El Paraíso

Los medios

Monasterio Para conseguir el Paraíso: - Reconocer a Jesús Cristo como Señor:

- Acoger la Misericordia.
- Reconocer nuestros pecados.
- Acoger los frutos del Espíritu Santo
- Frecuentar la Eucaristía.
- No desees las cosas del mundo.

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Inocencia y caridad

Sólo la inocencia puede abrir las puertas del Paraiso. Inocentes son las almas que nunca han cometido pecado, o que habiéndolo cometido, han sido perdonadas mediante la penitencia. Han lavado sus faltas con lágrimas y han obtenido el perdón por la sangre de Jesús en la Cruz.

El único medio seguro para entrar en el Paraiso es la caridad, el amor que obra por medio del amor en Jesucristo. "Si hablase las lenguas de los hombres y de los Ángeles, pero no tuviese caridad, sería como metal que retumba o como címbalo que resuena. Y si tuviese el don de profecía, si conociese todos los misterios y tuviese todo el conocimiento; si poseyese tanta fe hasta trasladar montañas, pero no tuviese caridad, de nada me serviría... La caridad jamás tiene fin. Las profecias desaparecerán, el don de lenguas cesará y el conocimiento terminará"
(1 Cor. 13, 1-8).

"Nosotros, sin embargo, que pertenecemos al día, seamos sobrios, vestidos con la coraza de la fe y de la caridad y teniendo como yelmo la esperanza de la salvación. En efecto, Dios no nos ha destinado a la cólera, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. Êl ha muerto por nosotros, para que, vivos o muertos, vivamos junto a Él".
(1 Tes. 5,8-10).

Es el hombre el que puede decidir entre la vida y la muerte. Al final se le dará lo que haya elegido. «Nada te turbe, nada te espante, todo pasa: Dios no cambia. A quién tiene a Dios nada le falta» (Santa Teresa de Ávila). En los días de la prueba y de la tribulación luchemos para no perder la fe, para no dejarnos abatir por los problemas de la vida. Es el abandono en Dios donde podremos encontrar las energías ocultas y aquél impulso del corazón que sólo el fuego ardiente de Dios puede alimentar.

La pobreza, la humildad y la penitencia son las bases sobre las que se puede hacer el bien, porque llevan al hombre al dominio de las pasiones, a la paz del alma, a la pureza y a la caridad "Ordena a los que son ricos en este mundo, que no sean orgullosos, que no pongan la esperanza en la inestabilidad de las riquezas, sino en Dios, que todo nos da en abundancia para que podamos disfrutarlas. Haciendo el bien, se enriquecen de obras buenas, para adquirir la vida eterna".
(1 Tim. 6,17).

"Y ahora vosotros, ricos: llorar por las desventuras que caeran sobre vosotros. Vuestras riquezas están podridas, vuestros vestidos roídos por la polilla. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, su roña se alzará para acusaros y devorará vuestra carne como el fuego".
(Gc. 5,1).

La verdad sobre la existencia del Paraiso puede ayudarnos para no ahogarnos en el dolor, en los momentos difíciles o de prueba, una verdad que ilumina nuestro porvenir y que es la llave del misterio del sufrimiento y del destino mortal. Una verdad que llena de alegría nuestra pobre vida de mortales y cambia la tristeza del exílio en una esperanza feliz: «Se dice de tí grandes cosas, Ciudad de Dios». Pues dice Santa Catalina de Siena: «Un gran error cometeréis si osáseis hablar de las maravillas que he visto, ya que las palabras humanas son incapaces de explicar el valor y la belleza de los tesoros celestiales».

"La verdad es que existe un único camino para que cualquier persona pueda entrar en el paraiso: creer en Jesucristo. Jesús murió por los que creen en Él. Si queremos asegurarnos la entrada en el Paraiso tras la muerte, creeremos que Jesús murió para salvarnos del castigo de nuestros pecados. "Arrepentíos y que cada uno de vosotros sea bautizado en el nombre de Jesucristo para la remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo".
(Hec. 2,38).

Jesús mismo da la respuesta cuando dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida: ninguno va al Padre sino a través de mí » (Jn 14,6). En otras palabras, sólo Jesús lleva a Dios. No se puede llegar al Padre, sino por medio de Él. Esto vale para éste y para el otro mundo.

Para entrar, tras la muerte, en el Paraiso y esperar allí la resurrección de la carne y el privilegio de reinar con Cristo, necesitamos creer en Jesús, teniendo fe en su obra redentora. Ésta es la única llave que abre la puerta del cielo. Evidenció el apóstol Juan: «Quién cree en Él no está condenado, pero quién no cree en Él está ya condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito de Dios» (Jn 3,18). El apóstol Pedro testificó ante el Sanedrín judio, que intentaba intimidar a los apóstoles: «Y en ningún otro está la salvación, puesto que no existe bajo el cielo ningún otro nombre que haya sido dado a los hombres, por el que podamos ser salvados».
(Hec. 4,12).

La Escritura advierte que «todo hombre debe rendir cuentas de sí mismo a Dios » (Rm 14,22). El día del juicio cada uno se encontrará solo ante el Juez eterno. Cada uno será considerado responsable de sus actos. El apóstol Pablo escribe que la salvación se obtiene por la fe, no por las obras, porque si fuese por las obras "cada uno de nosotros podría gloriarse de haberla obtenido" (Ef. 2,9) y la muerte de Jesús en la cruz habría sido vana.

La salvación no se obtiene, ni siquiera, por la convicción de ser cristiano y haber sido bautizado, como sostenían los descendientes de Abraham, padre del pueblo judio. Estaban convencidos de que su salvación estaba garantizada porque Dios había elegido al pueblo de Israel y había establecido su religión. Les amonesta Juan Bautista: deben arrepentirse y dejar de confiar sólo en su religión.

«Bienaventurados los límpios de corazón porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). «Todo es límpio para los limpios; pero para los contaminados y para los que no tienen fe, nada es puro, porque tienen contaminada la mente y la conciencia. Hacen profesión de conocer a Dios, pero lo niegan con las obras, siendo abominables y rebeldes, incapaces de toda obra buena» (Tit. 1, 15-16). «De hecho, del corazón provienen los malos propósitos, homicidios, adulterios, impurezas, hurtos, falsos testimonios, calumnias. Éstas son las cosas que hacen impuro al hombre»
(Mt 15,19).

Entonces, si queremos construirnos una casa sólida donde habitar en paz y serenidad en esta vida y en la eterna, no podemos poner cimientos de paja, sino construir la estructura en un terreno de "amor". ¿Existe este tipo de estructura?. Sí, y lo creamos nosotros mismos con nuestras buenas acciones, con nuestro esfuerzo en ser como Jesús nos quiere: Santos.