Anna Caterina Emmerick
Jesús crucificado
Descubre el relato detallado de la crucifixión de Jesús según las revelaciones de Anna Caterina Emmerick, y sumérgete en la profundidad mística de su Pasión a través de descripciones vívidas y conmovedoras.
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CAPíTULO VII- Preparación para la Crucifixión
Los siervos arrancaron a nuestro Señor la capa, el cinturón de hierro y el cinturón, luego le quitaron el vestido de lana blanca y lo hicieron pasar por encima de su cabeza. Al no poder quitarle la túnica, impedida por la corona de espinas, le arrancaron ésta con violencia, abriéndole todas las heridas de la cabeza.
El Señor quedó con un paño alrededor de los riñones y el escapulario de lana que protegía sus hombros; el mismo se había pegado a las llagas del cuerpo y él padeció dolores desgarradores cuando le arrancaron. La profunda herida cavada en el hombro por el enorme peso de la cruz le provocaba un sufrimiento indecible; el dorso y los hombros estaban lacerados hasta el hueso, el cuerpo desnudo estaba horriblemente desfigurado, hinchado y adolorido...
La crucifixión: el dolor extremo
Jesús, verdadera imagen de dolor, fue tendido por los verdugos sobre la cama de su muerte. Después de haber levantado su brazo derecho, éstos posaron su mano sobre el agujero hecho en el brazo de la cruz y la ataron firmemente. Entonces uno de los dos crucificadores puso la rodilla sobre el santísimo pecho del Señor, mientras le mantenía abierta la mano que se contraía, e inmediatamente el otro le clavó en la palma de esa misma mano un clavo grueso y largo, con punta acuminada. Entonces le dio fuertes golpes de martillo. El Salvador emitió un gemido de dolor y su sangre salpicó los brazos de los verdugos. Conté los golpes de martillo, pero olvidé el número.
Los mazos de los verdugos eran de hierro, tenían aproximadamente la forma de martillos de carpintero, pero eran más grandes y formaban una sola pieza con el mango. Los clavos, cuya dimensión había hecho temblar a Jesús, eran tan largos que cuando fueron clavados en las manos y en los pies del Redentor salían detrás de la cruz. Después de clavar la mano derecha de Jesús en el madero de la cruz, los verdugos se dieron cuenta que la otra mano no llegaba al agujero practicado en el eje izquierdo de la cruz. Entonces ataron una cuerda al brazo izquierdo de Jesús y, apuntando sus pies contra la cruz, le tiraron con todas sus fuerzas, hasta que su mano alcanzó el agujero. Jesús sufría indeciblemente porque le habían dislocado todo el brazo. Los crucificadores se arrodillaron sobre los brazos y el pecho del Señor y clavaron el clavo en su mano izquierda, que inmediatamente salpicó un chorro de sangre. Los gemidos de dolor del Salvador se oían a través del ruido de los fuertes golpes de mazo...
Los verdugos extendieron las piernas del Señor, que se habían vuelto hacia el cuerpo por la tensión violenta de sus brazos, y las ataron con cuerdas. Sin embargo, al no poder llegar con sus pies al soporte de madera destinado a sostenerlo, renovaron los insultos contra él. Intervinieron algunos crucifisters inclinados a hacer nuevos agujeros para los clavos clavados en las manos porque parecía difícil mover el zócalo de madera que tendría que sostener los pies. Ataron la pierna derecha con cuerdas y la tiraron con violencia cruel hasta que alcanzó el zócalo de madera, provocando a Jesús un horrible estiramiento...
Le ataron el pecho y los brazos para que sus manos no se soltaran de los clavos. Luego ataron el pie izquierdo sobre el derecho, tomaron un clavo mucho más largo que el de las manos y se lo clavaron, clavándolo hasta el madero de la cruz. Yo vi ese clavo atravesar los dos pies del Señor y el soporte de madera. El clavar de los pies fue más cruel que cualquier otro, a causa de la tensión de todo el cuerpo. Jesùs es crucificado.
La elevación de la cruz
Era alrededor del mediodía y un cuarto cuando la cruz fue levantada con Jesús crucificado... Cuando la cruz fue levantada, y fue dejada caer de peso en el hoyo, tembló toda por el contragolpe. Jesús levantó un profundo gemido de dolor, sus heridas se ensancharon, la sangre brotó más abundante y sus huesos dislocados se estremecieron. La cabeza, envuelta por la corona de espinas, sangró violentamente... Los verdugos apoyaron las escaleras a la cruz y desataron las cuerdas que habían retenido el santo cuerpo de Jesús durante el clavado; de este modo la sangre volvió a circular repentinamente afluyendo a sus llagas. Esto causó al Señor otros dolores indecibles...
Contemplé con tierna compasión a mi Señor con la horrible corona de espinas, la sangre que llenaba sus ojos, la boca medio abierta, el cabello y la barba ensangrentada, la cabeza abatida en su pecho. Después del desmayo, a causa del peso de la corona de espinas, levantó la cabeza con cansancio. Su pecho se había levantado, excavando debajo de una profunda depresión, el abdomen estaba hueco y retraído; los hombros, los codos, las muñecas, los muslos y las piernas todos dislocados. Sus extremidades estaban tensas y sus músculos desgarrados, hasta el punto de que era posible contar sus huesos. Su santo cuerpo estaba cubierto de horribles manchas negras, azules y amarillas. La sangre goteaba de sus manos a lo largo de los brazos y corría por el agujero producido en sus sagrados pies, rociando la parte inferior del árbol de la cruz. La sangre, al principio de color rojo brillante, se volvió pálida y acuosa. Sin embargo, aunque tan desfigurado, el santo cuerpo del Señor, parecido a un cadáver desangrado...
Al mediodía, nublados y rojizos cubrieron el cielo; al mediodía y medio, que corresponde a la llamada sexta hora de los judíos, se produjo el oscurecimiento milagroso del sol. Poco a poco, el cielo entero se oscureció y se volvió rojo. Hombres y bestias fueron tomados por el miedo... Los mismos fariseos miraban al cielo con temor; estaban tan asustados de aquella oscuridad rojiza que cesaron incluso de injuriar a Jesús.
Según las revelaciones de Sor Ana Catalina Emmerick.