Rita de Casia


Cardenal Angelo Sodano

Santos Sábado 20 de mayo de 2000. Peregrinación de los devotos de Santa Rita de Cascia

¡Queridos concelebrantes, hermanos y hermanas en el Señor!

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Una presencia de Dios

Al entrar en esta espléndida plaza de S. Pedro, habéis cantado el himno de la Santa: "Cada estación del mundo / atraviesa una noche / y el hombre siempre se siente/ perdido y niño, / siente la necesidad de estrellas, / signos de amor en el cielo, / y el Señor las enciende, / en el cielo".

Santa Rita es un signo de este amor de Dios. La historia de la Iglesia está marcada por muchas figuras maravillosas de hombres y mujeres, que se han convertido para nosotros en una prueba del poder santificante de la gracia de Cristo y en un estímulo para proseguir en nuestro camino.

Este es también el mensaje que Santa Rita de Cascia desde hace más de cinco siglos transmite a tantos hombres y mujeres en Italia y en el mundo. Es el mensaje de la santidad el que puede florecer en toda condición social. Es el mensaje de la conformidad total con la Voluntad de Dios, incluso en la hora del dolor.

El abandono en Dios

En el Evangelio hemos escuchado la palabra de Jesús: "Todo sarmiento que da fruto a mi Padre lo poda, para que lleve aún más" (Jn 15, 2). La poda a la que fue sometida la joven Rita da Cascia fue muy profunda. Sin embargo, se abandonó totalmente en las manos del Señor. Como se indica en la inscripción de la urna en la que descansa, "tucta allui se allui se diete", toda a Él se dio. Por Jesús vivió y actuó. Cómo el Crucificado sufrió y perdonó, recordando siempre las palabras de Jesús en la cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"
(Lc 23, 34).

Esta fue su espiritualidad como esposa y como madre. Esta fue su actitud interior en los largos años - unos cuarenta - pasados en el Monasterio de S. María Magdalena. Supo encontrar en la oración el aliento de la esperanza y en el abandono en las manos de Dios Padre el secreto de su serenidad en toda prueba. Así la vemos ante la muerte del esposo y la tragedia de la peste que la priva de sus hijos. Así la contemplamos en la paz del convento, en total adhesión a la voluntad de Dios. Con Dante, la santa podría haber repetido: "En su voluntad está nuestra paz".

Como en el cielo

En las tres primeras preguntas del "Padre nuestro", Jesús nos ha invitado a elevar nuestra mirada hacia el Padre: a su Nombre, a su Reino, a su Voluntad, a esa voluntad suya que debe realizarse en la tierra, como se realiza en el cielo. S. Juan Crisóstomo comentaba así: "para que la tierra no sea diferente del cielo"
(homilía sobre S. Mateo 19, 5)

En la escuela de San Agustín, nuestra santa había aprendido a ver en Jesús el modelo perfecto de adhesión a la voluntad del Padre. Leemos, en efecto, en San Agustín, en su comentario al "Padre nuestro": "Podemos también, sin ofender la verdad, dar a las palabras: "hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra" este significado: hágase tu voluntad en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo, hágase en la Esposa lo que se ha hecho en el Esposo, que ha cumplido la voluntad del Padre"
(De Sermone Domini in monte, 2, 6).

Nuestras rosas

Queridos devotos de S. Rita, habéis venido aquí para celebrar vuestro jubileo. Muchos han llevado consigo también una rosa, la flor tan querida por nuestra santa y que bien representa el ideal de su vida: todo por amor, sólo por amor. Pero la rosa más hermosa que podemos llevar hoy con nosotros es la de nuestro amor a Cristo y a su Santa Iglesia. Será el fruto más hermoso del jubileo.

Con este espíritu había venido aquí, junto a la tumba de S. Pedro, nuestra santa, junto a las demás agustinas de su convento, con ocasión de la canonización de fray Nicolás de Tolentino, el 5 de junio de 1446. Aquí había renovado su fe y se había renovado en la oración. Que así sea también para todos vosotros.

Conclusión

Así, volveréis a vuestras casas llevando con vosotros el recuerdo de esta jornada luminosa, confortados también por la bendición del Papa, que pronto estará en medio de nosotros.

El Papa Urbano VIII, que como obispo de Spoleto había conocido bien la irradiación espiritual que procedía de la gran figura de la religiosa de Cascia, la había proclamado beata el 1 de julio de 1628. El Papa León XIII la canonizaba luego en los albores de este siglo, el 24 de mayo de 1900.

Juan Pablo II se unirá en breve a nuestra oración común, para que la gran santa de Cascia siga intercediendo por todos nosotros, para que podamos ser fieles a nuestra vocación cristiana, transmitiendo la antorcha de nuestra fe a las generaciones del tercer milenio. Y que así sea.