Pecado


Pecado

Pecado

Malicia del pecado mortal

«He creado unos hijos, los he exaltado y ellos se han rebelado en contra mía»

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S. Alfonso M. De Liguori

PUNTO I
¿Que hace quien comete un pecado mortal? Injuria a Dios, lo deshonra, lo amarga. Primero que todo, el pecado mortal es una injuria que se hace a Dios. La malicia de una injuria, come dice Santo Tomas, se mide por la persona que la recibe y por la persona que la hace. Una injuria que hace a grosero, es mala, pero es mayor delito si se hace a un noble: mayor después, si se hace a un monarca.

¿Quien es Dios? Es el Rey de Reyes. Dios es una majestad infinita respecto de todos los príncipes de la tierra y todos los santos y los ángeles del cielo, que son menos que un grano de arena... "Como una gota en una cubeta, como un polvillo en una báscula." (Is: 40,15) Más bien, dice Ósea, frente a la grandeza, de Dios todas las criaturas son tan mínimas, como si no existieran. Este es Dios.

¿Y quién es el hombre? San Bernardo: Saco de lombrices y comida de lombrices, que dentro de poco lo tendrán que devorar. El hombre es una mísera lombriz que no puede nada; un ciego que no sabe ver nada, y pobre y desnudo que nada tiene. ¡Es esta miserable lombriz la que quiere insultar a Dios! Dice el mismo San Bernardo y tiene razón entonces el Angélico en decir que el pecado del hombre contiene una malicia casi infinita. Mejor dicho, San Agustín llama al pecado "infinitum malum" (absolutamente malo) que, si todos los hombres y los ángeles se ofrecieran a morir y también a aniquilarse, no podrían satisfacer un solo pecado.

Dios castiga el pecado mortal con la gran pena del infierno, pero por más que lo castigue, dicen todos los teólogos que siempre lo castiga "citra condignum", menos de lo de que debería de ser castigado. Y, ¿qué pena puede haber para castigar todo como se merece? De hecho, todas las criaturas obedecen a Dios: ¿Quién es éste, que le obedecen también los vientos y los mares? (Mat. 8, 27) Fuego, granizo, nieve, hielo ejecutan su palabra (Salmo 148, 8), pero el hombre cuando peca, ¿qué hace? Dice a Dios: úSeñor yo no te quiero servir." úHas roto mi yugo, has dicho: No serviré." El Señor le dice: úNo debes vengarte", y el hombre contesta: úY yo me quiero vengar." úNo tomes lo que pertenece a otros" úY yo lo quiero tomar." úPrívate de ser deshonesto", úYo no me quiero privar." El pecador dice a Dios, como contestó, temerario, el Faraón, en cuanto Moisés le llevó la orden de Dios para que dejase en libertad a su pueblo: ¿Quién es el Señor? ¿Por qué tengo que escuchar su voz?: lo mismo dice el pecador: úSeñor, yo no te conozco, quiero hacer lo que me gusta a mí." En conclusión le pierde el respeto en la cara y le voltea la espalda; esto es propiamente el pecado mortal, una vuelta de espalda que se hace a Dios. De esto se lamenta el Señor. Tú fuiste el ingrato - dice Dios - que me has dejado, porque yo nunca te hubiera dejado, tú me has dado la espalda.".

Dios ha declarado que odia el pecado, así como no puede menos que odiar a quien lo comete. Y el hombre cuando peca, se atreve a declararse enemigo de Dios, y se enoja con Dios, ¿qué diría si viera a una hormiga desafiar a un soldado? Dios es aquel poderoso, que de la nada, con una gesto, ha creado el cielo y la tierra; y, si quiere, con otro gesto puede destruir todo; y el pecador, en cuanto consiente el pecado, levanta la mano contra Dios.

PUNTO II
El pecador no sólo injuria a Dios, sino que lo deshonra: "Por medio de la trasgresión de la Ley deshonra a Dios". (Rom. 1,23) Sí, porque renuncia a su gracia, y por una miserable satisfacción pone bajo los pies la amistad de Dios. Si el hombre perdiera la Amistad Divina para ganarse un reino por encima de todo mundo, también sería un gran mal, porque la amistad del Dios vale más que el mundo y miles de mundos. Mas, ¿por qué algunos ofenden a Dios? Por un poco de tierra, por desahogar su ira, por un placer extravagante, por lujuria, por capricho. "Me deshonraban por un puñado de cebada y por un pedazo de pan". (Ez. 13, 19).

En cuanto el pecador se pone a deliberar en dar o no el consentimiento al pecado, entonces (por así decir) toma en la mano la báscula y se pone a ver qué es lo que pesa más, si la gracia de Dios o aquella diversión, aquel humo, aquel placer; es cuando después abre la puerta al consentimiento, entonces declara para sí que vale más aquella diversión, aquel placer que la Amistad Divina. He aquí Dios distanciado por el pecador. David considerando la grandeza y la majestad de Dios, decía: ¿Quién es como Tú, Señor? Y Dios, cuando se ve confrontado por los pecadores y subordinado a una satisfacción miserable, les dice: ¿A quien me han comparado, a quien me han hecho igual?" (Is. 40, 25), entonces (dice el Señor) ¿Valía más aquel vil placer, que Mi gracia?... Me has dado la espalda. (Ez. 23, 35) No abrías cometido aquel pecado, si hubieras robado diez ducados, o menos. Entonces sólo Dios dice: Salvémoslo. ¿Es tan vil a tus ojos, que merece ser relegado a un placer, a una mísera satisfacción?.

Además, cuando el pecador por placer ofende a Dios, entonces hace que aquel placer sea su Dios, Además, cuando el pecador por placer ofende a Dios, entonces hace que aquel placer sea su Dios, haciéndolo llegar a ser como su último fin. Dice San Girolamo: Aquello que cada uno anhela, si lo venera, es para él un Dios; el vicio en el corazón es un ídolo sobre el altar. De este hecho dice Santo Tomas: Si amas el placer, el placer es tu Dios. Y San Cipriano: Todo lo que el hombre antepone a Dios, lo hace su Dios. Jeroboam cuando se rebeló contra Dios, trató de traerse consigo también al pueblo a la idolatría, le presentó sus ídolos y le dijo: Mira Israel, tus dioses. (1Re. 1, 28) Así hace el demonio, presenta al pecador aquel placer y dice: ú¿Qué quieres hacer de Dios? Mira tu Dios, este placer, este distracción, toma esto y deja Dios." Y el pecador, cuando consiente, así hace, como un dios adora en su corazón aquel placer. Por lo menos, si el pecador que deshonra a Dios, no lo hiciere en su presencia; no, lo injuria y deshonra en su cara, porque Dios está presente en todo lugar. Y esto lo sabe el pecador; y, a pesar de todo, no se detiene para provocar a Dios delante de sus ojos.

PUNTO III
El pecado injuria a Dios, lo deshonra y con eso lo aflige hondamente. No hay sufrimiento más sensible que verse pagado por la ingratitud de la persona amada y beneficiada. ¿Con quién se enoja el pecador? Injuria a Dios, que lo ha creado y lo ha amado tanto, que llegó a dar su sangre y su vida por amor a él; y él, cometiendo pecado mortal, lo hecha de su corazón. En el alma que ama Dios, viene Dios a habitar, Mas, Señor, Tú ya sabes que aquel ingrato te echará en algún momento, ¿por qué no te vas ahora? ¿Quieres esperar a que él Te eche? Déjalo, márchate antes que él Te haga esta gran injuria. No" - dice Dios - úyo no quiero marcharme hasta que él mismo me eche."

Entonces, será cuando el alma consiente el pecado, y dirá a Dios: úSeñor, márchente lejos de mí". No lo dirá con la boca, sino con el hecho en sí. Dice San Gregorio: Ya sabe el pecador que Dios no puede estar junto al pecado. Ya ve que al pecar debe marcharse Dios, por lo que le dice: úDebido a que Tú no puedes estar con mi pecado, márchate, buen viaje." Y echando a Dios de su alma hace que entre inmediatamente el demonio a tomar posesión. Por aquella misma puerta por la cual sale Dios, entra el enemigo. Entonces corre a tomar siete espíritus peores que él y van a establecerse allí. (Mat. 12, 45) Cuando se bautiza un niño, el sacerdote intimida al demonio: "Sal de él, espíritu inmundo, y cede el lugar al Espíritu Santo". Sí, porque aquella alma, recibiendo la gracia, se vuelve templo de Dios. Pero, cuando el hombre consiente el pecado, hace todo lo contrario; dice que dios está en su alma. De esto mismo se quejó el Señor con Santa Brigida, le dijo que por el pecador Él es separado de su propio trono. ¿Qué sufrimiento tendrían ustedes, si recibieran una injuria grave de alguien a quien han beneficiado mucho? Ese es el dolor que han causado a su Dios que llegó a dar la vida para salvarlos. El Señor clama al cielo y a la tierra casi para compartirlo, por la ingratitud que le muestran los pecadores. En suma, los pecadores afligen tanto el corazón de Dios con su pecado: Pero ellos se rebelaron y afligieron su Santo Espíritu. (Is 63.10) Dios no morirá de dolor, pero si fuera capaz, un pecado mortal bastaría para hacerlo morir de pura tristeza.