Séptimo viernes
Primera meditación
"El Señor perdona a quién se lo pide.".
Señor, muchas veces, y de distintas formas, nos has exhortado a implorar su misericordia. Y tan divina misericordia nos las ha revelado para nuestra esperanza y descanso, cuando nos has hablado de Dios como Padre que abraza y vuelve a abrazar al hijo que regresa arrepentido, y quiere que se haga una gran fiesta en casa; cuando nos hablas de Dios como buen pastor que va en busca de la oveja perdida hasta que la encuentra y con alegría se la carga en los hombros.
Pero un modo más directo y conmovedor nos has revelado cuando has acogido a los pecadores, cuando has implorado al Padre esta misericordia para los que te clavaban en la cruz. Y cuando has guiado a los Santos y a la Iglesia para darnos una señal sensible, y más elocuente, de la misericordia divina, en tu costado abierto.
Tu costado herido nos manifiesta lo que es Dios para nosotros: amor inmenso, bondad generosa, ternura fraterna, misericordia salvadora que llama, siempre dispuesta a acoger para destruir los vicios con la fuerza del amor. Es un modo que sólo Dios podría encontrar para provocar en nosotros un arrepentimiento más sincero.
Jesús, somos acogidos, en el Sacramento dónde estás presente con tus heridas gloriosas, con tu propio corazón tan acogedor, para pedir perdón y misericordia para nosotros y el resto de los hombres.
Sentimos tanto malestar e inquietud que aumenta en todos, y en todos los aspectos de la vida, individual, familiar y social; el mal se hace aún más agresivo; y un sentido de consciencia nos ensombrece el corazón. Nosotros, que presumimos de seguirte, nos hemos olvidado de Tí y de tus palabras: con bastante frecuencia nos dejamos arrastrar en dirección contraria al amor, hacia el egoismo que Tu has condenado.
Sin embargo, aun permanece latente la certeza de que Tu Corazón está siempre abierto para quién quiera huir de estos peligros, así como de las miserias humanas: con su Gracia de salvación.
Señor, para prepararnos e implorar con más sinceridad tu misericordia y reforzar nuestra confianza en ser atendidos, oigamos primero tu palabra y cuanto has querido que sepan tus santos, para nuestro consuelo.
A Tí, Madre, que puedes atraernos dulcemente a tu Corazón misericordioso, confiamos nuestras súplicas.
Cartas de los Apóstoles.
San Pablo a los Corintios: "Hermanos, Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo, no imputando a los hombres sus culpas y confiándonos la palabra de reconciliación... Os suplicamos en nombre de Cristo: dejáos reconciliar con Dios. Al que no había conocido pecado, Dios lo trató pecado a nuestro favor, para que nosostros lleguemos a ser, por medio de él, justicia de Dios. Y puesto que somos sus colaboradores, os exhortamos a no acoger en vano la gracia de Dios... Ahora es el momento favorable, he aquí el día de la salvación".
(2Cor 5,19-21; 6,1-2)
Perdónanos Señor, hemos pecado
Lávame de todas mis culpas, límpiame de mi pecado. Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre presente. (Sal 50).
- Evangelio de Lucas. Jespús dijo aún esta parábola para algunos que presumian de ser justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo y otro publicano... El publicano, sin embargo, deteniéndose a distancia, no se atrevia ni siquiera a alzar los ojos al cielo, pero se daba golpes en el pecho diciendo Ten piedad de mí, Dios mio, que soy un hombre pecador... Yo os digo: éste volvió a su casa justificado a diferencia del otro, porque quién se humilla será ensalzado y quien se ensalza será humillado. (Lc 18, 10-14). Dios es un Dios que perdona. Toda la revelacipón es el desarrollo de este tema. Por una parte, Dios es muy sensible al pecado, lleno de odio contra el mismo; pero por otra, es rico en piedad y en misericordia, lento a la ira y listo para el perdón del pecador, porque Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: lo llama y lo vuelve a buscar. Y su perdón es total: con ello Dios se echa a la espalda al pecado, no lo recuerda más si el pecador se confiesa. Un resumen de esta revelación la tenemos en el Salmo 102 Dios es un Padre que perdona a sus hijos, ni conoce su innata debilidad.
