Lectio divina

Lectio divina

Lectio

Alimento que perece

«Procuraos no el alimento que perece» (Gv 6, 27)

Después de haber partido definitivamente de la casa paterna y haber dilapidado todo lo que poseía, el hijo más joven de la parábola evangélica, repasando toda su vicisitud, sólo, delante de su propia conciencia confesaba amargamente: "Yo aquí muero de hambre" (Lc 15, 17).

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Tú eres el Señor.

Cuántas veces también otros después de haber gustado las muchas y aparentes satisfacciones "delicias" que la tierra ofrece a sus inquili, encontramos desilusionados, insatisfechos, , todavá hambrientos y sedientos, pero ¿porqué?

Hay en otros un hambre y una sed muy profundas que nada ni nadie pueden saciar.La nuestra es codicia más allá de lo material, más allá de todo lo terreno que podemos ver,tocar o poseer. Es sed ardiente de verdad, de amor, de bien. Hasta que no alcancemos la plenitud para la cual estamos hechos y a la que inevitablemente tendemos, nos sentiremos siempre faltos, luego no plenamente felices. Se tiene hambre, cuando a nuestro estómago, para nuestra vida, le falta algo. Pero siempre nosotros estaremos vacios, más o menos profunda y tormentosamente hasta que Dios no venga en plenitud, como solamente Él puede hacer: "Los ricos empobrecen y tienen hambre, pero al que busca al Señor, no le falta nada" (Salm 33,11). El Espiritu del hombre está plasmado sobre dimensiones divinas, infinitas (Gén 1,26.27). Sólo lo infinito, lo Eterno, lo inmenso lo puede colmar. El misterio del hombre reclama el misterio de Dios; "Un abismo llama al abismo"
(Salm 48,2).

"Tú eres grande, Señor, y bien digno de alabanza: grande es tu virtud, tu sabidurá incalculable. Y el hombre quiere alabarte un trozito de tu creación que se lleva alrededor su destino mortal... Tú lo estimulas a deleitarse en tus loas, porque nos has hecho para tí y nuestro corazón no tiene descanso si no reposa en tí"
(San Agustin)

También los salmos cantan esta verdad: "Oh Dios, tú eres mi Dios, en la aurora te busco, de tí tiene sed mi alma, te desea mi carne, como tierra desierta, árida, sin agua" (Salm 62,2). "Cómo la cierva anhela los cursos del agua, así mi alma te anhela, oh Dios. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente" (Salm 41,2-3) "Sólo en Dios reposa mi alma, es Él mi esperanza".
(Salm 61,6).

Que lo sepamos o no, que tengamos viva conciencia o no, todos tenemos hambre, hambre de infinito, hambre de Dios..

¿Porqué mendigar un poco por todas partes, pizcas inconsistentes cuando Dios mismo nos ofrece su pan nutriente, sustancioso y abundante? Él lo ha proveido para nosotros. Sin este alimento quedaremos siempre hambrientos, vacios, insignificantes, desilusionados interiormente.

Paliativos al hambre profunda del hombre son muchos, "maná del desierto", ofrecidos a buen precio para resolover todos los problemas, igualmente. Pero no podrán nunca satisfacer las exigencias del corazón, cambiar el curso de la vida y anular las incidencias de la muerte: "Vuestros padres comieron el maná del desierto y murieron"
(Jn 6,49)

El Padre Celestial, nuestro creador, el que nos ha hecho y plasmado y conoce perfectamente nuestras codicias, al que pertenecemos totalmente nos "da el verdadero pan del cielo" (Jn 6,32) "para que quien coma no muera"
(Jn 6,50)

¿Pero qué es este pan que Dios prepara para nosotros, regalo para nuestra hambre? No es una cosa, es una persona, es persona divina, es el unigénito Hijo de Dios, es el Señor Jesús: "El pan de Dios que baja del cielo para dar la vida al mundo"
(Jn 6,33).

El mundo espera a Jesús; ningún otro puede darles la vida.
(Jn 1,4-16).

