Pasión
Ana Catalina Emmerick
Vi a una mujer salir de una hermosa casa situada a la izquierda y se puso a caminar delante de la comitiva. De elevada estatura y de majestuoso aspecto, llevando de la mano a una niña, salió Era Serafia, mujer de Sirach, miembro del Consejo del Templo, a quien desde ese día se conoce como Verónica.
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Santa Verónica con el sudario
Serafia había preparado en su casa un excelente vino aromatizado con la piadosa intención de dárselo a beber al Señor para refrescarlo en su doloroso camino al Calvario. Impaciente por cumplir su misericordiosa obra, la santa mujer había salido varias veces al encuentro de la triste procesión. La había visto correr al lado de los soldados llevando de la mano a su hija adoptiva de 9 años. Cuando llegó el momento, salió cubierta por un velo y un lienzo en los hombros. La niña, manteniéndose cerca de ella, escondía debajo del delantal un vaso cerrado con el vino aromático.
Los que iban delante quisieron apartarla, mas la mujer se abrió paso a través de la multitud de soldados y esbirros, y llegó hasta Jesús; ante la presencia del Hijo de Dios, ella se arrodilló a su lado y le ofreció el lienzo, diciéndole: «Permite que limpie la cara de mi Señor.» Jesús cogió el paño con su mano izquierda, enjugó con él su cara ensangrentada y moviendo la mano izquierda el lienzo hacia la derecha que mantenía la punta de la cruz, se lo devolvió, dándole las gracias.
Serafia, después de haberlo besado, lo metió debajo de su capa y se levantó... Los fariseos y los alguaciles, irritados por esta parada y, sobre todo, por este testimonio público de veneración que se había rendido a Jesús, pegaron y maltrataron a Nuestro Señor, mientras Verónica entraba corriendo en su casa. Este paño era de tela fina, tres veces más largo que ancho, y se llevaba habitualmente alrededor del cuello: era costumbre llevar un lienzo semejante al socorrer a los afligidos y a los enfermos, y limpiarles la cara con él en señal de dolor o de compasión.
Verónica guardó siempre el lienzo en la cabecera de su cama. Después de su muerte fue para la Santísima Virgen, y luego para la Iglesia, por medio de los apóstoles. Serafia nació en Jerusalén y era prima de Juan Bautista. La Santa mujer tenía al menos cinco años más que la Santa Virgen y había asistido a su matrimonio con San José.
Durante el infame juicio del tribunal de Caifás, Sirach se declaró a favor de Jesús y tomó posición con José y Nicodemo, y como ellos, se separó del sanedrín. A pesar de sus cincuenta años, Serafia todavía fue una bonita mujer. El domingo de Ramos, para honrar la entrada triunfal del Señor a Jerusalén, se quitó el velo y lo tendió sobre la calle por donde Él pasó. Fue este mismo velo que ella le entregó a Jesús para aliviar sus sufrimientos. El santo velo es todavía objeto de veneración en la Iglesia de Cristo.
El tercer año después de la ascensión de Cristo, el emperador romano, muy enfermo, mandó una persona de confianza a Jerusalén para recoger informaciones acerca de la muerte y la resurrección de Jesús. El fiduciario volvió a Roma acompañado por Nicodemo, Verónica y el discípulo Epatras, pariente de Juana Cusa. Vi la santa Verónica a la cabecera del emperador, cuya cama fue elevada sobre dos peldaños; una gran cortina colgaba de la pared hasta la tierra. El dormitorio era cuadrado; no era grande y no vi ventanas: la luz provenía de una amplia grieta localizada en la parte de arriba. Los parientes del emperador se reunieron en el pasillo. Verónica tenía consigo, además del velo, una sábana de Jesús. Ella desdobló el velo delante del emperador, quien miró asombrado la huella de sangre del santo rostro del Señor. Sobre la sábana, en cambio, fue impresa la imagen de la espalda del santo cuerpo flagelado. Creo que era uno de aquellos grandes linos mandado por Claudia, sobre los que fue acomodado el santo cuerpo del Señor para ser lavado antes de la sepultura.
El emperador curó a la sola vista de aquellas imágenes, sin ni siquiera tocarle. Él le ofreció a santa Verónica un edificio con los esclavos, rogándole que se estableciera en Roma, pero ella pidió el permiso de regresar a Jerusalén para morir cerca del santo sepulcro de Jesús crucificado. Ella volvió a Sión en el período de la persecución contra los cristianos, mientras que Lázaro y sus hermanas conocieron la miseria del destierro.
Santa Verónica fue obligada a huir con otras mujeres cristianas, pero fue atrapada y encarcelada. Murió con el santo nombre de Jesús sobre los labios. He visto el velo en las manos de las piadosas mujeres, luego en las del discípulo Tadeo en Edesa, donde la santa reliquia obró muchos milagros. Todavía lo vi en Constantinopla y, en fin, fue entregado por los apóstoles a la Iglesia. Me parece haber visto el santo velo en Turín donde también se encuentra el sudario del Redentor.
Secondo le rivelazioni di Suor Anna Caterina Emmerick.