- Jesús confirma y refuerza la revelación de Dios como Padre lleno de ternura en el perdón; confirma haber venido para los pecadores: acoge con tanto amor a los pecadores que escandaliza a los fariseos. El verdadero "Siervo del Señor" justifica a la multitud que atrae y expía los pecados; verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo; comunica a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. Y Él se sienta a la derecha de Dios Padre como "Nuestro abogado".
- No contento con eso, le otorga a la Iglesia el don de la revelación de Su Corazón como reclamo a esta tiernísima misericordia; que no es otra que una llamada inmediata al Evangelio, al corazón abierto del que ha brotado sangre y agua, corazón abierto para verter torrentes de su misericordia. Margarita María nos hace saber El me desveló como el ardiente deseo de ser amado por los hombres y de sacarlos de la via de la perdición en la que Satanás les iba precipítando, le había hecho concebir el designio de manifestar su corazón a los hombres con todos los tesoros de amor y de misericordia, de gracia santificadora y saludable que contiene... Tal devoción es como un último esfuerzo de su amor deseoso de favorecer a los hombres en estos últimos siglos de la redención amorosa.
- Las condiciones para obtener este perdón lo encontramos en el Evangelio: reconocer con sinceridad las culpas, la confesión humilde, el propósito de no volver a pecar, perdonar a los demás porque si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.
- De este perdón todos tenemos contínua necesidad. Cada día en nuestra alma (mente, voluntad, corazón) y luego en nuestra conducta puesto que, a pesar de nuestros buenos propósitos, vienen las cesiones y el retorno del hombre al pecado... Cada día bajo este estímulo de las pasiones, por el contacto con el mundo (conversaciones, prensa, televisión, negocios, discusiones, acontecimientos, excitaciones e invitaciones a pecar), brota la mentalidad materialista y faltamos en muchas cosas. Cada día, por eso, tenemos necesidad de resucitar, de lavar nuestras culpas, de acercarnos otra vez a Dios en el diálogo del hijo arrepentido con el Padre misericordioso, en el contacto de nuestro corazón manchado y enfermo con el corazón riguroso y lleno de santidad de Jesús.
Hay un momento eficaz y propicio para pedir perdón y es el momento del sacrificio Eucarístico, de la gran expiación, puesto que aquí, en el Sacramento, Jesús es el Cordero de Dios vivo e inmolado por nuestros pecados, con sus heridas gloriosas que se presenta al Padre por nosotros. Y aquí ante Él que cada cual sostenga un breve examen de conciencia, recordando de modo especial los pecados que más hayan ofendido a su amor, con lo que le hayamos ofendido, además, en los hermanos.
Segunda meditación
Cuarta promesa. "Yo ser su refugio seguro en vida, y, especialmente, en la muerte".
Un día moriremos. Es Castigo amargo y terrible la sentencia de Dios para todo hombre; sentencia que encontramos en el ll Captulo del Génesis, y observamos que esta sentencia sigue cada día su recorrido; en efecto, notamos que la muerte desalienta en todos los campos del mundo, segando cada día víctimas innumerables. Para comprender mejor el valor de la promesa de Jesús Ser su seguro refugio en vida y especialmente en la muerte, pensamos que está bien pensar en la muerte, la cual consideramos siempre como una potentísima ayuda espiritual; por eso es nuestro deber espiritual un hecho tan opuesto al pecado, y de gran ayuda para la santidad... por lo demás, la muerte es una realidad de interés siempre nuevo, del que jamás se cansa, una verdad llena de emociones con la que no nos acostumbramos a familiarizar.
Los no creyentes, también a veces creen necesario pensar en la muerte no sólo para dar un sentido y orden a la vida, sino para envolverlo de una luz nueva. Pascal decía La vida sin el pensamiento de la muerte, sin lo que es la religión, sin lo que nos distingue de las bestias, es un delrio intermitente, contnuo, estpido o trágico.