No podremos buscarlo y encontrarlo si Él mismo no se hubiera hecho don para nosotros, si Él antes de cada movimiento nuestro no se hubiera puesto sobre nuestros temas. La Eucaristía es Cristo que se nos regala; que se ofrece en el signo de un amor infinito, llegando al encuentro de nuestras exigencias más profundas; que se hace pequeño y humilde, naciendo no sólo la divinidad sino también su humanidad, porque nosotros no tenemos miedo de su grandeza; que se hace alimento para servirnos y darnos su total disponibilidad para ser asimilado y a transformarnos en aquello que Él es. "El discípulo que Jesús amaba abre su relato de la última cena y de la Pasión con estas palabras tan conmovedoras: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, y como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo"
(Jn 13,1)

Y de tales palabras resulta inmediatamente claro que el sacramento y el sacrificio de la Eucaristía, instituidos por Jesucristo en la Última Cena, son, a la vez que su Pasión y su Resurrección, la encarnación perfecta e inefable de su amor por nosotros. Digo "encarnación" más bien por expresión, porque en este Sacramento Divino, el amor infinito de Dios continúa siendo encarnado, a morar entre nosotros en su sustancia corpórea nacidas bajo la especies del pan y del vino.

Jesús ha manifestado su mismo deseo de condividir con nosotros el misterio de su vida divina. He dicho haber venido porque tuvimos la vida y la tenemos más abundantemente (Jn 10,10) Ha venido a tirar su vida de amor como un fuego sobre la tierra, y deseaba verla arder... Su caridad infinita, prisionera de su Corazón Sagrado, anhelaba prorrumpir en su cárcel y comunicarse a todo el género humano, porque, como Dios, Él es bondad sustancial, y naturaleza específica del bien, es propio de su ser "diffiusivum sui".

He aquí porqué la Iglesia,en su liturgia, continúa aplicando a Jesús en la Santísima Eucaristía las palabras que Jesús dijo a los inquilinos de su tiempo (Mt 11,28). Porque en la Eucaristía, el Cristo de la última cena parte todavía el pan con sus discípulos, lava todavía sus pies mostrando así que, si no se humillan y no se sirven entre ellos, no podrán tener parte con Él (cf. Jn 13,8)" (Thomas Merton).

Si queremos vivir divinamente es de Cristo de quién debemos nutrirnos. "Quién come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él. Como el Padre que tiene la vida, me ha mandado y yo vivo por el Padre, así también el que coma de mí vivirá por mí"
(Jn 6,56-57).

La Eucaristia es el divino alimento para nosotros, hombres pobres, indigentes, necesitados, vacios de todo. Jesús dice a cada uno: "Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados" (Mt 11,28) Quiere a todos en su banquete: "pobres, lisiados, ciegos y cojos" (Lc 14,21) para curar sus llagas,sanar su fiebre... darles su vida divina y renovarlos. "Coged y comed... Bebed todos"
(Mt 26,26-27).

¿Quién de nosotros no se siente pobre, en ciertas circunstancias, terriblemente pobre y sólo, despreciado con todo aquello que posee y de todas las personas que lo rodean? ¿Quién de nosotros no se encuentra confuso, costatando su persistente precariedad, la fragilidad de sus propósitos de bien y la inseguridad generada por las heridas del pecado? ¿Quién de nosotros nunca advirtió el vacio de su ineptitud, su ceguera moral, la incapacidad de salir de la cárcel de sus inclinaciones negativas? ¿Quién de nosotros no siente las palabras que Jesús dijo a los inquilinos de su tiempo(Mt 11,28). Porque en la Eucaristía la imperiosa necesidad de plenitud, belleza, felicidad y fiesta? Necesitas volverte al Señor, de verdad, dejar de correr detrás de las ilusorias promesas del mundo.

«Oh todos los que estáis sedientos, acudid a las aguas, aunque no tengáis dinero. Venid, comprad grano y comed gratis y, sin pagar, vino y leche ¿porqué gastáis vuestro dinero en aquello que no es pan y vuestro salario en lo que no sacia?»
(Is 55, 1-2).

El Señor conoce toda nuestra nulidad, nuestras aspiraciones profundas y nos invita a la confianza (Jn 14,1; Sir 11-12.13). Nos asegura; "He aquí, que yo estoy con vosotros todos los dias hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). En su amor tiene preparado, escogido, inventado el remedio; su Presencia vivificante para nosotros, cerca de nosotros, en nosotros, la Eucaristía. Ninguno puede decir: ¡No es para mí!

Tú tienes hambre y sed de infinito, como todos tus hermanos y hermanas. Para saciar tu corazón, te dio "maná escondido" (Ap 2,17), misterioso, un alimento que te da vida, vida olena, vida eterna. Acógelo. Es la Eucaristía, el mejor don, el regalo supremo del Amor.