La Esperanza


Evangelio

Monasterio "Id y haced discípulos mios en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu santo, enseñándoles a observar todo lo que os he mandado. He aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo".
(Mt 28, 19-20).

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Esperanza en el Evangelio

El mensaje que Jesús nos deja antes que la última voluntad del Padre se cumpla en su vida terrenal, es un mensaje de esperanza, puesto que "nada debemos temer, de nada debemos huir, porque Él estará con nosotros, todos los dias de nuestra vida". Es Pedro el apósotol, a través del cual Jesús ha "edificado" su descendencia, afirma en más ocasiones este concepto: la vida siempre traerá gozos aun en los sufrimientos, paz aun con tormentos, fuerza en la debilidad.

El apóstol nos anima a no perder la ilusión, a no responder al mal con el mal; justo en los momentos de mayor tristeza y desaliento. De malestar físico o de tormento inferior que cada uno de nosotros está llamado a responder bendiciendo (digo bien). "¿Quién os podrá hacer mal, si sóis fervorosos en el bien? Y si sabéis sufrir por la justicia, felices vosotros. No les tengáis miedo, ni os turbéis, sino adorad al Señor, Cristo, en vuestros corazones, seguros para responder a quién os pida la razón de la esperanza que vive en vosotros"
(1Pe 3,13-15).

Confiarse totalmente en el Señor lleva consigo una esperanza infinita. Una esperanza radicada de tal modo, incluso sorprendente, que quisiera hacernos el mal hasta confundirnos y hacernos relajar. En las Sagradas Escrituras se insiste mucho en esta indispensable alianza, con Dios, como fuente de esperanza. En efecto, es en la fe en Dios que se alimenta la espera de un mundo que no podrá desilusionar nuestras esperanzas. La esperanza se convierte en promesa, en nueva posibilidad para la vida misma, actuable y actuada por el momento mismo en el que se renueva la confianza total en Aquél que promete.

Con la venida de jesucristo, estas perspectivas radican y se realizan en el presente. Pueden ser una realidad de forma súbita, puesto que "todas las promesas que Dios en Él han sido un "sí". Por esto a través de Él llega hasta Dios, nuestro "Amén" para su gloria. Es Dios mismo quién nos confirma, junto a vosotros, en Cristo"
(2Cor 1,20-21).

Incluso si un día sólo existiese alegría, los sufrimientos presentes permanecen. Nos enseña Pablo:"La tribulación produce paciencia, la paciencia una virtud probada y la esperanza no falla porque el amor de Dios ha sido derramado por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,3-5); por Él podemos adquirir los Santos Dones.

Vivir en la esperanza no quiere decir esperar pasivamente un mundo mejor, sino obtener por las enseñanzas de Jesús, la fuerza para vivir de modo ético y moral, según la voluntad del Padre. Cada uno de nosotros puede aceptar las dificultades cotidianas sin dejar de actuar por el bien común, éste será el germen que mejorará la sociedad por entero, que ya languidece por el pecado.

"Os exhortamos, hermanos, corregid a los indisciplinados, confortad a los pusilánimes, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Guardaos de responder al mal con el mal: sino buscad siempre el bien entre vosotros y para con todos. Estad siempre alegres, orad incesantemente, por cada cosa dad gracias [..]. No apagéis al Espíritu, no despreciéis las profecias; examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Abstenéos de toda clase de mal. El Dios de la paz os santifique hasta la perfección"
(1Tes 5,14-23 ).

Una vez más, todavía Pablo nos aconseja en el vivir cotidiano: todos los consejos preocupan para corregir y dejarnos corregir para no alejarnos de las enseñanzas de Cristo: nadie es elegido al azar como no es casual la fórmula, por el empleada, para la bendición final. Se vuelve al "Dios de la Paz" puesto que nadie mejor que pablo conoce los tormentos de vivir lejos de aquellos preceptos: agitación, insatisfacción y desesperación en la que se cae fácilmente. Y Pablo insiste sobre el "empeño en la fe", sobre la "laboriosidad en la caridad" y sobre la "constante esperanza en nuestro Señor Jesucristo".
(1 Ts 1, 3).