Amor verdadero
Amarás a tu prójimo
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, amáos los unos a los otros. Por esto conocerán que sóis mis discípulos: por el amor de uno a los otros.
Si obseráis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho estas cosas para que mi alegría permanezca en vosotros y llegue a su plenitud.
El camino seguro para obtener el Amor de Dios es, ante todo, hacer Su voluntad.
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Maestro, ¿cual es el mayor de los mandamientos?
Después de que Jesús respondiera a los saduceos respecto a la resurrección, "Entonces los fariseos, oyendo que había cerrado la boca a los saduceos, se unieron todos y uno de ellos, un doctor de la ley, le interrogó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cual es el mayor de los mandamientos en la ley?. Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo el coorazón, co9n toda tu alma y con toda tu mente. Este es más grande y primero de los mandamientos. El segundo es similar a este: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas".
(Mt 22,34-40).
En el capítulo 22 Mateo cuenta las distintas polémicas provocadas ya por los fariseos, ya por los saduceos para poner a prueba a Jesús. Todos juntos se reunen para ponerlo a prueba y, esta vez, le toca el turno a un doctor que conoce perfectamente la ley de Moisés: "Maestro, ¿cual es el más grande de los mandamientros de la ley?". La pregunta es capciosa porque de la respuesta dependía que le acusaran, o no, de respetar la ley.
Jesús responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente".
Para San Pablo el alma es la psique del hombre, es decir, su pensamiento: bajo este aspecto la traducción original debería ser: "Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente, con toda tu voluntad, con toda tu libertad", que quiere decir amar con todo tu ser: en nosotros no debe haber nada excepto el amor al Señor.
En el mandamiento de la antigua ley está escrita la expresión: "Yo soy el Señor tu Dios" y luego "Amarás al Señor tu Dios".
Reconocer a Dios como Señor significa que sólo por Él puede venir todo. Significa aceptar que Él es la única referencia de nuestra vida, puesto que nuestra existencia depende exclusivamente del Señor, autor de la vida. Tras haber aceptado este principio debemos aprender a entender el pensamiento de Dios. Después de seguir sus enseñanzas con toda nuestra inteligencia, voluntad y libertad, será posible vivvir en plenitud la propia vida.
Nuestra libertad puede seguir el espíritu de Dios o al espíritu de la carne que es, según San Pablo, el orgullo del hombre y la sabiduría humana. La carne, que se opone a Dios, es muy convicente porque nos empuja a vivir la vida según nuestros gustos, pero cuando en este recorrido surgen los obstáculos, nos preguntamos: ¿Dónde está Dios?. ¿Cómo pretendemos encontrarlo si nunca lo hemos buscado? ¿Cómo culpar a Dios si hemos vivido según nuestra apetencia?
Obedecer a Dios debería ser la respuesta natural del hombre para El que nos hace gozar plenamente de la existencia. Y para enseñarnos, el Padre ha enviado a Su Verbo, Jesús, que ha venido a hacer la voluntad del Padre. Jesús dijo: "debo hacer lo que hago, lo que digo es lo que oigo, mi voluntad es la del Padre". Jesús se nos ofrece como un modelo que se basa en el primer mandamiento: "Amarás a Dios con todo tu ser".
Podemos estar seguros de amar al Señor cuando pisamos las juellas de Jesús, que significa negarnos a nosotros mismos y obedecer a Jesús que garantiza estar en la voluntad de Dios.
El Espíritu de Dios.
El segundo mandamiento es similar al primero: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. La comparación es la de amar al prójimo como a uno mismo.
¿Cuando podemos decir que estamos amando? ¿Y cuanto nos amamos a nosotros mismos?
Puesto que el segundo mandamiento es similar al primero, nos amamos a nosotros mismos cuando nos entregamos completamente a Dios y, dedicando nuestra vida a Jesús, Dios nos concede vivir plenamente nuestra vida porque Él es la plenitud de la vida.
Amar al prójimo como a uno mismo significa que debemos se para nuestro prójimo la oprtunidad de entender que la plenitud de la vida está en esta consagración total a Dios en Jesucristo.
Este es el amor al prójimo y, puesto del que hablamos, debe ser similar al primero, "amar al Señor nuestro Dios...", significa que el concepto de amor es dar gloria a Dios, confiar en Dios.
El amor evangélico hacia el prójimo es ayudarlo para que llegue a confiar en Dios, para que pueda alcanzar de Él la plenitud de la vida.
Dado que, en tiempo de los fariseos, el amor al prójimo era interpretado según las tendencias de las distintas doctrinas, entonces como hoy, Jesús ha aclado el concepto diciendo que el amor al prójimo es similar al primer mandamiento. Es el primero el que nos ilumina, el que nos pone en relación con Dios, que es Amor, por tanto si no ayudamos a los demás a llegar hasta Dios, no tenemos amor ni a Dios ni al prójimo: por eso, evitemos llamarlo amor, porque no es verdadero.
Jesús dice al doctor de la ley: todos los mandamientos tienen como síntesis el amor. No amar según nos parezca sino conforme Dios quiere.
La preocupación del cristiano no es la de buscar el modo para hacer esto o lo otro, sino ser coherentes con el amor. El amor que tiene su partida y su raíz en el hecho de habernos consagrado a Dios porque hemos comprendido que nuestra vida depende sólo de Él. Entonces toda nuestra vida estará bajo el signo del amor: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo".