Amor verdadero
El amor ante todo
No es posible amar al prójimo sólo con la fuerza humana.
Solamente con el amor de Dios podemos ver, realmente, en el otro, al propio hermano
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Ayuda de la Gracia
Gilbert de Tournai
Igualmente, "amarás a tu prójimo", es decir, al amigo, robustecerá tu paz. Así, en efecto, "las fieras de la tierra", según el testimonio de Job "estarán en paz contigo y encontrarás paz en tu vivienda y visitando a los de tu especie, no pecarás".
(Job 5, 23-24).
"Las bestias de la tierra se pacificarán para los elegidos, cuando los hombres resistan los asaltos infernales; y de Dios brotará para nosotros una paz más robusta, cuanto más dura sea la batalla". "Visita a suespecie", quien tiene amor por el prójimo: la especie del hombre es el otro hombre y así en nuestra especie llamada "nuestro prójimo", distinguimos lo que representamos: a nosotros mismos. Así, "visita su propia especie" el que vive, guiado por el amor, el que vé a su semejante por naturaleza, contemplando en el otro su misma enfermedad, aprende por propia experiencia el modo de acudir a la debilidad ajena. Cuando alguno se halle en el corazón albergue ajeno y experimente que su alma está unida por la amalgama, de la caridad, a la de todos sus prójimos, no tocado por ningún sentimiento de envidia, sin accesos de ira, no corroido por ninguna sospecha ni inquietud por las voraces mordeduras de la insatisfacción, de manera tal que acoja a todo prójimo con ternura en el puerto de su serenísima alma y abrace a todos con sentimiento, los custodie y se considere, con ellos, un único corazón y una única alama porque el tumulto de las pasiones y el fuego de los vicios se hallan en la interior respiración de toda culpa y de ellos deriva el festivo descanso de una quietud sabática. Y es entonces cuando se ama al prójimo, soplando el fuego de la caridad, se hace "un solo corazón y una sola alma".
(Hech 4,32).
"Ama incluso a tu prójimo", es decir, a tu enemigo. Este es un mandamiento del Señor y quien cumple este mandamiento vivirá en paz dice el Señor: "Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian, rezad por los que os persiguen y os calumnian" (Lc 6, 27-28), Lo podrá implementar sí, abrazando un único sentimiento de amor por cualquier clase de persona y no se deja provocar por nadie: es como un cuidador que atiende a una persona con Alhzeimer con aseo, medicinas y toda clase de cuidado recibiendo, a cambio, insultos y golpes. Si queremos cumplir plenamente este precepto no responderemos con rabia, perdonándolo a ejemplo del Señor: "No saben lo que hacen". Dice San Juan Crisostomo: "El que te haya arruinado, ofendido, dañado...recúbrelo de dones, considéralo tu amigo y con todo el amor del mundo reza por él y encomiéndale al Señor su alma. Este es el mayor signo de mayor y perfecto amor". Pero no seamos muy distantes por amar a los enemigos. Cristo quiere que perdonemos a quien nos ofende hasta amarle y rezar por él. Si nos limitamos sólo a no ofender a quien nos ha faltado el respeto, si evitamos encontrarnoslo, si no lo saludamos con cordialidad sin duda ha quedado en nuestro interior una herida que aumenta el dolor del corazón: así no cumplimos el mandamiento de Cristo.
De este amor a sí y al prójimo, del que hemos hablado, se pasa al amor divino. La mente serena, purificada por este doble amor, se extiende con más devoción, en los alegres brazos de le divinidad en un ardiente e ilimitado deseo, por encima de la carne, absorta en una luz inexpresable, indecible dulzura e intervenido el silencio de las cosas temporales y mudables, con la ayuda de la gracia y de la divina Bondad, a medida de la compatibilidad de la fragilidad humana y dependiendo del nivel de perfección alcanzado, echa una mirada profunda en Dios, y allí, entre los más dulces abrazos del amor, exalta el descanso del sábado de los sábados, cantando incluso el cántico de los cánticos, en cuanto "justificados por la fe" (Rom 5,1) operante por medio de la caridad, tenemos paz en Dios.
Comportamiento con el prójimo
Giacomo de Milán
Considera a cada persona como "otro tú". Si grabásemos fuertemente esto en nuestro corazón, no hay duda de que amaríamos tanto su bien como el nuestro. Como solicitud por nosotros mismos, podríamos, procuraríamos, todo lo útil para su salvación con la oración, exhortación o cualquier otro modo. Cuando lo vemos decir, o hacer, el bien estallaríamos de alegría como si lo dijésemos o hiciésemos nosotros mismos. Cuando sospechemos que estén en pecado, o bajo el efecto de cualquier otro defecto espiritual, sufrimos incesantemente y, en cuanto que nosotros podamos, lo alejaremos del mal y lo orientaremos hacia el bien. Tendremos misericordia de su desventura corporales como si las sufriese nuestro cuerpo y lo serviremos encantados con todo cuidado, como si lo hiciésemos nosostros mismos, porque el premio es mayor cuando amamos al otro. Si nos ofendiese de palabra, o de hecho, no nos preocuparemos más que si nosotros mismos hubiésemos hecho o dicho esa cosa, y nos será más grato porque tendrá más mérito. Si hacen, o dicen, algo bueno, no nos exaltemos más que si otro lo dijese o hiciese.
Si cometen alguna falta ante otros, no los culpabilizaremos ni nos preocuparemos más que si lo hubiésemos hecho nosotros mismos. si acaso recordarle su acción en privado para que nadie lo sepa. Atraeremos el bien hacia nosotros, creyendo a cualquiera como a nosotros mismos, no trataremos a nadie con atención especial porque para nosotros serán únicos. No amaremos a uno más que a otros porque lo consideramos mejor, familiar o conocido.
No debemos encariñarnos ni siquiera con las cosas buenas sino sólo con Dios en sí mismo, como donante del bien que vemos en los demás. Podemos, sin embargo, orar por los que tenemos mayores obligaciones, pero no hasta el punto de olvidarnos de los demás. Nos apropiaremos sólo de nuestras faltas y fallos y jamás nos consideraremos más que nadie.
Pidamos perdón también por los pecados ajenos sin pensar en cómo podemos considerar a cualquier persona como a nosotros mismos. Nos lo enseña la caridad perfecta, que uniéndonos a ellos nos hacemos uno en el amor y en el honor a Dios, no buscando nada en sí y en los demás.
Por eso esta óptima norma para quien quiere amar a Dios y el prójimo anhela el honor a Dios y los buscamos con gran avidez, esforzándonos en cada cosa.
Volvemos a invitar
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