Milagros
- Benito resucita al hijo de un campesino.
- El discípulo camina sobre las aguas.
- La podadora perdida en el agua.
- El pan envenenado.
- Libera al clérigo poseido por el demonio.
- El demonio tienta a Benito.
- El demonio injuria a Benito.
Únete a nosotros
Benito resucita al hijo de un campesino
Un día San Benito de Norcia se acercó con los hermanos a trabajar en los campos. Llegó al monasterio un campesino que traía entre sus brazos el cuerpo de su hijo muerto: estaba destrozado por el dolor de esta pérdida. Preguntó por el P. Benito. Cuando le refirieron que estaba en los campos, depositó el cuerpo en la puerta del monasterio y, loco de dolor, se puso a correr a toda prisa para buscar al Padre.
Justo, en aquel momento, el hombre de Dios volvía del trabajo con los hermanos. Apenas lo alcanzó, el campesino comenzó a gritar: "Devolvedme a mi hijo. Devolvedme a mi hijo". "¿Tal vez os he quitado a vuestro hijo?". El campesino respondió: "Ha muerto. Venid a resucitarlo". Al oír estas palabras el siervo de Dios quedó muy apenado y dijo: "Volveos, hermano. Hacer estas cosas no nos compete a nosotros, sino a los santos apóstoles. ¿Porqué queréis imponernos cargas que no podemos soportar?". El campesino, cada vez más angustiado, continuaba suplicándole, afirmando que no se iría de allí hasta que no le devolviesen a su hijo vivo. Entonces el siervo de Dios le preguntó: ¿Donde está?". El hombre le contestó: "Su cuerpo está en la puerta del monasterio".
Cuando el hombre de Dios llegó hasta donde los hermanos, se arrodilló y se echó sobre el cuerpecito del niño y, levantándose, elevó alas manos al cielo y dijo: "Señor, no mires mis pecados, sono la fe de este hombre que implora la resurrección de su hijo: restituye a este cuerpo el alma que te has llevado". Apenas oró así el alma regresó al cuerpecito del muchacho, comenzó a hacerlo todo com muecas de dolor, ante los ojos de los presentes. Benito lo entregó vivo y con buena salud a su padre.
El discípulo camina sobre las aguas
Un día, mientras Benito se encontraba en su celda, el pequeño Placido, su monje, salió para ir al lago a por agua. Mientras se sumergía por descuido en el agua, el cubo que llevaba en la mano, resbaló y cayó al agua..Rápidamente la corriente lo arrastro lejos de la orilla, casi a un tiro de flecha. El siervo de Dios, desde su celda, supo de inmediato lo que ocurría, llamó a Mauro, diciéndole: "Corred, Mauro, el chico ha caído al agua y la corriente lo está arrastrando".
Ocurrió entonces algo prodigioso jamás visto desde tiempos del apóstol Pedro: Mauro se dispuso a obedecer a su Padre, y creyendo caminar por tierra corrió sobre el agua hasta donde la corriente había arrastarado a Placido. Lo agarró por los pelos y, siempre correindo, volvió atrás. Una vez en tierra, volvío en sí y fue consciente de lo ocurrido. Estupefacto por haber caminado sobre las aguas, se desvaneció del susto.
Volviendo al Padre, le refierió lo ocurrido. El venerable Benito atribuyó el prodigio a la obediencia del discípulo. Mauro, sin embargo, lo hizo a Benito argumentando que no se había dado cuenta de lo que hacia. En esta guerra de recíproca humildad se puso como árbitro el muchacho salvado, diciendo:"Mientras era sacado del agua, vi sobre mi cabeza el manto del abad y pienso que fue él el que me salvó".
La podadera perdida en el agua
Un pobre de espíritu pidió entrar en el monasterio y Benito lo acogió encantado. Un día le dió un hacha, un apero de hierro llamado así por su semejanza a la podadera, para que lo liberase de los cardos de un pedazo de tierra que luego sería cultivado. El terreno a limpiar se extendia por la orilla del lago. Mientras él trabajaba de buena gana cortando los arbustos, la podadera se resbaló por el mango, cayando en el agua, en un punto tan profundo que no había esperanza de recuperarla. Perdido el apero, corrió temeros hascia el monje Mauro para referirle lo ocurrido e hizo lamentaciones por su culpa. El monje Mauro lo refirió de inmediato al siervo de Dios Benito. El hombre del Señor, oído lo acontecido, se llegó al lugar tomó el mango en sus manos y lo sumergió en el agua, subiendo la herramienta de inmediato a la superficie. Benito devolvió el apero al mango, diciendole: "Ea, trabaja y no te aflijas".
El pan envenenado
Hay en todas partes hombres malos que envidian a los buenos. El sacerdote de la iglesia vecina, de nombre Fiorenzo, empujado por la malicia, empezó a incubar envidia por las buenas obras del santo y a amargarle la vida.
Fiorenzo, obcecado cada vez más por el virus envidioso, por la estima de que gozaba Benito, llegó hasta el punto de enviar al siervo de Dios Omnipotente, un pan envenenado, como si estuviese bendecido. El hombre de Dios lo aceptó agradecido.
Del bosque cercano, a la hora de la comida, tenía la costumbre de llevar un cuervo que recibía el pan de sus manos. Aquel día, cuando llegó el cuervo, el hombre de Dios lo puso ante el pan recibido del sacerdote y le ordenó: "En nombre de Jesucristo, coge este pan y llevátelo donde nadie pueda encontrarlo". El cuervo empezó a revolotear alrededor del pan, graznando como queriendo decir que estaba listo para obedecer, pero de no poder cumplir la orden. El hombre de Dios, entonces, le repite más veces: "Cógelo sin temor y échalo donde nadie lo pueda encontrar". Tras haberse resistido largo rato, al final el cuervo lo cogió, alzó el vuelo y se alejó. Al cabo de tres horas el cuervo volvió sin el pan y de la mano del santo recibió el alimento que tenía por costumbre.
