San José


Muerte

Monasterio Los dolores de María, Jesús dice:

El primero, la presentación en el templo;
El segundo, la huida a Egipto;
El tercero, la muerte de José;
El cuarto, mi separación de ella.

María Valtorta.

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María en la muerte de José

Ha sofferto acutamente.

Dice Jesús:

A todas las esposas a quienes torture un dolor les recomiendo imitar a María en su viudez: unirse a Jesús.


Aquellos que piensan que María amó con un amor tibio a su esposo, ya que él era esposo del espíritu y no de la carne, están en un error. María amaba intensamente a su José, al cual había dedicado seis lustros de vida fiel. José había sido padre, esposo, hermano, amigo, protector.


Ahora ella se sentía sola como sarmiento arrancado de la vid. Su casa estaba como golpeada por un rayo. Estaba dividida. Primero, era una unidad en que los miembros se apoyaban recíprocamente. Ahora venía a faltar el muro maestro, primero de los golpes dados a aquella familia marcada por el próximo abandono de su amado Jesús.


La voluntad del Eterno, que la había querido esposa y Madre, ahora le imponía la viudez y el abandono de su criatura. María dice, entre lágrimas, uno de sus sublimes "sí". "Sí, Señor, que se haga en mi según tu palabra".


Y para tener fuerza en aquella hora, se aferró a Mí. María siempre se aferró a Dios en las horas más graves de su vida. En el Templo, llamada a la bodas; en Nazaret, llamada a la maternidad; todavía en Nazaret, entre las lágrimas de la viudez; en Nazaret, en el suplicio de la separación del Hijo, sobre el Calvario en la tortura de verme morir.


Aprended, vosotros que lloráis. Y aprended, vosotros que morís. Aprended, vosotros que vivís para morir. Buscad merecer las palabras que dije a José: Será vuestra la paz en la lucha de la muerte. Aprended, vosotros que morís, a merecer que Jesús esté cercano, como vuestro consuelo. Y si no lo habéis merecido, osad igualmente a llamarme cercano. Yo vendré, las manos llenas de gracias y de consuelos, el Corazón lleno de perdones y de amor, los labios llenos de palabras de absolución y de estímulo.


La muerte pierde su aspereza si pasa entre mis brazos.

Creed. No puedo abolir la muerte, pero la vuelvo suave para quien muere confiando en mí.

Oración

Esposo purísimo de María, glorioso San José, cuán grande fue el trabajo y el dolor de tu corazón en el desconcierto de abandonar a su novia purísima, así como fue inefable tu dicha, cuando el ángel te revelara en maravilloso misterio de la encarnación.

Para este dolor tuyo y por esta gran alegría, te rogamos nos consueles, ahora y en la hora de la muerte, nuestra alma y nos concedas la serenidad de una buena vida y una santa muerte, como la tuya que expiraste suavemente, confortado por Jesús y María.