Oración

Reza

Monastero La plegaria es el medio con el que el hombre se pone en comunión con Dios, le habla y recibe el mensaje. Es la más extraordinaria, noble, fantástica de todas las acciones que una persona puede hacer.

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La Fuerza de la oración

La plegaria no está hecha sólo de palabras, sino también de silencios, durante a los cuales se permite a Dios hablar con el hombre. Está hecha de gestos, de actitudes, pero sobre todo de afectos y de reflexiones sobre la palabra de Dios.

Dios no manda cosas imposibles, nos aconseja lo que podemos hacer con nuestras fuerzas, y Él nos ayudará si se lo pedimos. Quien ora ciertamente se salva: quien no ora se condena. Nuestro mismo Salvador nos empuja a hacerle peticiones con la promesa de escucharlas: Pedid lo que queráis y se os dará Jn 15,7. El mismo Jesucristo, en el Evangelio, nos exhorta: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá".
(Lc 11,9).

¿Era suficiente decid "pedid?, ¿porqué añadir "buscad"?. El Señor nos explica que podemos imitar a los pobres, que obtienen medigando con insistencia. El Señor desea que, también nosotros, sigamos su ejemplo: debemos rezar con insistencia.

La plegaria es lo más querido, debe convertirse en el ejercicio constante de toda nuestra vida. Pidamos siempre la gracia de continuar rezando en el futuro: si cesáramos de orar, estaríamos perdidos. Rezar es la cosa más fácil: "Señor, ayúdame, Señor, dame tu amor". ¿Existe una cosa más sencilla que esta?.

Muchos se lamentan de que Dios no les concede la gracia que desean. Oran, pero no rezan como deben, por eso no obtienen: "Pedís y no obtenéis porque pedís mal, para satisfacer vuestras pasiones".
(Sant 4,3).
La plegaria debe ser humilde. Un pasaje de la Sagrada Escritura extraido también del apóstol Santiago, dice: "Dios resiste a los soberbios: a los humildes, sin embargo, les da su gracia".
(Sant 4,6).

La plegaria de un alma humilde penetra los cielos y de all`no baja sin que Dios la haya escuchado. "Todo lo que pidáis en la oración, tened fe de haberlo obtenido y ocurrirá".
(Mc 11,24).

Con frecuencia la mente repite palabras de la oración, pero la atención está en otra parte, capturada por otros pensamientos. La mente pronuncia palabras por costumbre, pero la atención huye de la presencia de Dios. El alma permanece desorientada y fría porque la atención se ha dispersado en ensoñaciones y vaga entre los objetos que la atrapan por sorpresa, o que ha buscado deliberadamente. Cuando no hay armonía entre el alma que reza, cuando el hombre que ora no está plenamente presente en Quien se dirige la oración, ¿cómo puede ésta causarle alegría?, ¿cómo puede gozar el corazón del orante si su plegaria es sólo aparente?. Únicamente el corazón de los que buscan al Señor tendrán alegría.

La plegaria reclama la fuerza del sentimiento, que se ha dispersado en medio de las pasiones, y las resucita a las fuerzas del alma. Por medio de las virtudes, erradica la fealdad del pecado del alma y reproduce la belleza de los rasgos divinos mediante el conocimiento de sí misma.

Reza con tenacidad, imitando a aquella viuda que, a fuerza de importunar al implacable juez, obtiene justicia. Si tu oración está predicada por la mente, en el silencio de la contemplación, el Señor te desvelará la maravillosa realidad invisible del cielo. La meditación de las cosas de Dios inflamará con fuerza tu fervor.

La plegaria hace ascender la mente a la divina conciencia con toda la fuerza y el peso de su amor, hace desaparecer los antojos de la carne, borra las atracciones de los placeres sensibles y las bellezas de la tierra pierden su fascinación. El alma es absorvida en la ccontemplación de la belleza de Cristo, y allí permanece con pureza de mente. Dios, amado e invocado de este modo, acoge el lenguaje de la plegaria, concediendo al alma que reza una alegría inexpresable.

La mente libera ensoñaciones, ya no expuesta a recuerdos, o a huellas de experiencias carnales, se encontrará en la más pura sencillez, elevada más allá de lo sensible e inteligible y hará dirigir sus pensamientos directamente a Dios. De la profundidad del corazón, brotará como un grito, el Nombre del Señor. La mente conformada por la virtud, entrará en otra vida mediante el conocimiento y el amor de Dios y, de acuerdo con el amor, llegará fecunda de sabiduría que le revelará maravillosos secretos.