No codiciarás la mujer de tu prójimo
Deseos y control: reflexiones sobre la envidia
Uno puede cometer adulterio en el corazón no solo con el cónyuge de otro, sino también con su propio cónyuge si lo mira con lujuria o lo trata 'solo como un objeto para satisfacer sus instintos.
(Juan Pablo II - Osservatore Romano 8 de octubre de 1980)
La lujuria está relacionada con el exceso en los deseos sexuales y comportamientos inmorales o descontrolados, una transgresión de los valores morales.
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Noveno Mandamiento: Un Análisis Profundo
La enseñanza del noveno mandamiento, según lo escrito en el libro del Éxodo, es la siguiente: "No desees la casa de tu prójimo; no desees la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que pertenezca a tu prójimo" (Éxodo 20:17). Este precepto establece una línea moral clara respecto al deseo y la concupiscencia, enfatizando la importancia de mantener puras las intenciones del corazón.
Concepto de Deseo y Adulterio
El mandamiento no se limita a prohibir actos exteriores de infidelidad, sino que va más allá, abordando también los deseos internos. Como Jesús dice en el Evangelio de Mateo: "Todo aquel que mira a una mujer para desearla, ha cometido adulterio con ella en su corazón" (Mateo 5:28). Este versículo nos muestra que el pecado comienza en la mente y el corazón antes de manifestarse en acciones concretas.
No desear la mujer de otro
Este mandamiento se refiere a la intención del corazón y, por tanto, resume todos los preceptos de la Ley. San Pablo afirma: Os digo, pues, que andéis según el Espíritu y no seréis llevados a satisfacer los deseos de la carne; porque la carne tiene deseos contrarios al Espíritu y el Espíritu tiene deseos contrarios a la carne; estas cosas se oponen entre sí, Así que no haces lo que quieres.
(Gal 5,16-17).
Es la envidia la que hace el ojo malo, porque sin la rectitud interior, toda actitud y cada palabra será vana, ya que cada uno es tentado por la concupiscencia que lo atrae y seduce. La reducción de la persona a dedicarse en objeto de libidines, puede ser hecha por cualquiera, porque nuestro hambre y nuestra sed, en las relaciones con el prójimo, pueden llevar a comportamientos astutos para aprovecharse de la ingenuidad y de la debilidad del prójimo, para engañarlo. El deseo siempre precede a la acción, como la voluntad siempre precede a la obra, especialmente en el campo sentimental: el deseo, si es aceptado por la mente, difícilmente puede ser bloqueado. Es necesario, por tanto, imponerse de no querer y tratar de tener a toda costa lo que no nos pertenece. La prudencia, cuando se pone en práctica, nos ayuda a no equivocarnos.
Este mandamiento se relaciona con el sexto, en el cual, entre otras faltas, está condenado el adulterio. Si es pecado tomar la mujer de otro, también lo es el deseo de tomarla, porque el querer hacer una acción es apenas inferior a la acción realizada.
La Conexión con Otros Mandamientos
El noveno mandamiento está estrechamente relacionado con el sexto, que condena el adulterio. Ambos mandamientos tienen como objetivo proteger la santidad del matrimonio y las relaciones interpersonales. La tradición cristiana enseña que el deseo de poseer lo que pertenece a otro es un paso hacia la acción pecaminosa. San Pablo, por ejemplo, nos exhorta a "caminar según el Espíritu" para evitar ceder ante los deseos de la carne (Gálatas 5:16-17).
Implicaciones prácticas del mandamiento
El noveno mandamiento no solo prohíbe el deseo de la esposa o del marido de otro, sino que también se extiende a todas las formas de lujuria. La concupiscencia se define como un movimiento sensible del apetito que se opone a la razón y puede conducir a trastornos morales. Juan Pablo II explicó que el respeto de los mandamientos es una invitación a amar cada vez más, en lugar de una mera restricción.
Ejemplos bíblicos
Un ejemplo bíblico emblemático es el del rey David y Betsabé. David, al ver a Betsabé lavándose, no solo la deseó, sino que también actuó de acuerdo con ese deseo, causando un pecado grave que llevó a la muerte de Urías y a la condenación divina (2 Samuel 11). Esta historia ilustra cómo el deseo puede conducir a consecuencias devastadoras.
