Ser cristianos
Dones de la fe
Dios siente un amor infinito por cada uno de sus hijos. en su inmensa familia nadie es olvidado, nadie es rechazado.
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Alegría en la certeza
Esta es su palabra: "Como una joven virgen se desposa, así te desposará tu creador; como goza el esposo con la esposa, así Dios gozará contigo" (Is 62,5). La seguridad de poder gustar a Dios es una de las grandes fuentes de alegría cristiana.
La alegría de ser perdonados
Pobre pecador soy, pero si lo acepto, puedo obtener el perdón divino. Pedro, viendo la mirada llena de compasión que Jesús posó en él, tras su triple negación, finalmente comprendió con cuánto amor era amado Lc 22, 61. San Pablo, escribió al final de su vida: "Esta vida que vivo en la carne, yo la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y que se ha dado a sí mismo por mí" (Gál 2,20). Y esta mirada que Dios posa sobre cada uno de nosotros, cura nuestro corazón; sanación completada en los sacramentos, al contacto prsonal con el mismo Jesús.
En bases sólidas
Sé construir en lo eterno, aunque mi tarea sea nímia, monótona, repetitiva. No existen ya los muebles construidos por Jesús ni nada de las tareas domésticas de María: Dios no ha querido que destacasen por méritos artísticos o literarios. Pero la vanalidad aparente de sus actividades en Nazaret, nos recuerdan que lo esencial es el amor con el que lo hacemos. Nuestros quehaceres a lo largo de la semana, es lo que permanecerá eternamente. Y la consagración diaria de un poquito de pan y de vino, "fruto de la tierra y del trabajo de los hombres", nos recuerda que en la eternidad encontraremos el fruto de nuestro trabajo.
Actuar con la fuerza de Dios
La fe no es un tranquilizante ni un excitante, no me cura los desvelos difíciles de una noche de insomnio, pero me garantiza que llevo en mí el Espíritu mismo de Dios y que me siento confiado en el Señor (* la versión italiana de este texto se basa en el término griego Theos, que significa literalmente entusiasta; pues este entusiasmo no lo podemos traducir necesariamente como euforia a nivel corporal o sensible. De hecho, no lo necesitamos) y creemos en Él, por lo que cada mañana cantamos: "Nuestra lengua y nuestro corazón, nuestra vida y nuestra fuerza se inundan de tu caridad para los hombres que tú amas". Cristo está conmigo y en mí. Puedo comenzar cadía diciéndole: "Nosotros dos, Señor; hagámos el mundo más bello. Esforcémonos, con mis hermanos, en esta misma empresa".
En los lutos no cabe para la desesperación
La nuestra, no es una vaga esperanza de encontrarnos más allá de la muerte, sino la seguridad de la resurrección tras ella y la vida eterna, cimentada en el testimonio de los apóstoles y en la propia resurrección de Cristo. Tenemos la extraordinaria posibilidad de contestar a los que no digan: "Creeríamos en el más allá, si alguien huese vuelto para confirmarlo", pero los apóstoles vieron a Jesús vivo tras la resurrección de entre los muertos, y puesto que Él es la cabeza de la humanidad, también nosotros, sus miembros, resucitaremos.
Mirar a la Cruz de Cristo
Una estrella ilumina nuestras tinieblas: la Cruz del Calvario. No podemos acusar a Dios de no saber lo que esel sufrimiento, pues Dios mismo ha sufrido en la persona de Jesús. No podemos excusarnos en el mal para afirmar que Dios no nos ame; Dios se ha servido de ése mismo sufrimiento, impuesto a los hombres, para demostrarnos su amor. En las burlas, las torturas, las frustraticiones, escarnios, insultos, clavos, negaciones e indiferencia, Él nos mira con inmensa ternura y nos confía con dulce voz: "Nada me impedirá amarte".
La alegría de seguir creyendo
Lo que salva al mundo es la fe que conservamos en el amor del Padre, también cuando somos prisioneros del dolor físico o moral; esta fe a prueba de bombas, envuelve el corazón del Padre y merece, a sus ojos, la salvación de los hermanos. En el sufrimiento no somos abandonados en poder del dolor, sino que estamos seguros de no sufrir en vano: "Dichosa Tú que has creido", decía Santa Isabel a su prima, la Virgen María, en (Lc 1, 45); es la primera bienaventuranza del Evangelio. Y la última, proclama aun el gozo de todos los que crean, por el testimonio de los apóstoles, que Jesús está vivo: "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). Del principio al fin de Evangelio se insiste en este nexo inseparable entre fe y alegría. Dichosos los que crean en las maravillas de los Evangelios, en los gestos más pequeños de su vida cotidiana.
(De A. Frossad, Dios. las preguntas del hombre, Piemme, Casale Monferrato 1990)