Infierno


Infierno

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Insidias

Los Novísmos - Paraíso - Purgatorio.

Satanás esclaviza muchas almas llevándolas a la irreflexión para hacerles perder de vista el fin auténtico de la vida.

A sus presas, el demonio instila el deseo y silba: "La vida es un placer; tienes que aferrar todas las alegrías que la vida te regala, piensa en el presente porque con la muerte todo acaba."

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Insidias al acecho

Así, muchas criaturas no encuentran tiempo para reflexionar las verdades reveladas por Dios y se encaminan por la calle de la superficialidad y del pecado. Estas criaturas, inmersas en la diversión, capturadas por diferentes apetitos, no sospechan en lo más mínimo de haber caído en la red diabólica; sin embargo, se enterarán cuando ya no tenga remedio, cuando se haya abierto la puerta de la eternidad.

La insidia del egoísmo con el derroche de los bienes

"Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. (Lc. 16, 19) Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno entre los tormentos..." (Lc. 16, 22) El rico Epulón de la narración, durante la vida despilfarró y pecó de gula, haciendo del placer la razón de su vida, y todavía más, se hizo tercamente insensible a las necesidades del pobre Lázaro. El egoísmo le ahogó cada vislumbre de caridad y la avaricia le atenazó la mente. Ahora estaba en los tormentos del infierno.

Pues, que los egoístas y ciertos ricos tiemblen si no quieren ejercer la caridad: también a ellos, si no cambian de vida, les está reservado la suerte del rico Epulón.

La impureza

El pecado que más frecuentemente lleva al infierno es la impureza, es la vía privilegiada de Satanás. San Alfonso dice: "A este pecado deben atribuir su condenación la mayor parte de los réprobos."

Jesús nos ha dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios." (Mt. 5, 8) Sin la ayuda de Dios el hombre no es capaz de vencer las tentaciones ni de encontrar el camino de la salvación. Las impurezas llevan al vicio, debilitan la voluntad, atacan la fe y sin la fe minan la oración y arrasan el camino del bien, dejando a la criatura en manos del mal. Este vicio endurece el corazón y, sin una gracia especial, arrastra a la impenitencia final y... al infierno.

El sacrilegio

Un pecado que puede conducir a la damnación eterna es el sacrilegio. ¡Desdichado el que se mete por ese camino! Comete sacrilegio quien voluntariamente esconde en Confesión algún pecado mortal, o bien, se confiesa sin la voluntad de dejar el pecado o de huir de ello en ocasiones próximas.

Casi siempre quien se confiesa de modo sacrílego comete sacrilegio eucarístico, porque después recibe la Comunión en pecado mortal.
Cuenta San Juan Bosco...
San Juan Bosco preguntó al guía: - ¿Dónde nos encontramos? ¿Qué es esto? - Lee lo que hay escrito sobre aquella puerta - me respondió -, y la inscripción te hará comprender dónde estamos. Miré y sobre la puerta se leía: Ubi non est redemptio. ¡Donde no hay redención! Me di cuenta de que estábamos a las puertas del infierno. Mientras tanto vi precipitarse en aquel barranco... primero un joven, después otro y después otros ... Todos llevaban escrito en la frente el propio pecado. "He aquí la causa prevalente de estas condenas: - exclamó mi guía -: los compañeros, las malas lecturas (y malos programas de televisión e Internet e impureza y pornografía y anticonceptivos y fornicación y adulterios y sodomía y asesinatos de aborto y herejías) y las perversas costumbres.

Aquellas pobres almas eran jóvenes que yo conocía.
Al ver caer a tantos de ellos, dije con acento de desesperación: - Entonces es inútil que trabajemos en nuestros colegios, si son tantos los jóvenes que tienen este fin. ¿No habrá manera de remediar la ruina de estas almas? Y el guía me contestó: - Este es el estado actual en que se encuentran y, si mueren en él, vendrán a parar aquí sin remedio...

Después entramos en el edificio; Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Corríamos con la velocidad del rayo. Cuando terminamos de recorrerlo, desembocamos en un amplio y tétrico patio, al fondo del cual se veía una rústica portezuela, cuyas hojas eran de un grosor como jamás había visto y encima de la cual se leía esta inscripción: Ibunt impii in ignem aeternum, es decir: "Los impíos irán al fuego eterno".

"Ven, pues, conmigo" añadió el guía. Ven, pues, conmigo - añadió el amigo, y tomándome de la mano me condujo ante aquella puertecilla y la abrió. Avanzando un paso me detuve preso de un terror indescriptible. Vi ante mis ojos una especie de caverna inmensa que se perdía en las profundidades cavadas en las entrañas de los montes, todas llenas de fuego, pero no como el que vemos en la tierra con sus llamas movibles, sino de una forma tal que todo lo dejaba incandescente y blanco a causa de la elevada temperatura... Me sería imposible describir esta caverna en toda su espantosa realidad.

