Ángeles
Ángela de Foligno
"En la fiesta de los Ángeles, me hallaba en la Iglesia de los hermanos menores de Foligno y quería comulgar.
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Revelación de los Ángeles
"Cuando se acercaba el momento de la Comunión, recé a los ángeles, y principalmente a San Miguel. Yo les decía: "Siervos de Dios, que tenéis la tarea y el poder de servirle y presentarlo a los otros, hacedme ver al Dios y Hombre, y mostrádmelo tal como el Padre lo dió a los hombres, esto es, primero vivo, pobre, dolorido, despreciado, ensangrentado y puesto en la cruz, y después presentádmelo muerto.".
Del libro de la Beata Ángela
En ese momento, los mismos ángeles, con indecible complacencia, me dijeron: "¡Oh toda tú alegras y agradas a Dios! El Dios y Hombre te ha atendido y está aquí, delante de ti. Te ha sido dado para que también puedas mostrarlo y ofrecerlo a los demás."
En aquél momento lo vi de verdad, de frente, como se lo había pedido a los santísimos Ángeles, y lo vi clarísimo con los ojos del alma, primero vivo, todo doloroso, ensangrentado, puesto en la cruz y después muerto.
Entonces experimenté y sufrí un dolor agudísimo, tanto que el corazón parecía que me iba a estallar ante una visión tan dolorosa. Por otra parte, experimenté un gran deleite y una paz inmensa por la presencia de los ángeles y sus palabras tan agradables.
Nunca había experimentado gozo tan grande, como aquel, escuchando las palabras de los ángeles, y nunca hubiera creído que los santísimos ángeles fueran tan amables y pudieran dar al alma tanta alegría, como la que me regalaron a mí. Como había suplicado a todos los ángeles, y principalmente a los Serafines, ahora los santísimos ángeles me decían: "Así, se te ha dado y ofrecido aquello que poseen los Serafines".
(Del libro de las visiones e instrucciones)
Después, al ver a Jesús llegar con un ejercito de ángeles y la magnificencia de su escolta, se apoderó de mi alma un inmenso deleite. Me sorprende haber podido gozar cuando observaba a los ángeles, porque habitualmente toda mi alegría esta concentrada sólo en Jesucristo. Pero bien rápido descubrí en mi alma dos alegrías perfectamente distintas: una provenía de Dios, y la otra de los ángeles, y no se asemejaban.
Admiraba la magnificencia de la cual el Señor estaba rodeado. Pregunté cómo se llamaba eso que estaba observando. "Son los Tronos", dijo la voz. La multitud era avasallante e infinita, tanto que, si el número y la medida no fueran leyes de la creación, hubiera creído que aquella multitud sublime que tenía ante de mis ojos era sin medida e innumerable. No distinguía ni el inicio ni el fin de aquella multitud, cuyo número trasciende a nuestras cifras.