí, no está concentrado en si dolor; los atroces tormentos de la pasión y crucifixión no lo encierran en sí mismo. Está para ofrecerse en sacrificio para todos (Lc 22,19-20), no puede dejar de pensar en la multitud que esperan en Él (Mc 14,24).
Al principio de sus palabras, dá a los hombres la promesa del perdón (Lc 23,34), en la segunda, abre la puerta del reino de los cielos a un malhechor, colgado, como Él, en el
patíbulo(Lc 23,43) casi para garantizar que nadie está excluido del abrazo de amor que desprende la potencia de la cruz.
Jesús no puede expirar sin haber cumplido hasta el fondo la voluntad del Padre, sin que antes "todo" sea cumplido (Jn 19,30). Debe, todavía, hacer el regalo más bello a la humanidad. Desnudo, sobre la cruz, desposeido de todo, colgado entre el cielo y la tierra, no posee nada más que a su madre, su madre Maria, y se presta a regalarla como el bien más precioso y caro. Preparada desde la eterna sabiduria del Padre, María está ofrecida a nosotros como madre sobre la cruz en el Espíritu, para prolongar, sobre la humanidad redimida, la misma matenal y premurosa solicitud que reservaba en la plenitud de los tiempos sobre el fruto de su seno.
Juan nos transmite la tercera y gran fatídica palabra de Jesús sobre la cruz y con profundidad psicológica la describe como en concomitancia al reparto de los vestidos y al sorteo de la preciosa túnica "sacerdotal" de Cristo porque "sin costuras, tejida toda de una pieza de arriba a abajo"(Jn 19,23). Sin precisarlo, claramente, el evangelista hace intuir que aquella túnica estaba hecha por la madre de Jesús. Verdaderamente, por este motivo el sorteo suscita en la mente del condenado, aquellos tiernos recuerdos afectivos que lo obligan a fijar su atención sobre el grupo de amigos presentes al pie de la cruz.
"Ya el corro de curiosos se está alejando y gran parte de los enemigos se han ido. Quedan, solamente, los soldados de guardia y el pequeño grupo de fieles. Pequeño grupo. Los apóstoles han huido. Lo mismo Pedro, por temor, o, más probablemente, por la vergüenza de su traición, no está aquí. Para deshonor de los hombres, está formado por mujeres, excepto el más joven del espeso clan de los pescadores, Juan, en el que el amor ha tenido lo mejor sobre el temor y las dudas.
Ahora nosotros sabemos que aquél discípulo,ya entrado en la esfera del amor del Padre y del Hijo, aceptará el mandato de Jesús. El texto dice que "desde aquella hora el discípulo la acoge consigo", es decir, como un bien precioso" Expliquemos esta traducción. La palabra "ora" ya la conocemos y sabemos que aquí señala el cumplimiento de la obra mesiánica de Jesús, cumplimiento de las Escrituras también para Maria, inicio para ella de una nueva maternidad.
Y bien, el discípulo hace suyo el evento mesiánico y acoge a Maria como Madre.
"La acoge". No hemos traducido la expresión griega con "la metió en su casa" como hacen muchos. Maria no es un objeto que se coge, es una persona que se acoge, en el sentido preñado del verbo; se trata de una acogida llena de afecto y de fe en la palabra de Jesús. "La acoge como un bien precioso". Un artículo des estudioso Ignacio de la Pottiere lleva este bellísimo título; "Desde aquella orden el discípulo la acoge en su intimidad". Ello dice todo el afecto con el que el discípulo que Jesús amaba obedeció a su Maestro. Otros, como San
Ambrosio, hablan de los "bienes espirituales" recibidos en herencia de Jesús, u entre estos está su Madre. Charles Journet ha comprendido del mismo modo estas palabras evangélicas cuando dice: "Él la acoge (decimos con de la Pottiere;la acoge) en su intimidad, en su vida interior, en su vida de fe. Esta interioridad del discípulo no es otra que su disponibilidad a abrirse, en la fe, a las últimas palabras de Jesús, acogiéndola como a su Madre en su vida de discípulo, la madre de Jesús es ya nuestra madre".
Esta es nuestra fe. No estamos huérfanos. Junto al Padre y al Hijo está Maria, y después del Espíritu que nos reúne en una comunón perfecta. En la Iglesia, todos continuamos llamándola la "Madre de Jesús" y ala vez, la llamamos "Madre nuestra". La Iglesia tiene un rostro Mariano; está Jesús que lo quiere y, nosotros como sus discípulos fieles, la acogemos como su preciosa herencia. ¿Qué sitio ocupa Maria de Nazaret en nuestra condición de fieles laicos, religioso y sacerdotes?
¿Es verdaderamente cierto que vivimos en profunda intimidad con la Madre de Dios?¿Nos confiamos a ella?