De improviso empecé a ver a los jóvenes que cayeron en la cueva ardiente. La guía me dijo: "La falta contra este Mandamiento: he aquí la causa de la ruina eterna de tantos jóvenes."

- Pero ¿no se han confesado?

- Se han confesado, pero las culpas contra la bella virtud las han confesado mal o las han callado de propósito. Por ejemplo: uno, que cometió cuatro o cinco pecados de esta clase, dijo que sólo había faltado dos o tres veces.

Hay algunos que cometieron un pecado impuro en la niñez y sintieron siempre vergüenza de confesarlo, o lo confesaron mal o no lo dijeron todo. Otros no tuvieron el dolor o el propósito suficiente. Incluso algunos, en lugar de hacer el examen, estudiaron la manera de engañar al confesor.

Y el que muere con tal resolución lo único que consigue es contarse en el número de los réprobos por toda la eternidad... ¿Quieres ver ahora por qué te ha conducido hasta aquí la Misericordia de Dios? Levantó un velo y vi un grupo de jóvenes del Oratorio, todos los cuales me eran conocidos, que habían sido condenados por esta culpa. Entre ellos había algunos que ahora, en apariencia, observan buena conducta.

- Al menos ahora -le supliqué- me dejarás escribir los nombres de esos jóvenes para poder avisarles en particular.

-No hace falta- me respondió.

-Entonces, ¿qué les debo decir?

-Predica siempre y en todas partes contra la inmodestia. Basta avisarles de una manera general y no olvides que aunque lo hicieras particularmente, te harían mil promesas, pero no siempre sinceramente. Para conseguir un propósito decidido se necesita la gracia de Dios, la cual no faltará nunca a tus jóvenes si ellos se la piden. Seguidamente continuó hablando por espacio de casi media hora sobre las condiciones necesarias para hacer una buena confesión. El guía repitió después varias veces en voz alta:
-Avertere!... Avertere!...
-¿Qué quiere decir eso?
-¡Que cambien de vida!... ¡Que cambien de vida!...

El Padre Francesco Rivignez escribe que el episodio también es reportado por San Alfonso, quien en Inglaterra, cuando estaba la religión católica, el rey Anguberto tuvo a una hija de rara belleza que le fue pedida en matrimonio por varios príncipes. Interrogada por el padre si aceptaba casarse, contestó que no podía porque había hecho el voto de perpetua virginidad.

El padre consiguió del Papa la dispensa, pero ella permaneció firme en su propósito de no servirse y de vivir retirada en casa. El padre le agradó.

Empezó a hacer una vida santa: rezos, ayuno y varias penitencias; recibió los Sacramentos y a menudo fue a servir a los pacientes en un hospital. En tal estado de vida se enfermó y murió.

Una mujer que fue su educadora, encontrándose una noche en oración, sintió en la habitación un gran ruido y enseguida vio un alma con el aspecto de mujer entre un gran fuego y atada entre muchos demonios...

- Yo soy la infeliz hija del rey Anguberto. - ¿Pero como, tú condenada con una vida tan santa?

- Justamente estoy condenada... por mi culpa. De niña yo caí en un pecado contra la pureza. Fui a confesarme, pero la vergüenza me cerró la boca: en lugar de acusar humildemente mi pecado, lo cubrí de modo que el confesor no entendiera nada. El sacrilegio se ha repetido muchas veces. En el lecho de mi muerte lo dije al confesor, vagamente, que fui una gran pecadora, pero el confesor, ignorando el verdadero estado de mi alma, me impuso tomar este pensamiento como una tentación.

Después expiré y fui condenada por toda la eternidad a las llamas del infierno. Dicho esto desapareció, pero tan estrepitosamente que parecía que arrastrara el mundo y dejando en aquella recámara un olor tan repugnante que duró varios días.

Matrimonios irregulares

Dios perdona cualquiera culpa, si hay un verdadero arrepentimiento y se tiene la voluntad de poner fin a los pecados y cambiar de vida. Desafortunadamente, muchos ya razonan como quiere el mundo y no más como Dios quiere.

Dios perdona cualquiera culpa, con que haya verdadero arrepentimiento y la voluntad de poner fin a los mismos pecados y de cambiar de vida. Entre mil bodas irregulares, divorciados casados, los que viven en unión libre, quizás sólo uno de ellos huirá del infierno, porque normalmente no se arrepienten ni siquiera en el momento de la muerte. Desafortunadamente, muchos ya infieren cómo quieren el mundo ellos y no más como Dios quiere.