La Penitencia

Contrición

Monasterio Jesús exige nuestro llanto para darnos su Misericordia. Se cuenta en el Evangelio, que Jesús, emocionado por las lágrimas de una viuda, devuelve la vida a su hijo.

El Salvador, de hecho, desea nuestro arrepentimiento para concedernos la Gracia, que podrá permanecer en nosotros si sabemos liberarnos de la escalvitud del pecado.

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La Penitencia

Dios no se puede ofender con el pecado, de otra forma, si no hay actos de contricción y humillación, no estaremos en condiciones de obtener piedad y el consiguiente castigo será merecido. Resumamos: "Si lloramos con el corazón arrepentido, nos salvaremos".

Está escrito en el salmo: "Si violáis mis estatutos y no observáis mis mandamientos, castigaré con la vara vuestro pecado y con azotes la culpa, pero no les quitaré mi gracia". El Señor promete misericordia, pero su piedad está condicionada por nuestra maldad. Él comprende a los hombre a los hombres que caen por error o por cualquier otra circunstancia.

La carne es inocente y no permite que se convierta en instrumento de culpa: vigilemos para que el deseo no subyuge a nuestra voluntad. El diablo es hábil en extender infinitas redes o trampas de toda especie para hacernos caer en la iniquidad. Sí, es el ojo de la cortesana que lía al amante. Son nuestros ojos los que extienden las redes que nos atraparán y nos ahogarán. Por eso se lee: "Cada cual es capturado con las redes de su pecado".

Ejercitemos la penitencia con celo y oportunidad para evitar lo que describe la parábola evangélica: "un propietario plantó una higuera en la viña y vino a buscar frutos, pero no los encontró. Entonces dijo al jornalero: hace tres años que vengo a buscar frutos a este árbol, pero no los encuento. Córtalo. ¿Para quéva a ocupar terreno en balde?. Pero el jornalero le respondió: Jefe, déjelo aun este año, para que yo cave alrededor y le ponga abono. Veremos si da fruto en el futuro: si no, la cortas".

Confesemos al Señor nuestros pecados y Él atará nuestras culpas. Con su poder arrancará nuestras espinas y hará prosperar los frutos que estaban muertos para siempre. Sigamos las huellas de quien ara el propio terreno y gana frrutos eternos. A tal propósito nos enseña eñ Apóstol: "Insultados, bendecimos. Calumniados, oramos". Este es el modo de amar y sembrar semillas espirituales. Esta es la conducta para evitar el pecado y procurarnos muchos frutos espirituales.

Hagamos penitencia no sólo para lavar la culpa con lágrimas, sino para cubrir las infamias del pasado y evitar cobrar del pecado.
El profeta Jeremias no ignoró el portentoso fármaco de la penitencia y recurrió al recurso de los lamentos en favor de Jerusalén. Estas son sus palabras para una ciudad que hace penitencia: "Amargamente ha llorado en la noche, las lágrimas caen por su rostro: nadie la consuela entre sus amantes. Las calles de Sión están de luto. Por tales cosas, yo lloro...mis ojos están ofuscados por las lágrimas, porque quien me consolaba está lejos de mí".

"Los ancianos de la hija de Sión, se sientan en la tierra en silencio, han echado ceniza en sus cabezas, se han vestido de saco, han hecho postrarse en tierra a las vírgenes elegidas de Jerusalén. Mis ojos se han secado por las lágrimas... Mis vísceras están revueltas... para gloria mía estaba perdido el terreno".

David, mediante el llanto, obtiene de la Divina Misericordia piedad para su pueblo que estaba asaltado por la muerte. Cuando se le dió a elegir entre tres cosas, prefirió la que le permitiese obtener el gran tesoro de la piedad del Señor. Y, ¿nosotros nos avergonzamos de llorar nuestras culpas, cuando David ha ordenado incluso a los profetas derramar lágrimas para el bien de los pueblos?.

Ezequiel dió la orden de llorar por Jerusalén y, recibió el volumen en el que está escrito: "Lamentos, cantos, quejas". Dos argumentos tristes y uno desagradable. Quien más llore en esta tierra, será salvado en la futura. "El corazón de los sabios en una casa de luto, el corazón de los necios en una casa de fiesta". Escribe San Mateo: "Dichosos vosotros que lloráis porque reiréis".

Lloremos mientras haya tiempo, para asegurarnos la eterna felicidad. Amemos al Señor, pidamos piedad al confesar nuestras culpas. Pongamos remedio a nuestros errores, reparemos los fallos, para que no se diga de nosotros: "Oh alma, el hombre piadoso ha desaparecido de la tierra; ho hay entre los hombres quien esté dispuesto a enmendarse".
¿Porqué nos avergonzamos de confesar las culpas al Señor?. Él dice: "Confiesa tus pecados para que seas justificado". A los ojos de quien está aun en la culpa, ha colgado el premio de la justificación. Quien admite espontaneamente las culpas está justificado. "El justo, en el proemio de su discurso, se acusa a sí mismo". El Señor lo sabe todo, pero quiere escuchar nuestra voz, no para castigarnos, sino para perdonarnos.

Hagamos ver al médico nuestra herida para que seamos curados. Purifiquemos nuestra heridas con las lágrimas. Cuenta el Evangelio que, una mujer, se liberó de su iniquidad, lavando con sus lágrimas los pies de Jesús.

La penitencia es un fármaco muy eficaz para cambiar la actitud de Dios. El Señor quiere la oración, exige la fe, pretende súplicas en su honor. Estas son las actitudes exactas para obtener Misericordia.

Qusiese el cielo, oh Jesús, que Tú nos destinases a lavar los pies que hemos manchado mientras buscámos en nuestro interior. Concédenos purificarnos de la suciedad con la que hemos manchado nuestra acción. ¿Dónde conseguiremos agua viva para lavarlas?. No la tenemos a nuestra disposición, pero sí lágrimas. Que nos podamos purificar con ellas, mientras lavamos tus pies. Cómo hacer para que nos digas: "Porque mucho has amado, perdonados están tus pecados". Que nos alejemos de las arenas movedizas y abramos nuestro corazón a Tu amor.