La pasión de Jesús

Pasión

Emmerick

Ana Catalina Emmerick

Los soldados, con gran esfuerzo, colocaron la pesada carga de la cruz sobre el hombro derecho de Jesús.

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Jesús carga con Su Cruz hasta el Calvario

Él permaneció encorvado bajo el gran peso. Mientras Jesús oraba, pusieron sobre el cuello de los dos ladrones las piezas traveseras de sus cruces, atándoles las manos a ellas; las piezas grandes las llevaban esclavos.

Los verdugos lo levantaron con violencia, y sintió asentarse sobre sus hombros todo el peso que nosotros deberemos llevar después de Él, según sus santas palabras. Entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de Reyes: tan ignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo. Mediante cuerdas atadas al pie de la cruz, dos soldados la sujetaban en el aire por detrás; otros cuatro sostenían las cuerdas atadas a la cintura de Jesús...

El gobernador romano vestía su uniforme de batalla en medio de sus oficiales. Precedido por un escuadrón de caballería y seguido de trescientos infantes, atravesó la plaza y entró en una calle bastante ancha; se movía por la ciudad para prevenir cualquier insurrección popular.

Jesús fue conducido por una calle estrecha que daba un rodeo para no estorbar a la gente que iba al Templo ni a la tropa de Pilatos. Al triste cortejo precedía un trompetista que proclamaba en cada esquina la sentencia de muerte. A pocos pasos, seguía un numeroso grupo de hombres y chiquillos, que llevaban cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más robustos, acarreaban palos, escaleras y las piezas principales de las cruces de los dos ladrones.

Todavía más atrás se veía a algunos fariseos a caballo y un joven que sujetaba contra el pecho la inscripción que Pilatos había mandado escribir para la cruz; éste la llevaba también en la punta de un palo. Finalmente, iba Nuestro Señor con los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando, y lleno de llagas y heridas, sin haber comido, ni bebido, ni dormido desde la cena de la víspera, debilitado por la pérdida de la sangre, devorado de calentura y de sed, y asaeteado por dolores infinitos.

El Señor con la mano derecha sostenía la cruz sobre su hombro derecho; con la mano izquierda, exhausta, hacía de cuando en cuando el esfuerzo de levantarse su larga túnica, con la que tropezaban sus pies heridos. sus manos estaban heridas por las cuerdas con que las había tenido atadas, su cara estaba ensangrentada e hinchada; su barba y sus cabellos manchados de sangre; el peso de la cruz y las cadenas apretaban contra su cuerpo el vestido de lana, que se pegaba a sus llagas y las abría. Cuatro soldados sostenían a distancia las puntas de los cordeles atados a la cintura de Jesús; los dos de delante tiraban, los que le seguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar un paso.

Primera caída de Jesús bajo el peso de la Cruz

Antes de la subida había un hoyo que, cuando llovía, con frecuencia se llenaba de agua y lodo, por cuya razón habían puesto una piedra grande sobre él para facilitar el paso. Cuando Jesús llegó a este sitio, ya no podía andar. Pero, como los verdugos tiraban de él y lo empujaban sin misericordia, se cayó a lo largo contra esta piedra, y la cruz cayó a su lado. Los verdugos se detuvieron, llenándolo de imprecaciones y pegándole. El cortejo se detuvo y se hizo un gran tumulto.

Sostenido por un socorro sobrenatural, Jesús levantó la cabeza; y aquellos hombres atroces, en lugar de aliviar sus tormentos, le pusieron entonces la corona de espinas. Una vez puesto en pie, le cargaron de nuevo la cruz sobre los hombros y, a causa de la corona, con dolores infinitos, tuvo que ladear la cabeza para poder acomodar sobre su hombro el peso de la cruz y así continuó su camino, cada vez más duro.

Según las revelaciones de Sor Ana Catalina Emmerick.