La lucha contra el deseo sexual
La concupiscencia se refiere a un fuerte deseo o lujuria, en particular por placeres sensuales y sexuales
La lucha contra la concupiscencia requiere una purificación del corazón y una disciplina en los pensamientos y sentimientos. Es fundamental desarrollar una pureza de intención, evitando miradas indiscretas y pensamientos desordenados. Como sugiere el libro de Sirácida: "Aparta la mirada de la mujer atractiva" (Sirácida 9:8), para evitar la tentación.
San Juan distingue tres tipos de deseo o concupiscencia desenfrenada: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia. La concupiscenza es toda forma de deseo humano y el movimiento del apetito sensible que se opone a los dictados de la razón humana, genera desorden en las facultades morales del hombre y, sin ser en sí misma una culpa, inclina al hombre a cometer pecado.
La virtud de la prudencia
La prudencia es una de las virtudes cardinales necesarias para vivir según este mandamiento. Nos ayuda a discernir entre lo que es correcto y lo que es incorrecto, protegiendo nuestro corazón de la maldad. Los ojos son considerados "la luz del cuerpo"; un ojo puro ilumina toda la vida (Lucas 11:34-35).
El deseo no es una culpa cuando es bueno y no ofende a nadie. Dios quiere que aprendamos a buscar el verdadero Bien, la verdadera Belleza, la verdadera Felicidad, el verdadero Amor. El verdadero amor nunca es egoísta y restringido, sino generoso y abierto. El verdadero amor no se construye en recibir, sino en dar.
No desear la mujer de otro significa también no reducir a la persona de sujeto a objeto. Este pecado puede ocurrir incluso dentro del matrimonio, cuando un cónyuge desea al otro solo como instrumento para satisfacer su propia libidinidad.
El noveno mandamiento requiere vencer la concupiscencia carnal en los pensamientos y deseos. La lucha contra esa concupiscencia pasa por la purificación del corazón que presupone la claridad de las intenciones, la transparencia de la mirada, la disciplina de los sentimientos y de la imaginación con la práctica de la temperancia.
El objetivo del mandamiento es la fidelidad mutua entre hombre y mujer en el matrimonio, su fidelidad será completa solo si saben ser fieles el uno al otro en pensamiento y deseo, y podrán llegar a una transparencia total entre ellos.
No desear a la esposa de tu prójimo
Comentario del Papa Juan Pablo II
El Señor nos manda "no desear" porque conoce nuestra fragilidad y lo peligroso que es el límite entre deseo y voluntad e insta a no desear, de esta manera Dios nos ayuda a no pecar porque "los deseos de la carne llevan a la muerte", en esencia este es un Mandamiento de enseñanza y amor.
De una mirada impura entra la malicia en el ojo, el hambre en el cuerpo, la fantasía en la mente, la fiebre en la sangre, la decisión en la voluntad. Por eso debemos ser prudentes y sobrios, castos y sencillos, usando mucha prudencia en las miradas e instintos de nuestro corazón, El deseo siempre precede a la acción, como la voluntad siempre precede a la obra.
La prudencia, que es la primera de las cuatro virtudes cardinales, nos ayuda a no equivocarnos. Los ojos de una persona nos revelan lo que se esconde en ella. El que tiene corazón puro y mirada clara es capaz de ver a Dios en su prójimo.
Tenemos dentro de nosotros una ansiedad de infinito, pero estamos limitados en nuestra naturaleza humana, impregnada de deseos infinitos. Sin embargo, todavía podemos sentir el anhelo de abrazar el infinito, de ir más allá de las estrellas. La obligación de respetar los mandamientos en todas las circunstancias no es una prohibición por sí misma, sino que indica que "el mandamiento del amor de Dios y del prójimo no tiene en su dinámica positiva ningún límite superior", es decir, es una invitación a amar cada vez más: hay "un límite inferior, descendiendo por debajo del cual se viola el mandamiento.
(Juan Pablo II - Veritatis splendor, 52)
Conclusión
El noveno mandamiento nos invita a reflexionar profundamente sobre nuestra forma de pensar y desear. No se trata solo de evitar acciones pecaminosas, sino también de cultivar un corazón puro y buenas intenciones. La verdadera libertad reside en la capacidad de amar a los demás con desinterés y respeto, reconociendo el valor intrínseco de las personas más allá de sus atributos físicos o materiales. Como se afirma en el Catecismo de la Iglesia Católica, este mandamiento es una enseñanza de amor que nos guía hacia una vida más plena y auténtica.