El Amor

Amor verdadero

Amor

Una escuela para el Amor

Amar no se reduce sólo al deseo carna, sino que es algo que une, que considera al otro como a uno mismo El sentimiento del amor no reside en la carne, sino en el alma. Si deseamos conocer su valor, preguntémonos qué sacrifico estamos dispuestos a pagar por él.

Los que afirman que el amor está condenado a extinguirse, no conocen este sentimiento, porque quizás sólo han experimentado el deseo carnal. Quienes se han quedado en los falsos amores han perdido el tiempo.

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Profundización

El corazón puede acoger o rechazar el amor. El amor será una necesidad lógica fruto de un razonamiento, una estructura inherente a la condición humana, pero siempre será fruto de nuestra libertad. La libertad es el oxígeno con el que respira y vive el amor. Y en este ofrecerse gratuitamente se hace esencial porque no se puede comprar a ningún precio. Es un don inestimable, la perla preciosa escondida en nuestro corazón y para encontrarla necesitamos saber librarnos de las cadenas de toda posesión.

Y es justo en el desvelarse el amor como don ofrecido a nuestra libertad, cuando nos empuja a preguntar: amor, ¿quién eres?,¿eres el que ama?, ¿eres el que es amado?. Y luego, ¿quién tiene derecho a preguntar sobre el amor?, ¿el que ama o el que es amado?.

Quien ama tiene el privilegio y el derecho de preguntar y de responder sobre el amor. ¿me amas o no me amas?. y su juicio es inapelable sobre la prueba del amor. Aun siendo don gratuito, no admite chantajes.

Quien ama o quien es amado no puede erigirse en juez del amor. sólo pueden interrogar y responder sobre el amor. Sólo el amor sabe quien ama verdaderamente, conoce el modo auténtico de su forma de expresarse, y sólo él puede saber donde está presente y donde ausente.

El amor tiene un lenguaje que nos estimula a aprender un idioma antiguo pero que inicialmente aparece nuevo por desconocido, y lenguaje que es y permanecerá siempre. La pista de esta enseñanza está bien señalada poe San Pablo en su primera carta a los Corintios. la caridad no es envidiosa, no presume, no se hincha, no falta el respeto, no busca el propio interés ni se aira, no tiene en cuenta el mal recibido.

Cuando el amor habla en nosotros, oímos la voz y escuchándola percibimos la verdad fulgurante de su contenido. Apenas nos preguntamos por las razones y motivaciones de tal lenguaje, nos sentimos flotar en un mar de luz. Aun no podemos ignorar las preguntas, porque para actuar tenemos necesidd de una motivación, una razón.

El amor salva por sí mismo y desvela su verdad, no la de nuestras convicciones, quizás erradas, como luz que brilla en las tinieblas, que no se puede esconder. Quien presume y se hincha vive en lo efímero de una vanidad sin sentido, como quien hace castillos en el aire a merced del viento.

El amor es testigo de sí mismo, soporta el malentendido, la ingratitud y la ira, la envidia y el rencor: lleva los pesos ajenos. No destruye, edifica. El amor cree en sí mismo, sabe ser el más fuerte.

El amor no busca las propias cosas, el propio interés, contrarresta todo egoismo en todas sus expresiones, manifiestas u ocultas. En el amor desaparece lo mío y lo tuyo y nace lo nuestro.

El modelo vencedor de este lenguaje que nos confunde, es el amor que se ha hecho hombre y tiempo: Jesucristo. Es el amor que vence al enemigo (el príncipe de este mundo) e instaura el reino de Dios. Él no busca las cosas propias sino que sacrifica su vida con la abnegación total de sí mismo.

Reflexionemos: Dios nos ha creado a su imagen, asumiendo nuestra naturaleza, nos ha amado hasta el punto de redimirnos. Y no sólo eso. conserva nuestra naturaleza y le infunde la gracia, para que Él mismo sea nuestro alimento de vida, y nos ha prometido a sí mismo como premio futuro. Por tanto amor deseamos su gloria y cada cosa que nos sucede la debemos considerar nula, ya sean tribulación, injurias, honor o consolación. Actuemos para la salvación de nuestra alma no desistiendo en las dificultades, liberemos con impulso de la mente el amor que nos arde en el corazón y sólo así podremos hacer todo bien.

Si ardemos de amor por nuestro Creador, nada nos parecerá difícil: todo nos parecerá libero, dulce, amable...y tendremos el deseo de poner fin a cualquier falta. Cuanto más avancemos por el camino del amor más encenderemos su fuego, nuestro corazón desbordará de un fuerte deseo de complacer a Dios.

Entremos en el corazón y en las acciones exaltemos a Dios. Aunque tengamos un corazón débil y pequeño. Todo lo haremos por gusto a Dios. El ojo enfermo rechaza la luz del sol, la justicia...y le gusta caminar en los errores. Exultemos por la vida espiritual, luchemos contra el mal. No seamos como animales de yugo que se someten a sus dueños. Si no nos esforzamos en el servicio a Dios, nos falta un gran compromiso.

"Cuando amamos a Dios, no amamos una belleza corporal, ni una belleza temporal, no el resplandor de la luz, tan querido por nuestros ojos, no dulces melodias, no la fragancia de los perfumes, el maná o la miel, los miembros no aceptan los abrazos de la carne: nada de eso amamos cuando queremos a nuestro Dios. Pero, ¿qué amo? Amo un rosario de luz, voz, luz, alimento y abarco al hombre interior que está en mí, donde reluce en mi alma la luz no envuelta del espacio,donde resuena una voz no contaminada por el tiempo donde un perfume vuela en el viento, donde está el culto, un sabor no atenuado por la voracidad, donde se anuda una estrecha no interrumpida por la saciedad;" (San Agustín).

Fijemos nuestra mente y nuestro corazón sólo en Dios, entonces resonará en nuestros oídos la melodía de la elocuencia, nos revelará los tesoros de su sabiduría y nos concerá su amor. No pudiendo hacer frente a tantas delicias nos sostendrá Él mismo, acogiéndonos en su corazón quedaremos absorvidos por tanta dulzura.