Amor verdadero
Horizonte
El amor es aquel sentimiento que une y que abre el horizonte de la vida: Sin amor cada cosa acaba en sí misma.
Cuando el amor nos haga salir de nosotros mismos, estaremos en el nivel de vencer todo egoismo y disponibles, incluso, para ofrecernos a nosotros mismos.
El amor es la única y verdadera riqueza, tan preciosa que no se puede comprar, podemos sólo recibirlo como don.
Únete a nosostros
Vivir para amar
El amor es suficiente por sí mismo y en razón de sí. El amor no busca razones ni ventajas fuera de sí. Su beneficio está en existir. Amamos porque amamos, amamos por amar. Gran cosa es el amor que se ejecuta en su comienzo, se reconduce a su origen, si regresa a su fuente. De allí se alimenta siempre para continuar su recorrido. El amor es el único entre los movimientos del alma, entre los sentimientos y los afectos, con la que la criatura puede corresponder al Creador, aunque no a la par; el único con el que puede recompensar al prójimo y, en este caso, sabiendo que los que amen, beberán de este mismo amor.
Puesto que Dios es fuego devorador, echa fuera del hombre toda clase de frialdad, en la medida en la que se acerca íntimamente con ardiente ímpetu de amor. Cuando el alma, abriéndose hacia Dios, aspira a una más íntima unión con Él, se expone a los dardos espirituales del Sol divino y como estopa expuesta a los rayos solares, ha ascendido del fuego bajado del cielo. Este Sol inflama y aumenta el fervor del ánimo y, mediante este fuego, incinera los obstáculos que impide al amor quemar con más fuerza, regala beneficios espirituales que perfeccionan al amor, quema la mente de modo que amamos únicamente a Dios de un modo potentísimo. También esta sabiduría quema el alma para que arda de amor por el prójimo, y le hará crecer un insaciable deseo a la plenitud de la unión con Dios.
La realidad del amor es fundamental en la vida y es lo que nos permite realizar en nosotros mismos "Vivimos porque amamos". Es un pensamiento de San Juan. Es el pensamiento que tortura a todo hombre cuando refleja su destino. Todo amor nos hace vivir: el amor de los padres, de los hermanos y de las hermanas, de todo hombre que, como nosotros, comparte la misma vida: la que recibimos del Creador.
El amor del hombre y de la mujer une a dos personas en una comunión de amor para amarse con ternura. Dos seres que se reconocen entre sí por lo que son y que se convierte en alegría el uno para el otro, en el reconocimiento y en el compartir. Todo nace del amor y regresa reconociéndonos una única cosa en Cristo.
Este amor ha sido lacerado porque el tentador ha engañado al hombre: "Come y aprovéchate". Así ha aplastado la fidelidad y el compartir. El hombre ha creido, entonces, entender el amor y, sin embargo, sólo se ha conocido a sí mismo. El otro ha llegado a ser un objeto de placer. Ha nacido el ciclo infernal del placer, por el que el amor verddero ha sido expulsado.
El hombre no ha reconocido a la mujer y viceversa; el hermano no ha reconocido al hermano porque una noción ha prevalido sobre la otra. Ciertamente en el fondo del corazón del hombre queda una grans aspiración, causa al mismo tiempo de sus alegrías y de sus tristezas, de sus esperanzas y de sus desilusiones. Quisiera encontrar el paraiso perdido. ¿Quién le abrirá las puertas?
Jesús ha venido para enseñarnos el camino del amor. En su Cuerpo Él "ha matado el odio", ha hecho caer el muro de la separación. Nos ha querido reunir en sí para enseñarnos el amor verdadero, a no amar como el mundo sino "como Yo os he amado". Don absoluto, radical, único, que se rebaja para reconocerlo a los pies de quien ama, dejándonos reconciliar con Él.
El lenguaje del amor es misterioso y en gran parte inefable. Y es muy elocuente: siempre nuevo, siempre el mismo como la respiración en la vida, como el latido del corazón. Para escuchar la voz que habla en la secreta interioridad, pongámonos en su busca y renovemos en nosotros el interés, prestemos atención a su lenguaje que sabe comprender naciendo de sí mismo.
Cómo es posible ponderar el valor que fascina a nuestro tiempo, donde el lenguaje del amor parece incomunicable con nuestros modelos culturales, que resaltan la eficiencia práctica, la producción de la riqueza, los hechos sustanciosos y tangibles. Más que un progreso testimonial de amor, parece un retroceso en las posibilidades de "actuar" del amor.
En el Evangelio vemos el episodio de la pobre viuda que ofrece, como donativo, al majestuoso templo Jerusalén, sus dos reales, que era todo lo que tenía. La singularidad del gesto permanece velada, por la modestia, a los ojos de la gente,muy distanciada de las magníficas ofrendas dejadas por los ricos. No permanece oculta, sin embargo, a la mirada del amor: Jesús, llamando a sus discípulos, les dice "En verdad os digo, esta pobre viuda ha puesto más que todos los que han colaborado con el tesoro, porque todos han puesto de lo superfluo, mientras que ella, en su pobreza, ha puesto todo lo que tenía".
He aquí como los modelos de nuestra cultura han quitado valor al lenguaje del amor. En la ofrenda aparentemente insignificale de la pobre viuda hay algo más, puesto que no se puede decir que haga beneficencia. El suyo es un dar no cuantificable: es ella misma la que se hace don, que se identifica en su donar.
El idioma del amor se comprende en la realidad de su libre darse. El amor, se dice y se declara, en esta palabra creadora del progreso del hombre en la historia. Descendamos a la intimidad de nosotros mismos, a esta interioridad secreta, que podemos gustar de modo sublime, de familiaridad y confidencia, en la Eucaristia, nos dejará disponibles y abiertos, a pesar de nuestras reticencias, penas e incluso rebeliones, a la fuerza del amor universal.
Cuando la chispa creada para que estemos junto al Creador, que no es sino un fuego devorador, inmenso e increado, fuego que el Señor vino a traer a la tierra, subío hasta Él mediante secretas ascensiones como una columna de humo, de mirra, de incienso, de todo polvo aromático, entonces el alma llega a percibir lo que es alcanzar la beatitud, lo que es la verdadera felicidad, auténtica delicia, paz divina, la verdad, el amor.