¿La sentimos como un bien precioso para nuestra vida espiritual que pensamos que es un
adorno superflúo?
Muchos males nos agreden porque no damos fe a las palabras de Cristo y no obedecemos su
mandato supremo, no hacemos espacio a Maria, no la acogemos sinceramente en nuestra casa. Es cuánto advierte, con sano realismo el cardenal Martini, pintando con rápidas pero densas pinceladas la actual situación eclesial: "Sufrimos por una cierta disminución de la familiaridad afectiva eon María en la élite eclesiástica. No sólo en el pueblo sencillo, que va a Medjugorje o que escucha cada dia Radio María, sino en nuestros sacerdotes, religiosos, laicos,
empeñados en que proceden del concilio Vaticano ll.
Percibimos el informe entre tal enfriamiento y carencias, crisis afectivas, desórdenes
emotivos que afligen hoy a la élite eclesiástica. Con la consecuencia, más en general, de la disminución del espíritu "mariano" en la Iglesia; probablemente recordamos todos que Hans Urs von Balthasar ha subrayado la necesidad de conjugar siempre el "principio petrino" con el "principio mariano", entendiendo por "principio mariano el espíritu de acogida, apertura, generosidad, paz, optimismo, disponibilidad, intuición, escucha y afecto profundo. Al contrario de este espíritu mariano están amargura, rigidez, imposición, falta de soltura, legalismos, puntillos y durezas". El siervo de Dios P. Mariano de Turín, conocido y estimado como el capuchino "párroco de los italianos" por los 17 añosde asídua presencia en TV, repetía: "Si todavía tenemos defectos, si no somos santos, es por el hecho de no amar bastante a la Virgen Inmaculada".
Podía alguno de nosotros decir de Maria "sede de la Sabiduría", aquello que el discípulo decía de la Sabiduría en el Antiguo Testamento; "He decidido tenerla por compañera de mi vida, sabiendo que será mi consejera y me confortará en las preocupaciones y en el dolor...Ella conoce lo agradable a tus ojos y aquello que es conforme a tus decretos" (Sab 8,9. 9,9). María, madre nuestra, compañera de vida y consejera sin igual, conoce los deseos de Dios en nuestras preocupaciones. Quién vive en su intimidad y aprende a confiarse,escucharla e imitarla en cada cosa, quién vive unido a ella y se deja guiar por su presencia maternal avanza,decididamente,en el amor de Dios,vive bajo la acción del Espíritu Santo, se forma a imagen del hombre nuevo (Ef 4,23-24) y llega a ser, para todos, fuente de vida y de gracia.
En el centro del grupo está la madre del moribundo, María que tiene junto a sí, otras tres mujeres, si seguimos la interpretación que prefieren los exégetas de hoy, o dos, si nos atenemos a aquella clásica. "Estaban junto a la cruz de Jesús-dice el evangelista-su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena". Sabemos ya quién era ésta última; la mujer, de la cual, como dice San Lucas, habían salido siete demonios y, seguramente, la misma mujer, que según el mismo evangelista, habían visto secar los pies de Jesús en casa de Simón, el fariseo. Probablemente, es la hermana de Lázaro, el resucitado.
Antiguamente, se pensaba que la hermana de su madre y María de Cleofás, eran la misma persona, poniendo sólo una coma entre las dos indicaciones. Hoy, los estudiosos, prefieren pensar que esta hermana de su madre, sería la esposa de Zebedeo y madre de Juan y de Santiagoel mayor,la Salomé citada por San Marcos, mientras María de Cleofás (esposa de Cleofás) podría ser aquella que San Marcos llama madre de Santiago el menor y de José. Pero estamos en el campo de la hipótesis.
Sí sabemos, que el pequeño grupo estaba cerca de la cruz. Quizás el mismo Jesús habría hecho, en aquel momento, señales para que se acercaran porque debía decirles algo muy importante. No es inverosimil porque - como escribe Lagrang - "ninguna ley impedía, a los parientes, acercarse a los condenados; los soldados defienden la cruz contra un eventual golpe de mano o para impedir cualquier clase de tumulto;pero no alejaban a los curiosos, ni a los enemigos ni a las personas amigas". Había poco que temer de aquél grupito formado por cuatro mujeres y un joven. Los mismos soldados debían sentir compasión por aquél reo, porque, a la hora de la verdad, tuvo poco consuelo.
Sabemos, también, que estaban junto a la cruz. y este "estaban" en latín, nos dice claramente que estaban de pie, con gran dignidad... que Mará había podido tener algún tipo de abatiminto por su condición humana, que se apoyase en Juan es normal para una madre. Pero, ciertamente, desde la cruz, Jesús no vio a una mujer fuera de sí. Porque estando atormentada por el dolor, ella fue intrépida, dispuesta a asumir la tremenda herencia que su hijo le confió.
