Profecías
Algunos estudiosos han podido afirmar que, excepto la de la Santísima Virgen, ninguna devoción a una Medalla es tan difundida como la de San Benito. Las numerosísimas indulgencias con que la Santa Sede la ha favorecido, dan testimonio de su singular valor y contribuye a que sea más amada y apreciada por el pueblo cristiano.
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El Papa Benedicto XIV en 1742, aprobó la medalla
concediendo indulgencias a aquellos que la llevaran con fe
Indulgencia
Plenaria El 12 de marzo de 1742, el Papa Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria a la medalla de San Benito:
- Al momento de la muerte, a quienes lleven la medalla de San Benito, quien les brindará protección siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la Comunión o al menos invoquen el nombre de Jesús con profundo arrepentimiento.
- Si en las grandes fiestas de la Iglesia la persona se confiesa, recibe la Eucaristía, ora por el Santo Padre y durante esas semanas reza el Santo Rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la Fe o participa en la Santa Misa.
Indulgencia
Parcial Indulgencia parcial a todos aquellos que lleven consigo, besen o tengan entre sus manos con veneración la Medalla (cf Concessio n. 35 Enchiridion Indulgentiarum).
Otras indulgencias han sido concedidas en el pasado a la Medalla de San Benito. La medalla de San Benito se usa para todas las necesidades espirituales y temporales, siempre que se use con espíritu de Fe.
Esta medalla es eficaz contra:
- Las epidemias.
- Los venenos.
- Ciertas enfermedades especiales.
- Los maleficios y las tentaciones del demonio.
Esta devoción ha sido difundida en todo el mundo por todo los misioneros. La medalla obtiene también la conversión de los pecadores, sobre todo en el momento de la muerte; ayuda a las parturientas, asegura la protección de Dios contra los peligros que amenazan nuestra vida; permite alcanzar una buena y santa muerte.
La Medalla de San Benito es muy antigua. Su popularidad nace en el siglo XI, tras la curación milagrosa de un joven, llamado Bruno, que luego se hizo monje benedictino, y más tarde del Papa San León IX.
Benito siempre ha sido invocado como patrono de la Buena Muerte. Un día se apareció a Santa Gertrudis, diciendo:
"A todo aquel que recuerde la dignidad con que el Señor ha querido honrarme y beatificarme, concediéndome una muerte tan gloriosa, yo le asistiré fielmente al momento de su muerte y me opondré a todos los ataques del enemigo en esta hora decisiva. El alma será protegida por mi presencia, se quedará tranquila a pesar de todas las insidas del enemigo y, feliz, se lanzará hacia la dicha eterna".
El Crucifijo con la Medalla de San Benito debe ser bendecido por un sacerdote o por un diácono.
Para ayudar a los moribundos y remitir la pena temporal que debieran expiar en el purgatorio, la Iglesia bendice unos crucifijos, llamados "Crucifijo de la Buena Muerte".
"Todo fiel - dice Pio X -, que bese uno de estos crucifijo así bendecido (aunque no le pertenezca) o lo toque de alguna forma, podrá obtener la indulgencia plenaria con la condición que se haya confesado y haya recibido la S. Comunión, o, si no lo puede hacer, al menos sintiendo la contrición de sus pecados, que invoque de todo corazón (si no puede hablar) el Santísimo Nombre de Jesús y acepte con resignación la muerte de manos de Dios, como penitencia por sus pecados".
Este crucifijo tambien es utílisimo durante la vida y, especialmente, durante las enfermedades, porque ayuda a los enfermos a unir sus sufrimientos a los de Nuestro Salvador.