Precisamente para que no nazca un trágico delirio en nuestra vida, meditemos sobre la muerte. No daremos el típico ejemplo de la buena muerte, sino que contemplaremos esta solemne realidad en algunos aspectos que nos permitan una confirmación casi sensible de la realidad de las meditaciones de pincipio y fundamento.
Es clara la realidad de nuestra fe: es un castigo. Castigo universal: nadie puede ilusionarse con escapar de su mano rapaz. Castigo espantoso: nadie en la tierra se la ha podido imaginar.
Castigo amargo y terrible:
- En esencia es la disolución de nuestro ser y es eso lo que mayormente repugna a nuestro instinto: ya Aristóteles, gran filsofo griego, sentenciaba: Entre todas las cosas, la muerte es la más terrible y amarga.
- En sus ignotas circunstancias, cómo, cuándo, dónde moriremos?. Es un enemigo en acecho permanente, espada de Damocles siempre suspendida sobre nuestras cabezas.
- En sus consecuencias: "Es un momento del que depende la eternidad", un acto del cual, a pesar de la buena voluntad, no podemos tener ninguna experiencia. Necesita hacerlo todo de golpe, velozmente, y todo depende de la perfección con que se despache sa única vez... es un acto único, absoluto, diario, inmutable; una vez cumplido necesita dejarlo como est, con su inevitable fecundidad de consecuencias eternas.
- Nos sorprender en las circunstancias menos favorables para un acontecimiento de tan trágicas consecuencias. Si hay un momento en el cual tendremos necesidad de salud, vigor, lucidez, calma. atención severa, es justo el momento de la muerte, del que depende la eternidad. Sólo en este momento, por efecto de la enfermedad, aturdimiento, mil dolores, aprensiones, intereses... quizás nos falte lucidez, seguridad, serenidad...
- Amaga muerte. Cuán verdadera es esta expresión de la escritura. Muerte es una palabra que nos eriza el vello... palabra que suscita en nosotros el recuerdo de lágrimas dolorosas, inefables angustias, tétricas visisones y oscuros presentimientos. Cuando se presente esta realidad, cuando haga sentir el peso de sus dolores, de sus amarguras y los desgarros que la acompañan, estamos tentados de protestar al Señor: porqué la muerte? Porqué en este preciso momento?.
Ni siquiera los Santos han escapado a esta angustia. La respuesta a nuestro gemido está ya contestada en el libro de los Santos. Dios no ha creado la muerte para complacerse de la ruina de los hombres, sino que en su inefable bondad, Él nos ha creado para la vida eterna. Al pecado debemos pedir cuentas de la muerte, puesto que es su primogénita.
Cómo define la muerte Jesús?. Ladrón: es el único nombre que se merece. Roba por el placer de destruir, de aniquilar. Har una verdadera masacre con muestra vida.
Roba y destruye, uno a uno, nuestros bienes terrenales: dinero, posesiones, con los placeres y comodidades de las que son fuente. Desnudos hemos entrado a este mundo y despojados de todo lo abandonaremos: la pobreza más radical la cumplir la muerte, nos arrancar los ídolos más escondidos, las comodidades que hemos disfrutado y a las que hemos estado pegados, incluso hasta dejar a Dios mismo en un segundo plano.
Reducir a polvo nuestro orgullo con todas sus ambiciones (trabajos, honores, obstentación de estima, admiración, alabanzas e aspiraciones. Pocos dias despus nadie se acordar de nosotros. Quizás algún alma buena ofrezca una plegaria de paz en nuestra memoria: sólo quedar una lnea de tinta cubierta de polvo en los archivos parroquiales o municipales.
Y qué decir de hoy, en que tal vez nos exhaltemos: Qué será de ésto, o de aquello, sin mí, pero nadie es indispensable en esta vida, y cuando no existamos, otros también pueden hacer el bien, incluso mejor que nosotros. Otros decir: Menos mal que se ha muerto. La muerte es amarga.
Nuestro cuerpo se conservar algún tiempo, despus desaparecer en la oscuridad de las tinieblas: ser nuestra masacre.
"He aquí lo que con tanta prisa cultivares cultivis" está escrito en la Sabidura bíblica.