Jesús, clavado al madero, se vuelve a su madre, a la que mira con inmenso afecto. Mará está de pie bajo la cruz, en agonía con si Hijo. Junto a ella, para sostenerla en aquella tremenda "hora", el discípulo fiel, amado de Cristo; "Mujer,ahí está tu hijo" (Jn 19,26).
No se trata de una simple atención filial de Jesús por su madre, de una justa preocupación por su devenir material, dicha por el deseo de asegurarle asistencia y protección. Cristo, al corazón de su obra salvífica, quiere confiar a María la misión universal de ser madre de todos los hermanos y hermanas redimidos por su sangre. Como en Caná de Galilea en los albores de su ministerio público, así sobre la cruz al cúlmen de su acción redentora, Jesús llama a María "mujer" en lugar de "madre" porque quiere superar la relación familiar y considerar a María como la mujer empeñada, sin límites de extensión, en la obra de salvación.
Mará, desde el dia de la encarnación del eterno Verbo del Padre, continuará y será llamada Madre de Dios.
Desde entonces, colma de sufrimientode la inmolación de su Hijo sobre el Gólgota, empezará a ser invocada como Madre de todos los creyentes, de cuántos acogen a Jesús en la fe y sean igual a él, sobre el ejemplo del discípulo que Jessús amaba "Cada hombre que es perfecto, no viva más, sino que es Cristo el que vive en él" (Gál 2,20):y puesto que Cristo vive en él,se le ha dicho a María "He ahí a tu hijo" es decir Cristo".
A ella, "Madre en el orden de la gracia" (Cristo confia la totalidad de sus discípulos, pero en su irrepetible individualidad:"He ahí a tu hijo.
Para una madre, los hijos no son sólo números; para María cada uno de nosotros, entrevisto a Cristo, no desaparece en el anonimato, no está sin rostro, sin nombre... El amor materno de María se vuelca en cada hijo personalmente, se interesa por todos, en particular, en concreto, en la existencia, ofrece a cada cual la certeza de ser amado como único y a recibir premura y afecto.
Inmediatamente después de haber hablado con su Madre, desde la cruz, Jesús fija la mirada sobre el discípulo que está "allí junto a ella" y le ordena: "Ahí está tu madre" (Jn 19,27), no sólo
para que la cuide y la tome consigo "en su casa" sino sobretodo para que pueda introducirla en su intimidad, en su misma experiencia afectiva.
"No basta que María asuma su nueva misión, es necesario que, también, el discípulo tome conciencia de esta maternidad de María, es lo que pasa sobre el Calvario, cuando Jesús, vuelto al discípulo, le dice "Ahí está tu madre". Diciendo esto Jesús le revela la misión a la que ha llamado a María y la coloca frente a su responsabilidad.
Si recuerdas - nos repite San M.L. Monfort - María es el gran y único molde de Dios, hecho para modelar imágenes vivientes de Dios con poco gasto, y poco tiempo. Quién encuentre este molde y se meta dentro, rápidamente es transformado en imagen de JesuCristo, con este molde representa al natural".
Quién ama a María y se deja plasmar humildemente, asume, poco a poco, su mismo alienamiento espiritual, sus vivencias interiores, sus admirables virtudes Mirándonos en ella, el cristiano, religioso, sacerdote conquista la belleza misma de María, reflejada en la eterna belleza que refulge sobre el rostro de Cristo. "María es un espejo para la Iglesia en un doble sentido; primero porque refleja la luz que ella misma recibe, como hace un espejo con la luz del sol;segundo, porque es tal que, en ella, la Iglesia puede y debe "mirarse" es decir, reflejarse y confrontarse para embellecerse a los ojos de su Esposo celestial. También en este caso, no aplicamos a María, en sentido particular, lo que he dicho, en general, de la Palabra de Dios, es decir, que ella es un "espejo"
(cf. Gc 1, 23).
En términos exactos, decir que Mará es figura o espejo de la Iglesia quiere decir que, después de haber considerado una palabra, o un evento, de la vida de la Virgen, nos preguntamos: ¿Qué significa esto para la Iglesia o para cada uno de nosotros? ¿Qué debemos hacer para poner en práctica lo que el Espíritu nos ha querido decir a través de María?. Por nuestra parte, la respuesta más válida no está contemplada simplemente en la devoción a Mará, cuánto en su imitación".
En la presente meditación, quisiéramos imitar a Mará como:
- La mujer de la fe;
- La mujer de la gracia;
- La mujer del amor
...para imitar la virtud y con ella y, por su medio, seguir más de cerca a Jesús, su Hijo nuestro Señor.