Fiorenzo no pudiendo eliminar a Benito, intentó asesinar el alma de los discípulos. Envio al minasterio siete chicas desnudas aue bailaron mucho rato para excitar sus deseos carnales.
Desde su celda lo vio y temió por sus discípulos más débiles. Queriendo que la persecución de Fiorenzo le afectase sólo a él, decidió abandonar el campo ante la envidia del sacerdote. Proveyó el orden del monasterio que había fundado constituyendo superiores y acrecentando el número de hermanos. Luego, acompañado de unos pocos monjes, se trasladó a otro lugar.
Apenas el hombre de Dios se fue humildemente ante el odio de Fiorenzo, Dios Omnipotente culpó al sacerdote con un terrible castigo. En efecto, mientras estaba en la terraza de casa, alegrandose por la partida de Benito, la terraza cayó sepultando entre los escombros a Fiorenzo.
Mauro, el discípulo del hombre de Dios, creyó oprtuno avisar al venerable Padre Benito, que se enontraba a unos diez kilómetros del monasterio. Corre entonces a decirle: "Volved atrás, el sacerdote que os perseguía ha muerto". Ante aquellas palabras el hombre de Dios experimentó un gran dolor por la muerte de su enemigo y por la alegría que mostraba el discípulo. A Mauro le impuso una penitencia.
Libera al clérigo poseido por el demonio
En aquel tiempo un clérigo de la iglesia de Equino estaba poseido por el demonio. El obispo de aquella sede, el venerable Costanzo, para obtener su curación lo había enviado a muchos sepulcros de mártires, sin obtener la liberación. El clérigo fue llevado entonces al siervo de Dios Benito-. Él. orando intensamente a Jesucristo, cazó de inmediato la obsesión del antiguo adversarioo. Tras averlo curado lo amonestó diciendole: "Idos, no comáis carne y no presumaís de acceder a las órdenes sagradas. El día en que lo hagáis, volveréis de inmediato al poder del demonio".
El clérigo se fue, por algún tiempo observó cuanto le había ordenado el siervo de Dios. Tras muchos años, cuando vio vio que ancianos mauores que él habían muerto y los más jovenes le adelantaban en las órdenes sagradas, no se acordó de las palabras de Benito y se ordenó sacerdote. Inmediatamente, el diablo que lo había dejado se apoderó nuevamente de él y continuó atormentándolo hasta su muerte.
El demonio tienta a Benito
Un día, mientras estaba solo, se le acercó el tentador. Un pequeño pájaro negro comenzó a volar a su alrededor, batiendo las alas a la altura de su rostro, importunó e insistió tanto que el santo habría podido, queriendo, atraparlo con la mano. Tras hacer el signo de la cruz, el pájaro se fue. Apenas se alejó, lo envilvió una tentación tan violenta que jamás había sido experimentada. El maligno le trajo a la mente la semblanza de una mujer que vio mucho tiempo atrás, y con este recuerdo le encendió de tal modo el ánimo que él no podía bloquear el fuego de la pasión: vencido por el deseo, tenía casi pensado abandonar su ermita.
De repente, tocado por la gracia volvió en sí y vio un arbusto de espinas y ortigas allí al lado: se quitó los hábitos y se tiró en él desnudo, girando su cuerpo entre las espinas punzantes y las ortigas ardientes, levantandose con el cuerpo lacerado. Mediante las laceraciones de la carne volvío a sanar las heridas del ánimo, transformó la tentación en dolor y mientras quemaba lo exterior, extinguió la pasión que le ardiea dentro. Venció al pecado cambiando el incendio.
Desde entonces, como el mismo contaba a sus discípulos, venció completamente la tentación, tanto, que jamás volvió a experimentar sus estímulos. De inmediato muchos empezaron a abandonar el mundo y acudieron a su guía.
El demonio injuria a Benito
La ciudad fortificada de Cassino está situada al lado de un alto monte. El pueblo está en una amplia ensenada de la montaña, la cual, subiendo aun tres millas, parece extender su cima hasta el cielo.
Allá abajo surgía un antiquísimo templo en el cual, según la costumbre de los paganos, la muchedumbre rencía culto a Apolo. Los bosques circundantes habían sido consagrados al culto de los demonios y, una gran cantidad de seguidores, se abarrotaba para ofrecer impíos sacrificios.
Apenas llegó el hombre de Dios rompió el ídolo, quemó el altar y taló el bosque: en el templo de Apolo construyó un oratorrio dedicado a San Martín y en el ara de Apoloo, una capilla en honor a San Juan. Con la asidua predicación empezó a atraer hacia la fe a la población de los lugares cercanos.
Pero el antiguo adversario no podía soportar esto en silencio. Se mostró abiertamente a la vista del Padre, no bajo otro aspecto, apariencia o sueño, y con fuertes gritos se lamentntaba y sufría violencia, tanto, que también los hermanosoían y veían la figura. Como el mismo venerable contó seguidamente a los discípulos, el antiguo adversario se mostraba a sus ojos con un aspecto terrible, ardiente y parecía querer volverse contra él con ojos y boca de guego. Todos querían oír lo que decía. Primero lo llamó por su nombre, Bennedicto, no le respondía, entonces lo injuriaba. Lo llamaba a voces, pero viendo que el otro no respondía lo insultó: "Maldito, ¿porqué me persigues?".